Los retos del nuevo mandato de Emmanuel Macron
El presidente revalidará mandato pero debe asumir que no ha sido por méritos propios, sino por deméritos de la oposición. Tendrá que arremangarse desde el día uno.
“No te queremos, pero no tenemos otra opción”. La pintada hecha con rotulador negro sobre un cartel electoral de Emmanuel Macron en Saint-Denis, fotografiada este mismo domingo, da cuenta del mensaje de raíz que dejan las elecciones francesas: los ciudadanos han revalidado su confianza en el centrista líder de En Marche!, pero no porque lo adoren, sino porque no había mucho más donde elegir. Era él o el suicidio democrático de echarse en manos de la ultraderecha de Marine Le Pen. Ahora que ha ganado de nuevo, el presidente galo tiene el reto de no vanagloriarse, sino de encajar con realismo el mensaje. Y trabajar para resolver los problemas pendientes desde el minuto uno.
Hemos pasado dos años de pandemia por coronavirus, a los que se acaba de sumar la guerra de Ucrania, y las economías mundiales se resienten con crisis inesperadas, nuevas. Es general la subida de la cesta de la compra, de la energía, la pérdida de poder adquisitivo, la subida del paro, las limitadas pensiones. Francia no es la excepción y Macron no ha sabido dar respuesta a las demandas sociales que han inundado la calle en sus años de primer mandato, al desencanto, al fin del hechizo. La subida de líder emergente, ilusionante, se ha estancado, y ahora tiene cinco años por delante para hacer lo pendiente.
El pasado 20 de abril, un sondeo hecho por el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po), su grupo de expertos en encuestas Cevipof y la Fundación Jean Jaurès y publicado por Le Monde indicaba que el poder adquisitivo es la principal preocupación de los franceses (57%), seguido a buena distancia del sistema de salud (30%) y la guerra de Ucrania (27%). Entre las diez principales inquietudes están también el medio ambiente (27%), las jubilaciones (25), la inmigración (25), la desigualdad social (23), la delincuencia (19), el déficit y la deuda pública (14) y el sistema educativo (11). Tiene Macron tarea para empezar.
Una cuestión de dignidad y de estabilidad
Le Pen fue lista y no dejaba de hablar del poder adquisitivo, de las víctimas de la globalización, los pequeños emprendedores, el miedo a no llegar a fin de mes. Y es que es la verdadera piedra de toque: Francia es un país rico, pero las desigualdades son muchas y con los salarios medios actuales se llega, si acaso, en zonas rurales, pero no en las ciudades medias y grandes. Hay más de 10 millones de pobres en un país donde se considera que una persona oficialmente lo es si gana menos de 1.063 euros por mes. De ahí que una de las reclamaciones sea un salario mínimo que, dicen los sindicatos, no debe bajar de los 1.800 euros mensuales.
Según el Instituto Nacional de Estadísticas y de Estudio (Insee), la covid-19 destruyó 715.000 empleos en Francia y ahora el 18% de los franceses termina el mes en rojo y otro 8% estaría en peligro de caer en la precariedad, aunque el último trimestre del año pasado empieza a dar señales de optimismo, con una subida del 0.8%. Francia se enfrenta a un aumento de la desigualdad (hasta 5 puntos), de la precarización de las clases medias y del paro juvenil (que alcanza hasta un 16% en el último trimestre de 2021, pese a la ligera bajada general). Es verdad que su PIB nacional está próximo a alcanzar niveles previos a la pandemia y la inflación, aunque supera el 5%, ha subido menos que en países vecinos, pero el problema es que eso no está llegando a los bolsillos de los ciudadanos, ahondando en la sensación de burocracia inútil, nuevamente, aunque ya no la lleven a cabo los partidos tradicionales.
Como en todo el entorno europeo y más allá, la energía es una puñalada en cada hogar de Francia a fin de mes. Según el Insee, en febrero la inflación alcanzó un récord de 3,6% frente al mismo mes del año pasado, un nivel que no se veía desde hace tres décadas. No consuela que sea mal de muchos. La gente quiere respuestas de su presidente. Macron ha dicho en campaña y ante las instituciones europeas que apuesta por “bloquear” el precio de la electricidad y reformar el mercado eléctrico, pero todo es lento, y las facturas hay que pagarlas, aún. Con su oponente coincidía en impulsar la nuclear (supone el 70% de la energía que quema Francia), que la ciudadanía avala, pese a los riesgos, por el abaratamiento que traería.
Luego están las pensiones. La población envejece y no hay relevo claro. Macron reconoce que el sistema de pensiones actual es “insostenible” y plantea una reforma urgente, que pasa por un aumento progresivo de la edad de jubilación de los 62 a los 65, con el fin de proteger la hucha de las pensiones. Plantea la subida del montante mínimo de las pensiones a los 1.100 euros, además. Le Pen quería reducir la edad de jubilación hasta los 60 para aquellos que hubieran comenzado a trabajar a los 20 y mantenerla a los 62 para el resto. Hay división de opiniones en esta horquilla y se aguarda un debate intenso y, posiblemente, con protestas en las calles.
Entra en liza el medio ambiente. Los franceses están concienciados y no quieren cambios que no sean sostenibles y respetuosos. El movimiento verde joven es imparable. Las asociaciones preservacionistas han avisado que el nuevo presidente tiene que asumir que esta es la última legislatura en la que de verdad se pueden hacer cosas para que el calentamiento global no sea irreversible. Le queda mucha agenda verde en el cajón por cumplir a un Gobierno que, el año pasado, fue hasta condenado por no hacer lo suficiente. Un fallo histórico.
En el final de la campaña, el ganador ha reconocido que “no había pensado lo suficiente” en los males de la Tierra y que ahora se ha caído del caballo, al fin, y su visión nueva buscará “una nación ecológica” para sus convecinos. Primer reto: cumplir con la reducción en un 40% de la emisión de gases de efecto invernadero para 2030, que ahora tiene mal, muy mal.
El liderazgo internacional y la guerra
Ahora la guerra de Ucrania todo lo abarca. Macron no sólo tiene que hacer frente a las consecuencias económicas y al nuevo modelo energético que habrá que pactar en Europa, sino que la vertiente diplomática es esencial en un hombre que, tras la marcha de la alemana Angela Merkel, quiere el cetro comunitario.
Su papel negociando con Vladimir Putin en los primeros estadios de la contienda ha sido tremendamente elogiado, pero ha servido de poco. Tendrá que decidir si sigue en esa línea, a la desesperada, o si entiende que la mano dura y las sanciones son la única vía e impulsa nuevos castigos. La guerra es cosa de todos, como le gusta repetir al ucraniano Volodimir Zelenski, pero Macron debe calibrar cuánto de eso acaba siendo política doméstica y cuánto le puede alejar de sus problemas en casa, acuciantes.
Hay algo claro: el liberal se ha mostrado siempre como un líder proeuropeo, por lo que Bruselas estará tranquila con eso. No es la Marine Le Pen que odia a la UE. De Macron se espera que apuntale su reciente apoyo intenso a la OTAN -de la que dijo que estaba en “muerte cerebral”- y que siga liderando proyectos como el de la Brújula estratégica, el plan para que Europa sea más independiente en cuestiones defensivas y hasta, quien sabe, forme su propio ejército (del que el galo es el mayor valedor).
Una nación por unir
Los resultados electorales de estas elecciones presidenciales han acabado por confirmar el declive de los partidos tradicionales franceses -el socialista y los Republicanos de la derecha- y han puesto en evidencia la tendencia de los votantes a decantarse por las nuevas formaciones, como En Marcha! y la Agrupación Nacional, que carecen de experiencia larga en El Elíseo. Pero como las formaciones de siempre siguen y las nuevas aún no son la panacea, la división se agiganta, la desafección por los sistemas democráticos y sus sistemas es inmensa. La pena es que eso pase en Francia, que es el espejo en el que todos querrían mirarse.
Le Pen lo ha dicho al reconocer su derrota: hay una Francia olvidada y ellos la tendrán en cuenta. Francia no es Estados Unidos, no hablamos de la polarización Biden-Trump, hasta con resultados electorales no reconocidos por los republicanos, pero en las calles la pelea cala, el recelo al otro, al considerado adversario. Macron tiene por delante el reto de coser a una sociedad que confió en él hace cinco años, porque pensaba que tenía la receta a sus problemas económicos y sociales, y se ha quedado apenas con unos hilvanes de los planes prometidos. Es verdad que la coyuntura no ha ayudado, pero Macron tampoco ha sido el líder hacedor que vendió.
Recomponer el país es, quizá, su misión más sensible si no quiere que la ultraderecha, de una vez por todas, tome la bandera de la justicia social y la dignidad y le arrebate la presidencia a quien sea que se presente dentro de cinco años. Los datos son históricos para la Agrupación Nacional y asoma la nariz el polemista Éric Zemmour, que se ha desinflado como fenómeno social pero ha superado a partidos de siempre como Los Republicanos o el Partido Socialista. El bloque de derecha radical, en el que se encuentran ambos candidatos, aglutinó más del 30% de los votos. Es preocupante que esos ciudadanos no encuentren otro abrigo bajo el que guarecerse.
De momento, el primer reto de Macron, inmediato, será sobrevivir a la batalla con la derecha extrema en las elecciones legislativas de junio, ya que el equilibrio de fuerzas que conforme el parlamento será crucial para facilitar o entorpecer la puesta en marcha de políticas concretas en la legislatura del próximo jefe de Estado. El nuevo presidente deberá asegurarse una mayoría en la Asamblea Nacional, en la cita del 12 y 19 de junio próximos, para poder llevar a cabo su programa. En la actualidad el partido de Macron ocupa 267 de los 577 escaños, lo que junto a los 57 del centrista MoDem, su aliado, le hace tener el control de esa cámara. De no repetirlo, sacar sus propuestas adelante será casi imposible.