Los eufemismos del tirano
Estos líderes políticos y sus partidos subsisten gracias a las hermosas excusas que se inventan y tras las que se parapetan.
“En democracia, los tiranos crecen a la sombra de los eufemismos que el pueblo, ya sea por desidia o ignorancia, se esfuerza en tolerar”.
Después de la violenta irrupción que los seguidores del presidente saliente Trump perpetraron hace unos días contra el Congreso de los Estados Unidos, y digo violenta irrupción porque no había visos de que fuese algo siquiera parecido a un golpe de estado (faltaban, al menos, organización y un muy potente apoyo armado para prosperar y ser tomado así como tal), se produjeron las consiguientes reacciones a tan extraordinario y simbólico suceso. Ciñéndonos a nuestro melindroso espacio político, las más paradójicas de estas reacciones se dieron entre políticos y doctrinarios de izquierda. Al leerlas con el detenimiento e incredulidad que se merecen, solo pude preguntarme, ¿por qué la gente odia a quienes en el fondo son como ellos mismos?
Horas después de lo sucedido, por ejemplo, Pablo Iglesias escribía en redes sociales, en una suerte de síntesis ventajista, que «el modus operandi de la ultraderecha» pasaba por el uso de «la mentira descarada como arma política» y por la «subversión de los mecanismos institucionales cuando no le son favorables». Ante estas declaraciones, absurdas por el hecho de provenir precisamente de él, tan aficionado a fomentar la discordia y las bajas pasiones, parece obligado preguntarse ¿por qué considera Pablo Iglesias que la mentira y la subversión son privativas de la ultraderecha? Podemos añadir aún, ¿alguna vez ha recurrido o alentado Pablo Iglesias a la práctica de estos modus que atribuye y desprecia en sus oponentes? Mucho me temo que el líder de Podemos lleva tantos años escudándose en su deslustrada metáfora de cabalgar contradicciones que ha terminado por convertirse él mismo en una. Esto no representaría en sí mismo un problema si no arrastrase tras de sí a tantas personas que, por ceguera o voluntad propia, creen en la verdad de sus principios y en los de su partido; un partido que es cada vez más suyo en tanto posesión.
No hace falta echar la mirada muy atrás para darse de bruces con acciones y proclamas de Iglesias que encajan a la perfección con las propuestas antidemocráticas y fascistas que tanto dice repudiar. Recientemente, se han puesto de relieve aquellos días de octubre de 2016, como ejemplo paradigmático de esa enfermiza pasión antidemocrática, en los que Iglesias y los suyos no aceptaron el resultado de unas elecciones y llamaron a rodear el Congreso para intimidar a los parlamentarios por el Gobierno que instituían (¿desde cuándo esta acción puede ser tenida ya como acción democrática, cuando está fundada en el rechazo al resultado de unas elecciones libres?). Si bien aquello no incurrió en un asalto formal al Congreso, no dejó por ello de basarse en las mismas ideas de no aceptación del resultado de las urnas, tal y como se puede leer en el manifiesto escrito para la ocasión: «Ante el golpe de la mafia, democracia. No a la investidura ilegítima» o «Al final el golpe del régimen se ha consumado. Será un Gobierno ilegítimo de un régimen ilegítimo», eran algunas de sus proclamas. ¿No aprecian el aire de familia con la peligrosa rabieta de Trump y los suyos? El propio Pablo Iglesias llegó a decir en el Congreso, «me debo al honor de mi patria y de los ciudadanos, no al honor de esta Cámara». Quien no vea la miseria y el descrédito en el corazón de esta frase y de quien la dice es porque no le conviene.
Aquel día, en torno al Parlamento español, hubo desde luego violencia física y verbal, predominó el insulto y el lanzamiento de objetos a los diputados de pensamiento contrario al de los manifestantes: Iglesias y Garzón (¿se acuerdan de cuando éste último, en abril de 2017, puso la sospecha en la empresa Indra y en que podía haber amañado las elecciones?), entre otros tantos hoy fingidamente escandalizados por lo sucedido en Washington, se posicionaron felizmente del lado de estas acciones y proclamas antidemocráticas, que para ellos eran entonces, eufemísticamente, no solo democráticas sino justas: a todas luces tenían por único fin la intimidación de los diputados y carecían del espíritu, honradez y sentido democrático que hoy se arrogan. En aquel caso, huelga decirlo, toleraron y avivaron ese modus operandi, claro, porque lo estimaban provechoso para dar cumplimiento a sus anhelos y caldear el ambiente. En todo caso, no parece probable que un Gobierno nacido de semejantes perspectivas y personas pueda desarrollar cualidades que favorezcan la existencia y recorrido de un régimen democrático.
En el Partido Popular y en Ciudadanos están presentes hoy los vicios habituales del quehacer político, que son de orden práctico e insalvables, por desgracia, en cualquier Estado que mantiene a tanto político profesional y tanta burocracia. Sin embargo, en el PSOE de Sánchez, así como en Podemos y Vox, se presentan los vicios más nocivos para el correcto desenvolvimiento de la vida y el futuro de la democracia española: se afanan en mantener una guerra de orden espiritual, mientras la realidad queda desatendida y despreciada, como quienes vivimos en ella. Estos líderes políticos y sus partidos subsisten gracias a las hermosas excusas que se inventan y tras las que se parapetan. Ceban con ellas los corazones de sus votantes, nunca sus cabezas, llenándolos de inclinaciones insinceras y deformantes. Así, en democracia, los tiranos crecen poco a poco a la sombra de los eufemismos que el pueblo, ya sea por desidia o ignorancia, se esfuerza en tolerar: Iglesias, Sánchez y Abascal tienen que perder su influencia política para que España pueda ser un país en el que se pueda vivir en libertad y sin miedo.