Los cinco líderes que peor han gestionado la pandemia
La pandemia aún no ha terminado, pero estos líderes mundiales ya han ocupado su lugar en la historia por no haber combatido eficazmente el mortal coronavirus.
La covid-19 es increíblemente difícil de controlar y, en este sentido, los líderes políticos son solo un elemento más dentro de la tarea que supone gestionar la pandemia. Pero algunos líderes actuales y pasados han hecho muy poco para combatir los brotes en sus respectivos países. Le han restado importancia a la gravedad de la pandemia, han despreciado a la ciencia o han ignorado indicaciones médicas fundamentales, como la distancia social o la obligatoriedad de las mascarillas. Todos los nombres de la siguiente lista cometieron al menos uno de estos errores, y algunos los cometieron todos (con trágicas consecuencias).
India es el nuevo epicentro mundial de la pandemia, ya que en este mes de mayo está registrando una cifra media de 400 000 nuevos diarios. A pesar de lo nefasto de las cifras, estas no son capaces de reflejar todo el horror que se está viviendo allí. Los enfermos de covid-19 están muriendo en los hospitales porque los médicos no pueden darles ni oxígeno ni tampoco ninguna medicina eficaz, como el remdesivir. Los enfermos son abandonados en las puertas de las clínicas, donde ya no hay camas libres.
Muchos indios culpan a un hombre de la tragedia que vive el país: el primer ministro Narendra Modi.
En enero de 2021 Modi declaró en un foro internacional que India “había salvado a la humanidad conteniendo el coronavirus de forma efectiva”. En marzo, el ministro de Sanidad del país afirmó que la pandemia estaba llegando a su “fin”. En esos momentos, sin embargo, lo que estaba haciendo el covid-19 era ganar fuerza, tanto en India como en el resto del mundo (pero el Gobierno de Modi no se preparó para posibles contingencias, como por ejemplo el surgimiento de una cepa del virus mucho más contagiosa y letal).
A pesar de que el virus aún no se había superado por completo en muchas zonas del país, Modi y otros miembros de su partido celebraron multitudinarios actos de campaña antes de las elecciones de abril; muy pocos de los asistentes llevaban mascarilla. Modi también autorizó un festival religioso en el que participaron millones de personas y que se celebró entre enero y marzo. Las autoridades sanitarias opinan que en ese festival se produjo una enorme expansión del virus, y ahora lo consideran “un inmenso error”.
El año pasado, y mientras Modi proclamaba sus éxitos, India, el mayor productor mundial de vacunas, envió diez millones de dosis a sus países vecinos. Sin embargo, a principios de mayo de este año, solo un 1,9 % de los 1.300 millones de habitantes del país tenía la pauta completa de la vacuna contra el virus.
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, no solo ha fracasado a la hora de hacer frente a la covid-19 (que él denominó burlonamente “gripecilla”), sino que ha trabajado activamente para agravar la epidemia.
Bolsonaro usó sus poderes constitucionales para interferir en asuntos administrativos del ministerio de Sanidad, como por ejemplo la elaboración de protocolos clínicos, la divulgación de datos y la adquisición de vacunas. Vetó leyes como las que habrían hecho obligatorio el uso de mascarilla en los centros religiosos o las que habrían servido para compensar a los profesionales sanitarios, especialmente golpeados por la pandemia. También puso trabas a los esfuerzos de los gobernadores de los estados por impulsar el distanciamiento social, y del mismo modo se ha valido de su poder de imponer decretos para permitir que muchos negocios pudieran seguir abiertos bajo la excusa de ser “esenciales”, lo que incluyó a espás y gimnasios. Bolsonaro también hizo agresivas campañas en favor de medicamentos cuya eficacia contra la covid-19 aún no ha sido probada, sobre todo la hidroxicloroquina.
Bolsonaro se ha valido también de su imagen presidencial para condicionar los debates sobre la crisis del coronavirus. Así, ha alentado el falso dilema entre la ruina económica y el mantenimiento de la distancia social, y siempre ha tergiversado lo que ha dicho la ciencia. Ha culpado de la situación a los gobiernos regionales, a China y la OMS, y nunca ha asumido ninguna responsabilidad por la gestión de la pandemia en su propio país.
El pasado diciembre Bolsonaro declaró que no se pondría la vacuna por los efectos secundarios. “Si tú te quieres convertir en un cocodrilo, es tu problema”, afirmó.
La mala gestión de la pandemia por parte del presidente ha creado conflictos incluso dentro de su propio Ejecutivo, y es que el país ha tenido cuatro ministros de Sanidad en menos de un año. La gestión descontrolada del virus ha facilitado el surgimiento de nuevas cepas, incluida la variante P.1, que parece ser muy contagiosa. Y aunque la tasa de contagio de COVID-19 en Brasil parece que por fin empieza a bajar, la situación sigue siendo preocupante.
Son numerosos los países que han respondido a la pandemia de covid-19 con políticas trágicamente equivocadas. Sin embargo, en nuestra opinión, los peores líderes están entre ese puñado que ni siquiera ha optado por medidas ineficaces, sino que en lugar de ello se ha decantado por el negacionismo total.
Alexander Lukashenko, el autoritario líder de Bielorrusia que lleva tantos años en el poder, nunca ha reconocido la amenaza de la covid-19. Al principio de la pandemia, y mientras otros países estaban decretando confinamientos, Lukashenko decidió no aplicar ninguna medida restrictiva para frenar la expansión del virus. En lugar de ello, afirmó que el virus podía evitarse bebiendo vodka, yendo a la sauna y cultivando los campos. Este negacionismo radical hizo que todas las medidas preventivas y de asistencia sanitaria recayeran en los ciudadanos de a pie y en campañas de crowdfunding.
Durante el verano de 2020 Lukashenko afirmó que había contraído covid-19, pero que era asintomático, lo que le permitió seguir insistiendo en que el virus no era una amenaza seria. Esa supuesta superación de la enfermedad, junto con el hecho de que realizaba las visitas a los hospitales sin mascarilla, reforzaron su imagen de hombre fuerte.
Bielorrusia acaba de empezar con el esfuerzo de vacunación, pero Lukashenko ya ha afirmado que él no se vacunará. En este momento menos del 5 % de los ciudadanos ha recibido alguna vacuna contra la COVID-19.
Trump ya no está en el poder, pero su mala gestión de la pandemia sigue teniendo devastadoras consecuencias a largo plazo para Estados Unidos (sobre todo para la salud y en el bienestar de las comunidades de color).
La negación inicial de la pandemia por parte de Trump, la propagación activa de desinformación sobre la necesidad de ponerse la mascarilla y sobre los tratamientos contra la enfermedad y, por supuesto, su liderazgo errático dañaron al país en su conjunto. Pero las consecuencias fueron mucho peores para unos grupos que para otros. Las comunidades de color están sufriendo unas tasas desproporcionadas de contagios y muertes. Así, por ejemplo, a pesar de que afroamericanos y latinos suponen solo un 31 % de la población total del país, acumulan el 55 % de los casos de covid-19. Los nativos americanos presentan una tasa de hospitalización 3,5 veces mayor que los blancos, mientras que su tasa de mortalidad es 2,4 veces más alta.
Las tasas de paro tampoco guardan una correlación demográfica. Durante lo peor de la pandemia en Estados Unidos, la tasa de desempleo de los ciudadanos de raíces latinas subió al 17,6 %, la de los afroamericanos al 16,8 % y la de los ciudadanos de ascendencia asiática al 15 %. Frente a ello, el nivel de desempleo entre los blancos fue del 12,4 %.
Estas profundas diferencias ampliaron las desigualdades que ya existían en términos de pobreza, calidad de la educación y dificultades relacionadas con el acceso y disfrute de la vivienda. Y lo más probable es que estas desigualdades sigan aumentando en el futuro. Por ejemplo, mientras que el conjunto de la economía estadounidense ya muestra signos de recuperación, el progreso económico de las minorías muestra menores niveles de pujanza.
Por último, después de que Trump culpara a China de la covid-19 (lo que llevó aparejado términos racistas como “gripe kung fu” –kung flu–) se produjo un aumento inmediato de las agresiones a estadounidenses de origen asiático y a personas originarias de islas del Pacífico, que se incrementaron en tasas de dos cifras. No hay indicios de que este tipo de ataques vaya a disminuir.
La Administración Trump apoyó desde el principio el desarrollo de la vacuna, un logro que pocos líderes mundiales pueden apuntarse. Pero la desinformación que extendió el expresidente y la retórica anticientífica que exhibió siguen dificultando el camino de Estados Unidos hacia el fin de la pandemia. Las últimas encuestas apuntan que el 24 % de los estadounidenses (y el 41 % de los republicanos) se niega a vacunarse.
El 9,2 % de los mexicanos infectados por covid-19 ha fallecido, lo que convierte a México en el país del mundo con la tasa de mortalidad más alta por esta enfermedad. Las últimas estimaciones apuntan a que el número de muertos asciende a 617 000, una cifra parecida a las de Estados Unidos e India, que sin embargo cuentan con poblaciones mucho mayores.
Una combinación de factores ha favorecido la incidencia prolongada y letal de la pandemia en México… Y un liderazgo inadecuado ha sido uno de ellos.
A lo largo de la pandemia, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, buscó minimizar la gravedad de la situación del país. Al principio de la pandemia se resistió a imponer un confinamiento nacional y siguió celebrando actos por todo el territorio antes de que, finalmente, el 23 de marzo de 2020 México cerrara durante dos meses. López Obrador rechazaba a menudo ponerse la mascarilla.
López Obrador, que heredó un mosaico de servicios de salud infrafinanciados cuando llegó al poder en 2018, incrementó sólo ligeramente el gasto sanitario durante la pandemia. Los expertos afirman que los presupuestos de los hospitales son insuficientes para hacer frente a la inmensa tarea a la que se enfrentan.
Antes incluso del estallido de la pandemia, desde el año 2018, López Obrador ha estado aplicando una política de austeridad fiscal extrema. Esto ha provocado que la gestión de la crisis sanitaria sea mucho más compleja, pues ha dejado escaso margen para prestar ayuda financiera a individuos y empresas. Se trata de una situación, por otro lado, que no solo agravó el impacto económico de la pandemia en sí, sino que además aumentó la necesidad de mantener la economía abierta durante todo el año pasado; de mantenerla abierta incluso durante la terrible segunda ola de invierno, de la que en este momento México solo se está empezando a recuperar.
Finalmente imponer otro confinamiento resultó inevitable, y México volvió a cerrar brevemente en diciembre de 2020.
Hoy el uso de la mascarilla es voluntario, y México solo ha vacunado al 14 % de su población, cifra que en la vecina Guatemala se reduce al 2 %. Las cosas están mejorando, pero a México aún le queda mucho camino por andar en la senda de la recuperación.