Los retos urgentes del nuevo 'premier': resolver el Brexit y restaurar la confianza ante la desafección ciudadana
Johnson logra la mayoría absoluta por encima de lo previsto en las encuestas, pero heredará conflictos en cuya gestación él mismo tuvo mucho que ver
La resolución de la parálisis del Brexit y la reconstrucción de la vilipendiada confianza en el tejido político e institucional británico constituyen los retos más inmediatos que aguardan a Boris Johnson, que, según los datos del recuento oficial, ha arrasado con 363 diputados, superando ampliamente la mayoría absoluta.
Se trataba de una votación trascendental para el futuro de la segunda economía europea que, sin embargo, ha estado marcada por un descrédito que sintetiza uno de los años más convulsos de la historia reciente.
Los dos desafíos se retroalimentan y comparten tronco común. La activación del artículo 50 del Tratado de Lisboa el 29 de marzo de 2017 había marcado la cuenta atrás de dos años para la salida de la Unión Europea, pero la fecha llegó y el divorcio no se había materializado. Para un sector de la sociedad, la demora, generada por el desacuerdo en el Parlamento suponía una traición al resultado del referéndum de 2016, mientras que para los partidarios de la continuidad en el bloque, se convirtió en la oportunidad de oro para detener el Brexit.
La radicalización entre ambos se transformó en endémica y la fractura se trasladó a todas las esferas de la vida política e institucional, manifestándose en una especialmente virulenta animadversión contra el sistema en general y Westminster en particular. La desafección provocada en la ciudadanía ha quedado patente en estos comicios, que no han logrado despertar el entusiasmo presupuesto para una votación que, esencialmente, supone reabrir el debate del plebiscito de hace tres años y medio. También hizo frío este 12-D, pero eso pesó mucho menos que el cansancio.
De ahí que la tarea competa ahora al gobierno que arrojan las urnas. Como padrino de un divorcio que había decidido apoyar cuando se anunció, en febrero de 2016, el premier es el valedor moral de un proyecto que ha mantenido paralizada la agenda doméstica y que todavía tiene que demostrar que constituye la panacea que sus patrocinadores preconizaban.
En el plano práctico, Johnson ha dicho esta noche que este viernes se entrevistará con la reina Isabel y la semana que viene, cuando vuelva la actividad al Parlamento, llevará de nuevo la ley de salida de Europa a votación, cuanto antes. Su plan sigue intacto: quiere irse el 31 de enero, como fija la última prórroga concedida por Bruselas.
Falta de credibilidad
Johnson, además, tiene también mucho que decir acerca de la falta de credibilidad de los ciudadanos en su clase política. Su premisa para convocar las generales establecía que eran la única alternativa al bloqueo del Brexit por parte de la Cámara de los Comunes. El alegato, no obstante, parte de una falacia, puesto que los diputados habían aprobado en octubre, por primera vez, un acuerdo para abandonar la UE, precisamente el del ‘premier’, lo único que demandaban era más tiempo.
Tampoco ayuda que hubiese basado su carrera hacia el liderazgo conservador y sus primeros cien días en el poder en una promesa, materializar la ruptura a final de octubre, que acabaría quebrando, ni que durante las semanas de campaña haya jaleado el 31 de diciembre de 2020 como el nuevo plazo de referencia en el que tendrá todo preparado para iniciar la travesía en solitario.
Su munición electoral, de hecho, se basa en una cadena de argumentos cuestionables. Su mantra ‘Materialicemos el Brexit’ vende que el 31 de enero, fecha actual para la salida, tras tres rechazos, el proceso quedará zanjado, cuando tan solo pasará a una nueva fase, la más complicada: la del establecimiento de la futura relación.
Pero lo más dudoso es la garantía reiterada ‘ad nauseam’ de que el proceso estará listo a final del año que viene, una aspiración que tanto la UE, como precedentes anteriores, se han encargado ya de disputar. Como consecuencia, de lograr mantenerse en el cargo, Johnson podría ver cómo el optimismo infundado con el que intentó alentar a un desencantado electorado se vuelve en su contra en la coyuntura más difícil, puesto que habría agotado la baza del adelanto electoral como revulsivo.
Cuestionable vocación
La vocación desplegada en los poco más de cuatro meses que ha pasado en el Número 10 ante la división en la calle podría ser meramente el resultado de la precaria situación que había heredado, con un dividido grupo parlamentario y en minoría. Sin embargo, la perniciosa retórica “El Pueblo contra el Sistema” con la que afrontó las generales suscita suspicacias acerca qué ‘premier’ querría ser si los ciudadanos le otorgan la confianza, el líder de una administración inclusiva, o el férreo dirigente que aspira a la homogeneidad interna.
El peligro que Johnson semeja no tener en cuenta es que este severo menoscabo de la confianza en el tejido político e institucional afectará a quien adquiera el derecho a permanecer en Downing Street durante cinco años. El legado de esta retórica oportunista con la que en 2019 ha intentado recabar el máximo rédito en las urnas podría cronificar la toxicidad que ha infectado la cuenta atrás electoral y dictar la tónica del próximo lustro.
Con todo, de su campaña ha sorprendido la resistencia de la derecha, ya que tras casi una década de gestión caracterizada por la austeridad, los conservadores han demostrado capacidad de avance, en lugar de la inevitable erosión que generalmente provoca el desgaste en el poder. En esta jornada han ganado, sin duda, un desenlace que obliga a analizar el mapa ideológico de un país reformulado de raíz por el Brexit.
Una victoria por mayoría absoluta permite a Johnson presentar su órdago electoral como un golpe maestro, pero la realidad en las últimas semanas ha evidenciado la indolencia se ha instalado en una ciudadanía que se considera abocada a elegir entre la menos mala de dos opciones similarmente decepcionantes: el premier no gustaba particularmente, pero su rival laborista, Jeremy Corbyn, era incluso menos popular, lo que limitaba la disyuntiva a dos perfiles abiertamente cuestionados que ofrecen panoramas contrapuestos y que ni siquiera imbuyen credibilidad.