Los refugiados rohingya corremos el riesgo de volvernos invisibles
Cuanto más nos quedemos en Bangladesh, más probable es que nuestra complicada situación desaparezca de la agenda internacional.
Cuando llegamos por primera vez a nuestro campo de refugiados, uno de los muchos establecidos en Cox’s Bazar, Bangladesh, pensé que estaríamos de regreso en Myanmar en dos o tres meses. Algunos de nuestros vecinos todavía estaban allí y mi aldea todavía estaba intacta. Nuestro campo estaba muy cerca de la frontera entre estos dos países, por lo que pensé que regresar sería fácil.
Eso fue hace cuatro años. Y mi casa ya no existe, quedó reducida a cenizas, hace mucho tiempo.
Si alguien me dijera de volver ahora, pensaría que está loco, simplemente es imposible. No hay medios legales para regresar, solo formas ilegales. Queremos una solución adecuada, razonable y justa, porque somos ciudadanos de Myanmar. Si renunciamos a nuestros derechos y decidimos regresar, ¿qué pasaría con nuestro futuro?
Por supuesto, no quiero decir que no queramos volver a casa, queremos volver lo antes posible. Nadie quiere ser refugiado. A veces me siento como si no fuera humano. Me siento como si estuviera viviendo en lo profundo de un bosque con animales salvajes, sin ninguna posesión, sin educación, sin seguridad, ni siquiera libertad. Pero queremos regresar preservando nuestros derechos y sabiendo que estaremos a salvo. Para que este proceso tenga éxito, las autoridades de Bangladesh deben hablar con nosotros e involucrarnos en las discusiones, de la misma manera que involucran a otras partes y países. Cuanto más tiempo permanezcamos en Bangladesh, más me temo que el tema de los rohingya se irá saliendo progresivamente de la agenda internacional hasta que simplemente nos volvamos invisibles.
Aquí en los campos, nuestro acceso a la atención médica es muy limitado porque la mayoría de instalaciones médicas solo brindan atención básica. No hay atención disponible para los casos más graves, y las crecientes restricciones supuestamente vinculadas a la COVID-19 dificultan cada vez más la búsqueda de opciones fuera de los campos. Los pacientes que requieren cirugía de emergencia o atención médica avanzada pueden tener problemas en los controles de salida de los campos. Lo mismo ocurre con las personas que padecen enfermedades crónicas o problemas de salud mental; a veces no se les permite salir de los campos a tiempo y faltan a sus citas o se quedan sin medicamentos.
Hay pocos bancos de sangre en los campamentos y la falta de coordinación entre las autoridades y las ONG a veces provoca pérdidas de vidas. Los miembros de la Asociación de Jóvenes Rohingya, que puse en marcha para apoyar a mi comunidad, intentan donar sangre cuando es necesario. Pero no es suficiente. Recientemente, recibimos una alerta de un paciente crítico solo 20 minutos antes de su fallecimiento. No pudimos salvarlo.
Entendemos, por supuesto, que la COVID-19 plantea un grave problema de salud y, por lo tanto, requiere algunas restricciones de movimiento. Pero es necesario que haya excepciones, al igual que las hay para los ciudadanos fuera de los campos.
Una vez más, a veces nos sentimos como si no fuéramos seres humanos dignos. Antes, algunas familias en los campos tenían ingresos muy pequeños pero esenciales. Quizás ganaban entre 20 y 30 dólares al mes, pero todo esto ha desaparecido por las restricciones relacionadas con la COVID-19. Estas restricciones han provocado que las personas dependan totalmente de la comida que proporcionan las organizaciones humanitarias, pero que apenas es suficiente para sobrevivir.
Mi sueño es convertirme algún día en abogado y defender nuestra causa en los tribunales internacionales. El gobierno de Myanmar usó la ley para cortar nuestros derechos, por lo que debemos poder contraatacar con la ayuda de la ley. Pero nuestros jóvenes no están familiarizados con la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, un documento internacional adoptado por la Asamblea General de la ONU que consagra los derechos y libertades de todos los seres humanos, que dice que todos somos iguales ante la ley. Pero en los campos no recibimos formación básica sobre estos conceptos básicos para empoderar a nuestros jóvenes. Conozco algunas universidades alrededor del mundo que nos darían la oportunidad de cursar estudios, pero las autoridades han impedido que esto suceda.
Si finalmente no podemos continuar con nuestra educación, vamos a perder una generación entera. Si tenemos que quedarnos aquí durante 10 años, ¿qué pasará con nuestros hijos?
A pesar de estos desafíos, intento no perder la esperanza.