Los ingeniosos hidalgos de la mascarilla: 9 formas de utilizarla mal que vemos cada día
La imposición de la mascarilla ha desenmascarado el egoísmo o la inconsciencia de numerosos ciudadanos que hacen un uso negligente de ella.
Si hay un objeto, un símbolo, en el que se materializa y se ve reflejado el cambio que ha supuesto en las vidas de todos esta pandemia, ese es la omnipresente mascarilla. Su uso obligatorio es una de las principales y más conspicuas medidas que se han puesto en marcha en España y en numerosos países para tratar de disminuir la rampante tasa de infecciones por coronavirus. Está demostrado que el empleo de este dispositivo facial disminuye significativamente la probabilidad de contagio.
No obstante, basta salir a la calle en muchas localidades de toda España para poder ser testigo de la laxitud con la que muchos conciudadanos se aplican la norma, a pesar de que se ha alertado por activa y por pasiva de los peligros de no llevar correctamente ajustada la mascarilla. Se trata de actitudes a la hora de usarla, mezcla de egoísmo (por no querer soportar la posible incomodidad que ocasiona) y de inconsciencia (por despistes, ignorancia o imprudencia), que constituyen una negligencia y que, en definitiva, ponen en riesgo la salud de quienes no la llevan adecuadamente y, sobre todo, de quienes les rodean.
Estas son las modalidades más frecuentes de uso imprudente de la mascarilla:
El uso de la mascarilla ajustada en la perilla es un verdadero hit. Se trata de uno de los comportamientos negligentes más típicos que puede observarse en lo que al uso de este dispositivo se refiere: tanto la boca como la nariz, las grandes puertas de entrada y salida del coronavirus, quedan sin cubrir. Llevar la mascarilla en la perilla hace que la efectividad de esta barrera para evitar contagios se reduzca hasta exactamente el 0%. Para lo que sí puede servir es para evitar recibir una multa de 100 euros si aparece algún agente de la autoridad. O como babero. No deja de ser otra muestra más de insolidaridad de las que la pandemia está dejando en evidencia.
En muchas ciudades y municipios españoles existen zonas verdes y paseos que ofrecen la posibilidad de estirar las piernas y respirar aire fresco. Muchas de ellas cuentan con carriles bici, aunque en otras la calzada es usada indistintamente por ciclistas y viandantes. No es raro ver a ciclistas o a familias con niños que aprovechan los soleados días estivales para pedalear por estas zonas. Sin mascarilla. ¿Si se va a pie por un paseo transitado hay que llevarla pero, en cambio, si se va en bici por ese mismo paseo no hay necesidad de ello? Aún no existe ningún estudio, ni científico ni pseudocientífico, que señale que el coronavirus respete a los ciclistas...
España es el país con mayor densidad de bares y restaurantes del mundo. Ir de cañas, tapas, pintxos, a tomar café... es parte de nuestra idiosincrasia, de nuestra forma de socializar. Las terrazas exteriores de estos establecimientos son un oasis en el que, previa consumición, es posible despojarse de la mascarilla de forma legal. En muchos lugares, sin embargo, estas terrazas están situadas en plena la vía peatonal, a pocos centímetros del espacio destinado al tránsito de los peatones. Aunque lo recomendable es quitarse la mascarilla tan solo en el momento de beber o llevarse algo a la boca, habitualmente es posible observar a varias personas hablando a pleno pulmón o riendo a carcajadas entre trago y trago durante un buen rato, creando aerosoles cargados de coronavirus (si fueran portadores) en torno a una mesa junto a la que tienen que pasar los viandantes para realizar sus desplazamientos.
Otra modalidad de lucir mascarilla de forma negligente que ha triunfado es aquella en la que el individuo se la ajusta justo por debajo de su nariz, lo que ayuda a realzar y subrayar los rasgos respingones, aguileños, chatos u ondulados de las respectivas napias, pero el caso es que, a efectos de protegernos y proteger a los demás frente al coronavirus, podría decirse que llevar la mascarilla con la nariz asomando es tan eficaz como usar un preservativo cortado por la mitad para prevenir un embarazo no deseado. A este respecto, existen estudios científicos recientes que muestran que las células de la nariz son un punto clave de entrada a nuestros organismos para el virus.
En el paisaje postcoronavirus es posible ver fumadores que llevan la mascarilla descolocada mientras van dando caladas a sus cigarrillos. La ley lo ampara. Para muchos, que los fumadores puedan seguir exhalando humo en terrazas y otras zonas transitadas resulta problemático y contradictorio respecto a las medidas de seguridad adoptadas para evitar posibles contagios por coronavirus. Sanidad ha establecido que se puede fumar siempre y cuando se respete la distancia de seguridad mínima de dos metros. Sin embargo, algunos fumadores se aprovechan de esta ‘bula’ para fumar mientras caminan, incumpliendo la norma por unos segundos cada vez que pasan cerca de otro viandante.
Los runners proliferan, al igual que los ciclistas, en las zonas verdes y paseos de toda España. En muchas de ellas es posible encontrar a estos corredores ejercitándose sin mascarilla por sendas en las que comparten el espacio con otros transeúntes. Su pretexto para no llevarla: hacen deporte y necesitan respirar a un ritmo mayor. El problema es que, precisamente por ello, su actividad cardiorrespiratoria se eleva y se convierten en verdaderos aspersores de coronavirus en forma de aerosoles, en el caso de que estuvieran infectados. A veces es posible hasta ver las pequeñas partículas de esputo que desprenden a su paso. Es por este motivo que algunas voces expertas han puesto el foco en los runners y han pedido que se regule mejor la práctica de esta actividad deportiva.
No vaya a ser que los escasos milímetros de celulosa impidan que se les escuche. Para muchas personas, bajarse la mascarilla a la hora de decir algo se ha convertido casi en un acto reflejo. Parecen ignorar (o directamente pasar) del hecho de que es precisamente al toser, estornudar, jadear o hablar cuando es más probable que una persona infectada proyecte a través de su boca y orificios nasales diminutas partículas que se convierten en aerosoles y que pueden portar el coronavirus, sobre todo si se habla con algún decibelio de más y si se hace sin mantener la distancia de seguridad mínima de dos metros.
Los hay... Fin de la cita.
Una mascarilla quirúrgica desechable, el tipo más común, es eficaz durante cuatro horas de uso continuado. A partir de ahí, su utilidad como barrera protectora comienza a decrecer. El precio máximo de estas mascarillas fue regulado por el Gobierno, que lo fijó en 0,96 euros, de modo que es posible encontrarlas por debajo de este coste. A pesar de ello, teniendo en cuenta su “vida útil”, si un ciudadano sale cotidianamente a la calle a trabajar o a realizar cualquier actividad que suponga permanecer más de cuatro horas fuera de casa, debería utilizar y desechar entre una y dos mascarillas como mínimo a diario, lo que supone un desembolso mensual que bien puede superar los 60 euros. Quizá por eso, o simplemente por dejadez, más de uno reutiliza las mascarillas gastadas una y otra vez. Lo mismo ocurre con las reutilizables que hay que lavar o a las que hay que cambiarles el filtro. Estos usos negligentes de la mascarilla pueden llegar a causar lesiones cutáneas en el rostro, aparición de hongos y otras infecciones.