Los odiosos ocho de la cultura libre
Los grupos más buscados con la obligación moral de enfrentarse a la cultura privativa.
1. Los informáticos
El movimiento del software libre y los defensores del código abierto cambiaron el paradigma de la sociedad digital. La cultura libre ya tiene gurús y mártires en el ámbito de la informática. Además, los programadores inspiraron a otros para luchar por un mundo basado en el conocimiento libre.
Sin embargo, algunos informáticos desengañados o aburridos de la ética hacker reemplazaron las cuatro libertades del software libre por el pragmatismo del código abierto. Y después les dio igual el código y la libertad. La duda sobre cuándo sería el año de GNU/Linux en el escritorio (los ciudadanos tendrían alternativas libres a los sistemas operativos de Microsoft y Apple) se convirtió en un chiste repetitivo.
Cuando la gente común ninguneaba a los linuxeros, estos aseguraban que el software libre era para cualquiera. Cuando un usuario sin grandes conocimientos informáticos les hacía caso y tenía problemas con Linux o con cualquier programa libre, entonces esas élites informáticas respondían: "Es que no es para todo el mundo". Los informáticos se aburrieron del símbolo del pingüino (la cooperación horizontal en comunidades abiertas) y optaron por el Leviatán (la jerarquía en comunidades cerradas).
Si el viejo manifiesto hacker ya no sirve, habrá que reescribirlo y sacar una nueva versión.
2. Los científicos
La cultura hacker ha encontrado a una nueva valkiria: Alexandra Elbakyan, conocida entre los más entusiastas como la Robin Hood de la ciencia. La joven activista libera artículos científicos. A pesar de esta (cuasi) delictiva insumisión, su traición es una raya en el agua. La comunidad científica, salvo honrosas excepciones, cree en la neutralidad axiológica de la ciencia (la ciencia sería objetiva, así sin más, como si la noción de objetividad no tuviera una historia cultural), una forma de eludir el compromiso ético en su quehacer.
La cultura libre no se alzará con la victoria sin la participación de los científicos en la lucha por el acceso abierto.
3. Los editores
El control sobre todos los derechos de autor se ha convertido en algo impracticable, de ahí que las licencias Creative Commons reserven solo algunos derechos, sin que esto atente contra el mercado.
El lobby de los libros de texto y otros materiales educativos merece una reflexión profunda. ¿De verdad es necesario pagar cada año por los libros de los estudiantes cuando se podrían elaborar manuales cuyo contenido fuera de dominio público? ¿Se nos seguirá llenando la boca al hablar de educación mientras apoyamos en la sombra a comerciales y editores?
En cuanto a los libros electrónicos, nadie se sorprende de que los ebooks no terminen de despegar. El prolongado estancamiento no tiene que ver con la piratería, sino con la esquizofrenia de los formatos (en papel y digital), que se negocian de forma independiente (así lo hacen las agencias literarias). Hay que reconocer que algunas editoriales pequeñas ya dan un código de acceso para la versión digital con la compra del ejemplar en papel.
4. Los periodistas
Entramos en terreno pantanoso. Después de todo, escribo en un periódico digital. Las filtraciones de Wikileaks son un tema muy espinoso, pero no el único. La piratería informacional se puede evitar con más honestidad y mejores regulaciones, mientras que la piratería en general disminuiría con la armonización de las leyes de propiedad intelectual; las soluciones más sensatas aparecen en el Remix de Lawrence Lessig, un reformista convencido y uno de los padres del movimiento por la cultura libre.
Los periodistas son la punta de lanza de un conocimiento libre y compartido. La censura y la autocensura son los grandes desafíos que tendremos que encarar. ¡Este artículo será una prueba conspicua de la libre circulación de ideas!
5. Los artistas
La cultura privativa de algunos artistas es una performance llena de hipocresía: poetas que escriben para ellos mismos, novelas sin un lector implícito o cineastas que aprovechan subvenciones públicas para despreciar abiertamente al espectador. Contra la clausura artística se han levantado muchos museos y algunos gestores culturales de arte contemporáneo (el CAC es gratuito). La gratuidad no implica libertad, pero tampoco la obstaculiza.
6. Los magos
Los círculos de magos son como estrambóticos masones que aprenden el arte del ilusionismo, cerrajeros mentales que se aprovechan de la ignorancia ajena. La magia y el mentalismo son juegos intelectuales fabulosos, pero su idolatría por aquello que aparentemente desafía los hechos naturales da pábulo a los feligreses de las pseudociencias.
La ilusión y el asombro no se desvanecen con una magia más abierta al público. Como cuenta Alex Stone en Engañar a Houdini, revelar los trucos de magia fue una práctica habitual en el pasado, lo que alimentaba la competencia y el avance de este arte. Un truco de magia verdaderamente imposible sería revelar los secretos de los magos y no ser repudiado por el gremio.
7. Los intelectuales
La cultura privativa ha encontrado aliados en todas partes. Autores como Robert Levine alimentan la guerra cultural desde las hipérboles más dañinas. En Parásitos, Levine asegura que la industria musical ha sido devastada (no se plantea que haya habido grandes errores y cierto deseo reprimido por la autodestrucción) y que las series de televisión como Mad Men están en peligro por los llamados oportunistas digitales. Otros autores como Andrew Keen vociferan que Internet no es la respuesta. Deberíamos buscar intelectuales equilibrados que no generen miedos basados en el desconocimiento de la materia.
8. Los políticos
Los políticos tienen que mejorar las leyes de transparencia. A propósito, los editores (el tercer grupo odioso) podrían traducir el clarividente ensayo de Michael Schudson sobre el origen de la cultura de la transparencia. Una política opaca ensombrece a todos sus odiosos compañeros de viaje y los anima a ser forajidos de la cultura libre.
Créditos finales
Quentin Tarantino se enfureció cuando supo que el guión de Los odiosos ocho se había filtrado. Pese a todo, el cineasta entendió que los abusos que puedan darse en la cultura libre no eran motivo suficiente para dejar de deleitar a sus incondicionales.
Queda pendiente la secuela de estos odiosos ocho, cuyo título provisional será Los siete magníficos del periodismo.