Los “mantenidos” de las colas del hambre dan su versión
Lamentan la falta de ayudas y la banalización por parte de Díaz Ayuso: “Si no fuera por la asociación, no sé qué sería de mi vida ahora mismo”.
Rogelio Poveda ya no recuerda la última vez que se fue a pasar el día a la montaña, y eso que es una de sus grandes pasiones. En el último año, este electricista aficionado al montañismo y a la fotografía sólo ha descansado una semana. El resto, ha asistido religiosamente cada sábado al reparto de alimentos que se hace en el número 67 de la calle Quero de Madrid, y que él mismo gestiona.
Además de electricista y montañero, Rogelio es el presidente de la Red de Apoyo Mutuo de Aluche (RAMA), hermana pequeña de la Asociación de Vecinos de Aluche (AVA), y encargada de proporcionar alimentos a 700 familias del barrio desde hace un año, cuando comenzó la pandemia.
Cada sábado, la sede y los alrededores de la Red de Apoyo Mutuo se convierten en un hervidero de gente y actividad. Allí se dan cita una parte de los 120 voluntarios de la asociación, y unas 350 personas apuntadas para recibir alimentos cada dos semanas. La Red de Apoyo Mutuo nació en abril de 2020 como una necesidad en el barrio de Aluche, uno de los más humildes de Madrid, y como tal se ha mantenido gracias al trabajo de los voluntarios y a las donaciones de personas anónimas, de marcas y de comercios de la zona. Sin ayudas gubernamentales.
Si algo ha recibido la asociación por parte de las instituciones han sido desplantes. Cuando la AVA denunció en redes que los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Madrid derivaban a familias necesitadas a las asociaciones vecinales, el delegado de Familias, Igualdad y Bienestar Social, José Aniorte, respondió que la denuncia formaba parte de “la campaña electoral”, y acusó a la AVA de Aluche de “intentar usar la pobreza para hacer política”.
Tampoco la actitud por parte del Gobierno de la Comunidad de Madrid ha sido mejor. En un mitin la semana pasada, su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, llamó “mantenidos subvencionados” a las personas que recurren a “las colas del hambre” en busca de alimentos. “Crean ciudadanos de primera y de segunda”, dijo Ayuso como crítica al Gobierno central. “De segunda, los mantenidos subvencionados que ellos crean como las colas del hambre para que la gente dependa de ellos”, lanzó la presidenta madrileña.
Han pasado tantas cosas en una semana de campaña electoral que casi nadie se acuerda ya de estas polémicas palabras. Casi nadie, salvo quienes todavía hoy, más de un año después del comienzo de la pandemia, siguen engrosando esas “colas del hambre”.
Luisa es voluntaria de la Red de Apoyo Mutuo de Aluche y receptora de alimentos, y reconoce que le sentaron “muy mal” esas declaraciones. “No soy una mantenida, desgraciadamente tengo que recurrir aquí porque es el único medio que tengo para poder seguir”, aclara. “Yo quiero trabajar, quiero hacer algo útil en lo que sea, pero no hay nada”, lamenta.
La mujer vive con su marido y su hija, y ninguno de ellos trabaja. Ella perdió su empleo a raíz de la pandemia, y al verse desocupada empezó a colaborar con la asociación. A la vista de que la situación en su casa se iba recrudeciendo por momentos, la mujer se inscribió también como receptora de alimentos. “Nunca antes había tenido que ir a pedir comida. Es la primera vez que lo hago, y gracias a esto estamos subsistiendo”, dice. Luisa asegura que en todo este tiempo no ha recibido ninguna ayuda: “Si no fuera por la asociación, no sé qué sería de mi vida ahora mismo”.
Como Luisa, unos 40 voluntarios de la Red son también receptores de alimentos. “Estas personas no son vagas”, razona Rogelio Poveda, presidente de RAMA; “son gente a la que, por la crisis que ha habido, le ha tocado, y en lugar de mendigar, han decidido echar una mano a sus vecinos y compañeros para que entre todos salgamos adelante”, sostiene. “La señora presidenta por lo menos podía mirar al que tiene al lado o a los que no son capaces de tirar hacia adelante”, pide Poveda.
Gabriela es madre soltera de dos hijos, y desde hace un año también recibe alimentos y colabora como voluntaria. “Vi que la labor que estaban haciendo era guay, y como me quedé sin trabajo, me involucré a ayudar”, cuenta. Ella trabajaba en un restaurante “en negro”, y con la llegada del virus su jefe la despidió sin derecho a paro, ERTE o indemnización.
“No he recibido ninguna ayuda”, denuncia Gabriela. Por eso ella se toma “fatal” que se les trate de “subvencionados”. “No somos mantenidos; nadie quiere que le mantengan”, exclama.
Gabriela echa en falta un soporte por parte de las administraciones. En su caso, sólo una vez durante la pandemia recibió un “cheque” de Servicios Sociales para hacer la compra en un supermercado. “Tengo dos niños, eso no es suficiente”, se queja. “De verdad te lo digo; si no fuera por la asociación, estaría pasándolo muy mal”, reconoce la mujer.
El cheque al que se refiere Gabriela es la ‘tarjeta familias’, una medida del Ayuntamiento de Madrid para que las familias más vulnerables puedan comprar lo necesario en los supermercados. Hasta el 5 de abril, se habían entregado 3.117 tarjetas de las 27.000 que estimaba ofrecer el consistorio; es decir, no más de un 11%.
“Eso es una gota en un mar de agua”, lamenta Jordi Escuer, socio de la AVA de Aluche desde hace 30 años. “El propio Ayuntamiento estima que 600.000 personas en la ciudad de Madrid van a necesitar de ayuda pública en algún momento para salir adelante. ¿Y sacan 3.000 tarjetas? Se ríen en nuestra cara”, dice. “Si no fuera por el movimiento vecinal, hay mucha gente que no comería. Y aun así hay mucha gente pasándolo mal, porque lo que pueden hacer las asociaciones de vecinos es muy limitado comparado con un Ayuntamiento con 5.000 millones de presupuesto”, denuncia Escuer. “En un país ‘rico’, hay miles de personas que las están pasando canutas para poder comer. Si lo piensas, es de locos”, zanja. “Es tremendo que la sociedad se acostumbre a que haya gente pasando hambre cuando hay millonarios, cuando se bajan los impuestos a las rentas más altas, y cuando tenemos un Ayuntamiento con superávit”.
La Federación Española de Bancos de Alimentos (FESBAL) calcula que actualmente asiste a más de 1,5 millones de personas en todo el país, casi 600.000 más que antes de la pandemia. En Madrid, las redes solidarias estiman que en el último año han ayudado a más de 50.000 personas. En concreto, la red de Aluche, una de las más consolidadas, ha atendido a más de 2.500 personas vulnerables entregando casi 500 toneladas de comida, 9.000 kilos por semana.
Rogelio Poveda explica que el perfil de la gente que se apunta para recibir alimentos en la Asociación es muy variado, y aunque destaca el carácter “obrero” del barrio, reciben solicitudes de todo tipo. “Ahora mismo acaba de llegar un ingeniero de Príncipe Pío que lleva ocho meses sin cobrar y le han dicho que aquí damos comida”, cuenta. Ante estos casos, los organizadores no saben muy bien qué hacer, pues en un principio el reparto estaba limitado a personas de Aluche en situaciones extremas, pero al final suelen encontrar un hueco para ellos.
“Ahora ha bajado un pelín el nivel de solicitudes, pero la situación aguda es más grave, porque lo que ahora pide la gente ya no es sólo comida, sino algo de material económico para poder pagar la habitación donde duermen”, explica Poveda. “Con lo que les damos, no les da para poder vivir”, reconoce.
Mari sabe perfectamente de lo que habla Rogelio. Ella se pasó todo el invierno durmiendo en la calle porque en noviembre se le acabaron los ahorros que guardaba, y tuvo que dejar la habitación por la que pagaba 200 euros al mes. “Me quedé en la calle y me busqué la vida”, dice. “Primero me fui al parque, pero llovía, se me mojó todo, la ropa de cama olía fatal, y dije: ‘Me voy a morir aquí’. Al final me fui debajo del puente, con cartones, mantas que me dejaron, un carro de la compra con mis cosas y para adelante”, cuenta la mujer con entereza.
Durante los cinco meses que durmió al raso, no hubo un solo día en que los vecinos no le acercaran un café con leche o “una sopita por la noche”, y Mari ahora les devuelve esa generosidad colaborando cada semana en el reparto de alimentos de la Red de Apoyo Mutuo. “Aporto lo que puedo, y lo que ellos me dan es una bendición”, describe.
En marzo, Mari empezó a cobrar el Ingreso Mínimo Vital, y pudo volver a la habitación que alquilaba. Ahora le gustaría terminar un módulo de pastelería que empezó, porque quiere trabajar. Mientras tanto, se dedica a “ayudar a la gente”. “Quiero ser voluntaria, me meto donde sea para ayudar”, dice.
Carla, portuguesa afincada en Madrid desde hace 20 años, es voluntaria como Mari, y si ella no ha pedido ayuda todavía es precisamente porque ve casos tan extremos que siente que otras personas lo necesitan más que ella. Casada y con un bebé, Carla tuvo que dejar de trabajar limpiando casas para ocuparse de su hijo.
“No es que no necesite ayuda”, reconoce la mujer. “Mi marido trabaja, y llegamos justos a fin de mes, pero llegamos”, explica. “Aquí hay gente con una situación muy mala. Hay abuelitas que vienen, tienen a los hijos y a los nietos en casa, y están cobrando una pensión de 400 euros”, señala. “A mí no me sobra, pero esta gente necesita mucho más”, asegura.
A Carla se le “revuelve” el estómago cuando piensa en las palabras de la presidenta de la Comunidad de Madrid en relación con las personas que hacen cola para recibir ayuda: “Lo que ella dice y lo que yo veo es totalmente distinto”. “Un día la invitamos si quiere venir a las colas, y que hable con las familias, que se dé cuenta de la vida que tienen, que vea que lloran, que muchas veces dicen ‘lo siento’, pero necesitan desahogarse”, relata. “Ya no es sólo venir a por una bolsa de comida, muchas veces te cuentan su situación, y nosotros intentamos dar el apoyo que podamos, porque tampoco somos psicólogos especializados”, explica la mujer.
Rogelio Poveda tampoco sabe “a quién se refiere [Díaz Ayuso] cuando habla de mantenidos y subvencionados”. “Aquí lo que hay es gente muy trabajadora, muy humilde, a la que le ha pillado la crisis por medio y no tiene otra salida más que la que le estamos ofreciendo nosotros”, replica. “Es una vergüenza que esta señora diga esto cuando lo que tenía que hacer era poner medios”, lamenta el presidente de RAMA, que apela a los “derechos humanos” para señalar que “cuando alguien cae hay que levantarlo, no pisarlo”. “Nosotros no sólo estamos dando alimentos; estamos dando apoyo”, asegura.