Los derechos de las personas trans son derechos humanos
Las personas trans forman parte de la maravillosa diversidad que hace grande a la especie humana: ni son una teoría ni son personas con disforia.
No está de más recordar la idea -aparentemente radical- de que todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos, sin importar el sexo, la orientación sexual, la religión, la cultura o cualquier otra cuestión. Todas las personas, todos los seres humanos, en todas las partes del mundo, tienen derecho a tener derechos, al disfrute total y exhaustivo de todos los derechos humanos que les son inherentes por el mero hecho de ser, de existir.
Por tanto, los derechos de las personas trans son derechos humanos. Negar esta cuestión es, sencillamente, relegar a las personas trans a una categoría sociocultural (y ontológica) inferior a la de los seres humanos. Algo que, como otras formas de odio, no solo es execrable moralmente sino que está perseguido en buena parte de las legislaciones del mundo, y por supuesto condenado en el derecho internacional de los derechos humanos. El proyecto Trans Murder Monitoring recogió más de 2.000 asesinatos en 66 países a personas trans entre 2008 y 2016 (un asesinato cada 2 días), la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea arrojó que una tercera parte de las personas trans encuestadas afirmaba haber sufrido violencia en los últimos cinco años. Con estos datos, es incomprensible que aún tengan cabida debates acerca de la identidad de las personas trans, teorizando sobre si pueden ser más o menos lo que afirman ser en base a no se sabe bien qué planteamientos teóricos. El odio es odio, aunque se le pretenda revestir de academicismo pomposo.
A principios del siglo XX también tuvieron lugar en las universidades occidentales debates sobre si a las personas negras se las podía considerar o no personas, el llamado “racismo científico”. Parece que a punto de llegar a la cuarta parte del siglo XXI, hemos cambiado el “racismo científico” por la “transfobia científica”. Por eso no está de más insistir, repetir y proclamar que los derechos de las personas trans son derechos humanos. Hasta la última de las consecuencias. Las personas trans no son una teoría, ni un sujeto sobre el que poder pontificar: las personas trans son seres humanos, no un experimento de academia. Las personas trans no son una “ficción jurídica” como afirmaba el panfleto transfóbico que salió de la Secretaría de Igualdad del PSOE que lidera Carmen Calvo: “ficción de hembra” es un concepto que inventó el franquismo para referirse a las mujeres trans; jamás pensé que ese término sería de nuevo traído al presente, y menos aún de manos de un partido progresista. La dignidad de las personas trans tampoco es objeto de debate o de discusión, como se pretendió en la Escuela Feminista del PSC Dolors Renau, que llevaba por título Teoría Queer: ¿caballo de Troya?.
Según Naciones Unidas, “la identidad de género hace referencia a la vivencia que una persona tiene de su propio género. Una personas trans puede identificarse con los conceptos de hombre, mujer, hombre trans, mujer trans y persona no binaria”. Y todo esto es válido, porque la realidad es poliédrica y diversa. Pretender introducir a todo el mundo en dos únicos cajones posibles y mutuamente excluyentes (hombre-mujer) no hace otra cosa que generar sufrimiento y dolor en miles de seres humanos, no hace otra cosa que ahondar en la discriminación que afecta a las personas trans. Además de que en esos dos cajones cada vez cabe menos gente.
Se habla mucho de la teoría queer, que se equipara intencionadamente a las personas trans, pero la mayoría de personas trans no son queer, y muchos queer no son población LGTBI. Asimilar esta teoría a personas trans es interesado y perverso: se utiliza la crítica feroz a la teoría queer como un escudo para poder atacar sin piedad a las personas trans en general, y a las mujeres trans en particular. Detrás de buena parte de las críticas a la teoría queer se esconde simplemente odio a las personas trans, sin nada más que lo sustente. Se esconde un supremacismo biologicista que defiende que sólo las personas que nacen con vagina son mujeres de verdad, y que todo lo demás no podrá entrar en la categoría de mujer. Nunca y bajo ninguna circunstancia.
Hay mujeres que tienen pene y hay hombres que tienen vagina. Hay mujeres que fecundan y hombres con capacidad de gestar. Hay hombres y mujeres que se han sometido a un cambio de sexo genital y hay otros que no, y son tan hombres y mujeres como los primeros. Las personas trans forman parte de la maravillosa diversidad que hace grande a la especie humana: ni son una teoría ni son personas con disforia. Son seres humanos, en toda su dimensión, y han venido al mundo a ser felices, o a intentarlo, como cualquiera de nosotros. Mi lucha siempre será la lucha de las personas trans, que no es otra que la lucha por el reconocimiento de la identidad, por el reconocimiento de ser quien se afirma ser, sin intérpretes ni intermediarios.