Lo que el corazón siente: ¿Tienen conciencia los animales?
Cada vez hay más evidencias de que los animales poseen los sustratos neurológicos necesarios para el desarrollo de la conciencia.
Según los últimos estudios sobre el comportamiento animal, la capacidad de establecer vínculos afectivos y de sentir empatía ante el dolor ajeno no es una característica exclusiva del ser humano.
Esto es algo que quienes convivimos día a día con animales hemos podido comprobar de primera mano en múltiples ocasiones. Hace algunos años yo mismo fui testigo de la siguiente historia.
Una noche de invierno, alertado por los ladridos de un perro que se había escapado de su dueño y los gritos desesperados de este por darle alcance, pude presenciar desde la ventana de mi casa cómo el perro penetraba en una colonia controlada de gatos, atacando a los que se encontraban en su interior en ese momento y dando muerte a un cachorro de un mes y medio de edad, pese a los intentos infructuosos de la madre por defenderlo. El cuerpo sin vida del bebé quedó tendido en el suelo, inmóvil entre unos setos. Entonces ocurrió algo que me dejó perplejo...
Primero, uno de los gatos de la colonia —un gato joven— se acercó al gatito fallecido, lo olió despacio y salió del lugar; a continuación, uno de los hermanos se aproximó y lo rozó suavemente con la pata, yéndose después; tras este, apareció otra hermana de la misma camada, la cual repitió la misma operación; y otro, y otro más sucesivamente fueron apareciendo de entre los arbustos… Todos los integrantes de la colonia se fueron acercando por turnos al gatito y, o bien lo olían durante unos instantes, o bien lo rozaban con sus patas y marchaban posteriormente. La madre fue la última en ir a su lado y la que más tiempo permaneció con el cachorro, volviendo un par de veces después.
Durante las cerca de cuatro horas que estuve observándolos, pude comprobar que ningún otro gato se acercó al cachorro fallecido. Lo que había presenciado no podía ser otra cosa —pensé— que el cortejo fúnebre de despedida por parte de quienes habían sido sus compañeros durante la corta vida del gatito; tras ello, estos lo dejaron descansar, tal y como hacemos nosotros con nuestros seres queridos cuando fallecen.
Tiempo mas tarde fui testigo asimismo de lo siguiente:
Acompañando a un amigo en el coche, observamos a lo lejos un objeto en el centro de la carretera. Al acercarnos más y bajarnos del vehículo descubrimos que se trataba del cuerpo de un gato de corta edad que había sido atropellado.
Aunque el cuerpo aparecía ileso, tenía la cabeza destrozada por el impacto. Sobre él, inmóvil, se encontraba otro gatito, debía ser de la misma edad. Al principio creí que ambos estaban muertos, pero pronto comprendí que el segundo cachorro —muy posiblemente su hermano— se encontraba perfectamente y que, con la cabeza apoyada en él, parecía abrazarlo.
Estuve un buen rato observando, hasta que otros conductores fueron llegando y comenzaron a impacientarse y a pitar. No fue fácil retirar el cuerpo del cachorro fallecido de la carretera. El que parecía ser su hermano no quería separarse de él. Al volver a subir al coche, pude ver cómo este se le acercaba de nuevo y cómo, acto seguido, volvía a abrazarse a él.
El verano pasado sucedió que… paseando frente a una colonia de gatos a la que alimentamos, descubrí un gato muerto. De nuevo, se trataba de un caso de atropello. Era un gato al que conocía bien. Tenía menos de un año, había sido abandonado en la colonia, junto al resto de cachorros de la camada, hacía unos meses.
A su lado se encontraba uno de sus hermanos. Me acerqué y trasladé el cuerpo del gato atropellado al interior de la colonia. El hermano nos siguió de cerca y también entró. A la espera de dirigirme al veterinario para acordar su incineración, dejé al gato fallecido en el suelo y cerré la puerta.
Dos horas más tarde volví. El hermano permanecía a su lado y allí siguió hasta bien entrada la noche. Luego se marchó y lo dejó descansar en paz.
Aunque aún hay mucho camino por recorrer, cada vez es más evidente por parte de la comunidad científica que los animales poseen los sustratos neurológicos necesarios para el desarrollo de la conciencia. Es algo que, quienes trabajamos con ellos desde diferentes ámbitos, sabemos desde hace mucho. Los animales son seres sintientes que aman, sufren, se solidarizan con el otro e incluso, dado el caso, son capaces de entregar su vida por aquellos a quienes aman.
Y es que no es lo que los ojos ven, sino lo que el corazón siente.