Los Fondos Europeos pueden cambiarte la vida, pero todavía no lo sabes
El futuro empieza ahora.
Durante estos meses, los pasillos de los Ayuntamientos son pura electricidad: concejalías diseñando proyectos de gran envergadura, funcionarios quemándose las pestañas para terminar informes, técnicos apurando la calculadora para que todo cuadre y todos corriendo para cumplir los plazos.
¿Qué plazos? Pues uno de los tantos para optar a algunos de los paquetes de los milmillonarios Fondos Europeos que están llamados a transformar nuestras ciudades para hacerlas más sostenibles, justas y prósperas.
El futuro empieza ahora. Eso sí, sin que mucha gente lo sepa.
Basta con cruzar la calle y tomarse un café para escuchar que las conversaciones de los vecinos sobre política van por otros derroteros. Se habla de la última polémica, de alguna declaración subida de tono o de un tweet inoportuno... Parecen dos mundos distintos. Tal vez lo sean.
Pero… ¿qué es lo que está en juego?
Para no quedarnos encerrados en lo técnico: estamos hablando de que una ciudad tenga en sus barrios cargadores eléctricos para coches, de hacer más eficaz el transporte público, de que puedas llegar a la ciudad de al lado en bicicleta por un carril seguro, de que tus hijas e hijos puedan respirar aire limpio, de que la tienda de tu barrio empiece a vender por internet o de que tu Ayuntamiento empiece a producir su propia energía limpia para bajar la factura de la luz, entre otras tantas cosas.
Estos fondos tienen partidas tan variadas como, por mencionar solo algunas, la movilidad sostenible, las energías limpias, la vivienda, el impulso del comercio local, la sostenibilidad de los servicios públicos o la digitalización de la administración. Partidas que también son una oportunidad para transformar nuestra economía y crear empleo, aunque esto merecería un artículo aparte.
Pero lo cierto es que mucha gente desconoce todo esto. Hace ya tiempo que los ritmos mediáticos no es que se hayan distanciado de los ritmos de la gestión, sino que incluso parecen haberse escindido completamente.
Sería ventajista echarle la culpa sólo a los medios de comunicación, aunque hay mucho de eso. Durante demasiados años la política en general y la administración pública en particular se han alejado de la gente. Un peligroso viaje hacia la tecnocracia donde te hace falta un manual de instrucciones y un diccionario para sobrevivir a una conversación plagada de tecnicismos, siglas o procedimientos tan complejos que no caben en un titular.
Si nuestras vecinas y vecinos no son conscientes de lo que nos estamos jugando es difícil que puedan hacer una fiscalización efectiva de estos procesos. Hablamos no sólo de un problema de comunicación, sino sobre todo de un problema democrático: no se puede debatir, premiar, castigar u opinar sobre algo que no se sabe que existe.
Esto viene aparejado al gran reto que tiene la administración pública española tras décadas de recortes y legislaciones que premian la burocracia mientras desincentivan la acción: ¿Se encuentran las estructuras del Estado en los diferentes ámbitos (estatal, autonómico y municipal) preparadas para gestionar tal cantidad de fondos y garantizar que se ejecuten?
O, dicho de otra manera, ¿serán nuestras instituciones capaces de que esos miles de millones lleguen a la gente en forma de servicios públicos, empleos o mejoras para su barrio? O, aún más simple, ¿llegará el dinero a la gente?
Esta cuestión no debería pasar desapercibida. En un tiempo donde la acción de los poderes públicos se revaloriza, debemos de tener instituciones con la capacidad de actuar y la vocación de liderar las grandes transformaciones de nuestra época. Y si para lograrlo hay que destinar nuevos recursos o poner en marcha reformas valientes, habrá que hacerlo cuanto antes.
Si no, la oportunidad histórica de los Fondos Europeos corre el riesgo de transformarse en leña que avive el fuego del descontento. Y esto es algo que nuestra democracia, acechada por el delirio ultra, no se puede permitir.