Los apóstoles del 'tienesque'
Desorientados, cansados, hartos.... son estados de ánimo ideales para esas personas que, cargadas de razones o no, se dedican a espetarle al prójimo ’lo que tiene que hacer’.
Desde que la pandemia nos sacudió el guantazo más gordo que recordamos, andamos todos un poco desmadejados. Unos desorientados, otros cansados, otros hartos y otros con la irritación siempre encendida. De esa que no les deja ni a sol ni a sombra, como si fueran escocidos por los caminos de la vida. No solo lo sabemos porque nos lo notamos, sino porque los psicólogos tienen las consultas a reventar (curioso esto de que un virus haya normalizado la asistencia emocional profesional). Lo inferimos también porque leemos más (por fin), aunque la verdad es que no sabemos si es porque queremos saber más del mundo o porque queremos escapar de él. Y lo sabemos también porque está en la calle. Que es donde están las cosas que importan.
Es imposible estimar cuánto durará esto de ir terciados por la vida, pero lo cierto es que este estado de ánimo es un caldo de cultivo ideal para los apóstoles del tienesque. Que son esas personas que, cargadas de razones o no, se dedican a espetarle al prójimo ’lo que tiene que hacer’. A veces son consejos más o menos intrascendentes (“tienes que beber más agua”) y en otros va empaquetada una vida (“tienes que divorciarte”).
Es un misterio por qué, mientras que el mundo derrapa hace tiempo por el fango de la incertidumbre, hay personas que lo tienen todo clarísimo. Y, mientras tenemos a la bolsa dando botes, a los analistas de todo pelo tirándose de los mismos y, lo que es más importante, al ciudadano medio sin saber si ahorrar o aberrar, los apóstoles antes citados, los del ′tienesque’, siempre saben qué pensar y hacer. En todo momento y lugar. En toda situación. Da igual lo que seas o lo que hagas, o tu historia o tus posibles: tienes que beber más agua y tienes que divorciarte. Y punto.
El caso es que nadie se bebe los prescriptivos dos litros diarios de agua, ni estudia todos los días, ni, o lo hacen cuando no deberían. Pero ellos, los apóstoles del tienesque, erre que erre, queriendo enderezar a todo el mundo, cual siguiendo un mandato de verdad evangélico. Como si su salud, su descanso o su serenidad dependieran de que uno cumpliera sus mandamientos.
Algunos de estos proselitistas del pensamiento preclaro y propio han emprendido la apostólica guerra de las hierbas. Y, te pase lo que te pase, desde un mareo en el ascensor a un cólico nefrítico, siempre saben cuál es el tratamiento. Son profusos en recetar tisanas, infusiones y paños untados en ungüentos. A veces incluso te prescriben, así a saco y sin que lo hayas pedido, rituales que acompañan el potingue de turno: hamamelis, melaleuca alternifolia, durundurun, tuvidia insanica o nux vomica. Y todos los nombres suenan como si Harry Potter hubiera abierto un herbolario.
También están los que van sobrados en finanzas y dicen poder arreglarte la vida en un periquete. Animándote a renegociar tus deudas, a cambiar de hipoteca, a comprarte un enchufable o a enchufarte a las criptoincógnitas. Esas que suben y suben hasta que bajan y bajan. Lo que es curioso es que, en manos de uno de estos apóstoles, en lugar de sentir seguridad siempre experimentas una inquietud espumante y ansiosa. Como si presintieras que, de seguir alguno de sus consejos, tu vida se esfumaría como el polvo cuando pasa el aspirador.
Pero los verdaderos apóstoles del tienesque, los que están en el punto más alto de la cadena trófica, son los que se comportan como si pudieran manejar tu vida entera como un niño maneja un yo-yo (un niño de los de antes, claro). Estos sí que saben de todo. Lo mismo te curan de un espanto que de una depresión de caballo. Y lo mismo remiendan tu vida amorosa que te largan cómo educar al crío. Son pozos de saber, templos del conocimiento, oráculos de la existencia humana que se partirían la caja ante el mismísimo Sócrates, porque él solo sabía que no sabía nada. Y ellos sí que saben. De todo y mucho.
Y así discurre nuestra vida, entre crisis y crisis, y entre pelma y pelma. Cabe preguntarse por qué la naturaleza dotó a los apóstoles del tienesque de ese gran don para la impertinencia. Es decir, la gran incógnita es qué papel en concreto juegan en la evolución de la especie humana. Aunque, bien pensado, seguro que ellos lo saben. Será cuestión de preguntárselo.