Los abuelos metralleta
Echarse al monte siempre es peligroso...
España es el país por antonomasia de los ‘pronunciamientos’ militares, de las asonadas esperpénticas y de los ‘golpes’. No hay sino que leer los Episodios Nacionales del canario Pérez Galdós, o repasar las hemerotecas de los últimos 44 años.
Franco estaba aún entubado en el hospital La Paz cuando ya una tramilla cívico militar conspiraba con la viuda para neutralizar la sucesión y puentear al rey. Pero Juan Carlos terminó por engañarlos a todos a su vez, afianzándose en el trono con su estudiada campechanía.
Desde que se inició la Transición, no conviene olvidarlo, más que nada para no repetir los errores, los atentados de ETA provocaron una ruptura en el seno de las Fuerzas Armadas entre quienes defendían meter los tanques en Euskadi y quienes defendían los procedimientos democráticos en la represión del terrorismo. Fue cuando en las asambleas y en actos castrenses muchos jefes y oficiales insultaban a Adolfo Suárez y al teniente general Gutiérrez Mellado con coro de abucheos cobardes. Ni a Suárez ni a Gutiérrez Mellado les tembló el pulso. Esto no lo vivieron quienes aún no habían nacido y creen en los unicornios rosas o morados.
Después vino el 23-F de 1981, que estuvo precedido por varios ‘temblores’, como los que anteceden al volcán. El mejor sismógrafo fue el minucioso repaso semanal y mensual de los titulares, los enfoques ponzoñosos y los editoriales exaltados llamando a la acción de la prensa de extrema derecha. Allí estaba todo. Hasta los detalles tácticos, escondidos en la tinta invisible.
La democracia fue asentándose rodeada de enemigos, o de peligrosos indiferentes. Siempre bajo la amenaza de las Brunetes fantasmagóricas, incluida la mediática. En ese ambiente, y a pesar de la utilización política-partidista del terrorismo por el nuevo líder derechista, José María Aznar, que rompió el ‘sentido de Estado’ que había mantenido Manuel Fraga Iribarne en esa cuestión concreta, la democracia fue dando pasos de gigante. No obstante, la posibilidad de que el PSOE ganara las elecciones de octubre de 1982, volvió a activar a los conspiradores habituales del franquismo incorrupto.
Pero los servicios de inteligencia detectaron el asunto, y con discreción, para evitar la alarma social, se neutralizó la operación. Sin embargo, algunas agrupaciones de la UCD y del PSOE tenían grupos dedicados a tomar medidas de emergencia por si acaso.
Mientras tanto, el PSOE no había cambiado a estas alturas su estrategia con respecto a la Alianza Atlántica, en la que Calvo Sotelo había metido a España en mayo del 82: ‘OTAN, de entrada NO’. La secuencia de unos hechos concretos determinaron que Felipe González cambiara de opinión y convocara un sorprendente referéndum el 31 de enero de 1986, que se celebraría el 2 de marzo, para respaldar la integración y pedir el SÍ en vez del NO, y que ganó contra todo pronóstico a pesar de la abstención oportunista de Fraga y su AP, que quería provocar una derrota socialista que abriera las puertas a unas nuevas elecciones. El presidente del Gobierno lo explicó en el Congreso, en declaraciones institucionales, en ruedas de prensa, en la costosa campaña que cogía al partido socialista exhausto financieramente… Se dieron muchas razones, y todas ellas de peso. Pero hubo una que no se citó aunque estaba en ciertos ambientes bien informados, pero discretos.
Poco antes el Gobierno había desarticulado otro golpe, pero en versión violenta, que sus autores intelectuales u operativos (periodistas ultraderechistas, gerifaltes nostálgicos del ‘Molimiento Nacional’, militares con brillantes medallas pero con las neuronas averiadas) denominaban ‘el zambombazo’. Era una burda imitación de la ‘Operación Ogro’ de ETA para asesinar al presidente del Gobierno, Almirante Carrero Blanco, el ‘vigilante’ del sucesor que había designado el generalísimo (sic) para controlar al menos los primeros pasos de Juan Carlos de Borbón y Grecia.
Toda Coruña sabía que el desfile del Día de las Fuerzas Armadas se iba a celebrar en el Cantón Grande el 2 de junio de 1985. Iban a asistir el rey y la Familia Real, las altas autoridades del Estado, la cúpula militar… Y como su propio nombre indica, la idea era un ‘zambombazo’ que los matase a todos. Se trataba de alquilar un bajo o semisótano comercial, excavar un túnel hasta el palco de autoridades y hacer estallar una potente carga explosiva. Pero fue otra chapuza, a Dios o a quien corresponda gracias.
Los servicios de inteligencia lo detectaron a tiempo y el Gobierno procedió con la mayor cautela. Hubo relevos, traslados… Durante unos diez años se mantuvo en secreto. Los primeros datos le llegaron al ministro de Defensa en los últimos meses de 1984. Al año siguiente, en diciembre de 1985, Felipe González lleva con relativa sorpresa el tema OTAN al XXX Congreso del PSOE, y propone pasar del NO al SÍ, con el rechazo del ala izquierda. Con evidentes prisas el 31 de enero de 1986 se convoca el referéndum para el 12 de marzo siguiente… FG consigue 9.000.000 de síes, frente a 6.872.421 noes. Fraga fue nuevamente aplastado por una realidad que se negaba a considerar.
Las razones que se dieron públicamente para el ‘SÍ quiero’ fueron varias y muy sólidas. Todas ciertas. La OTAN (y la CEE) necesitaban una inyección de autoestima en vena y un aviso a la URSS en aquellos momentos críticos de la Guerra Fría con la crisis de los misiles en el ‘teatro europeo’, en la que el Kremlin montó un teatro de variedades ‘pacifistas’ en las democracias occidentales.
Además, sin duda ese SÍ sería tenido en cuenta para que España pudiera incorporarse al proceso de unidad europea como una potencia regional fiable, comprometida con el catálogo de valores democráticos. Que Javier Solana llegara a ser secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y ‘Mister PESC’ de la UE fue una consecuencia de ese planteamiento.
Pero hubo otra razón que se planteó en reuniones de los comités asesores del PSOE en materia de seguridad y defensa y asuntos. ‘Europeizar’ –“civilizar”, sostenía uno de los primeros atlantistas declarados junto con Enrique Mújica– a los militares y acabar con sus intromisiones en la política. Terminar con los chantajes de los contadores de catástrofes y de los ignorantes de las reglas del juego. Se sostenía que el mejor antídoto era viajar, relacionarse con militares de otros países sólidamente democráticos, con otra ‘cultura’ militar. A mayores, esa relación, la participación en seminarios de estudios, maniobras internacionales, etc. mejorarían, como un fonendo de alta definición, los canales de información y el ambiente en los cuarteles.
El resultado está a la vista, aunque en los últimos tiempos haya vuelto la tentación redentora de la ‘pronuncianitis’. Los comunicados de militares en la reserva o exmilitares han ido in crescendo desde que Zapatero se metió en el charco catalán con la oferta de un nuevo Estatut, que nadie había exigido, pero que se le ocurrió a Pascual Maragall para competir con CiU en el voto más catalanista y, a la vista de los acontecimientos, obtuso a base del constante adoctrinamiento de un pujolismo sin vergüenza y sinvergüenza.
En el fondo, lo que piensan muchos militares –menos los descerebrados y seniles abuelos metralleta que en sus chat hablan de fusilar a 26 millones de hijos de puta, condición de la que contra toda evidencia se excluyen ellos motu proprio– es lo que piensan muchos, muchísimos, españoles y destacados dirigentes socialistas históricos. Consideran inadmisibles, insensatos y un punto suicidas no estrictamente los votos de ERC y Bildu a los PGE, sino las contrapartidas, cesiones, renuncias y, sobre todo, olvidos de una historia imposible de olvidar.
El problema, el punto de fricción, es que el uniforme militar y las medallas están reñidos con los pronunciamientos que interfieran en el normal funcionamiento del engranaje democrático. Porque, entre col y col, lechuga. Como en los antecedentes previos del 23-F y siguientes intentonas, todo este ‘carteo’ de las últimas semanas y meses ha venido precedido por una fría estrategia de intoxicación llevada a cabo por la prensa aliada con la extrema derecha y por predicadores trastornados que harían las delicias de los investigadores de la psiquiatría social, así como por los filibusteros de las redes sociales. Con las excesivas gotas –el veneno es la dosis, aseguraba Paracelso– de irresponsabilidad de una oposición trumpista y reaccionaria, que persigue el ‘cuanto peor mejor’.
No sé si Vox y otros engreídos ‘redentores’ se han leído bien la Ley de Ilegalización de Partidos Políticos. Porque hay muchas ‘batasunas’ sueltas. De extrema izquierda mesiánica o de extremada derecha. Nacional, o nacionalista.
Echarse al monte siempre es peligroso.