Los deberes del PSC
Los socialistas catalanes se han convertido en la opción para los que desean una salida negociada al 'procés', pero deben realizar autocrítica y traducir las palabras en hechos.
El laberinto que caracteriza la política catalana actual —en la que, por sorprendente que parezca, siempre es posible ir a peor— ha situado el PSC como el partido al que se dirigen las miradas de aquellos que priorizan una salida a la permanente rueda de hámster en la que se ha convertido el procés. El PSC, probablemente más por descarte que por convicción, se ha convertido en la opción común entre los que desean una salida intermedia y los que adoptan el pragmatismo como eje de actuación, frente los que continúan refugiándose en las políticas de bloques, a pesar del pésimo resultado que han ofrecido.
Ciertamente, el PSC no es la única opción que actualmente apuesta por una vía pragmática. ERC —tras haber tensionado al máximo la cuerda en 2017 y haber abortado una salida negociada en los turbulentos días de finales de octubre— es ahora no solo la principal voz en el terreno independentista, sino también la que abona explorar todas las opciones del diálogo.
Asimismo, Catalunya en Comú se ha erigido en constructor de puentes, si bien su obsesión para que estos se muevan únicamente en el ámbito de la izquierda le impide tener un papel suficientemente transversal, como necesita la sociedad catalana. Pero la diferencia del PSC respecto a estas dos formaciones es que dispone en su haber —y en su larga trayectoria como partido de gobierno— un currículum más sólido y mayores garantías de seriedad y rigor acumuladas.
Pero el PSC tiene también unos cuantos deberes por cumplir, no sólo por su responsabilidad indirecta en los hechos de octubre y su renuncia a mantenerse en una vía intermedia (la alianza implícita con PP y Cs en su oposición a la apuesta independentista es una sombra que le acompañará durante largo tiempo), sino, especialmente, porque su papel crucial y relevante en la política española actual debería traducirlo en hechos y resultados que vayan bastante más allá de las palabras.
La carpeta catalana de Pedro Sánchez tiene dos urgencias que necesitan avanzar sin más dilación: la mesa de diálogo y el indulto de los presos políticos. La primera, debe esperar a que los partidos catalanes decidan qué Govern surge del 14F, pero, mientras tanto, el Ejecutivo central está en condiciones de preparar propuestas destinadas a corregir los agravios que Cataluña sufre en financiación e inversión pública por parte del Estado.
Pero donde realmente los socialistas han de mover pieza con determinación es en facilitar los mecanismos para solucionar la barbaridad y el despropósito que implica que los líderes independentistas continúen en la cárcel o sin poder volver a casa. Algo, por cierto, en Europa continúa sin entenderse. Sin una rápida solución de este asunto —que tiene el apoyo de una parte muy mayoritaria de la sociedad catalana, superior a los votantes independentistas—, no hay salida posible al conflicto.
El PSC fue la lista más votada en las elecciones del 14F, un éxito sin duda significativo. Más aún cuando el procés dejó el partido roto y sin una de las dos almas que formaba parte de su génesis y que le había permitido jugar un papel central, junto a CiU, en la política catalana durante tres largas décadas.
Sin embargo, el PSC actual, con 33 diputados, está lejos de tener la representatividad que obtuvo con Pasqual Maragall —que logró 52 escaños en 1999 y gobernaba municipalmente a un 75% de los catalanes—. La pérdida de robustez y de transversalidad, a pesar de su recuperación actual, hace más necesario aún actuar como una rótula que encaje las diversas piezas en el complejo rompecabezas catalán. Lo contrario le somete a la política de bloques.
Por este motivo, los socialistas deberían empezar a dar signos evidentes que actúan como cosedores en vez de tejedores de una de las dos telas catalanas. Algo totalmente contrario a lo que hizo Salvador Illa en campaña —para atraer a los votantes de Cs—, cuando subrayó que no habría independentistas en su Gobierno.
Precisamente, lo que necesita Cataluña es todo lo contrario: un Gobierno con independentistas y constitucionalistas y que las decisiones se empiecen a tomar pensando en los 7,5 millones de catalanes y no únicamente en la mitad. Si no, el PSC corre el riego de jugar un papel similar —si bien, con otro estilo y maneras— al de Ciutadans en la anterior legislatura, que, tras ganar las elecciones, fue incapaz de mirar más allá de su mitad.