Lo que aprendimos del Tajogaite (El volcán de La Palma)
Aparte de permitir que los científicos estudiaran la primera erupción canaria del siglo XXI, también nos mostró que el futuro pasa por convivir con estos fenómenos.
El primer indicio vino del suelo, algo pasaba debajo. Los terremotos permanentes y la deformación del terreno hacían prever que más pronto que tarde se abriría la tierra. Los científicos del Instituto Volcanológico de Canarias (INVOLCAN) recuerdan los días previos a la erupción del Cumbre Vieja (hoy rebautizado Tajogaite por los habitantes de La Palma) como uno de los momentos de máxima tensión.
El suelo se abrió finalmente, tras una espera agónica, el 19 de septiembre de 2021. La naturaleza rajó la superficie terrestre después de varios días de empuje, se desembarazó de la tierra, los árboles y todo lo que la oprimía con la misma facilidad con al que se espantas las moscas. La primera erupción del siglo XXI en el archipiélago Canario acababa de empezar.
La previa: tensión y espera
Stavros Melitlidis trabaja en la red de vigilancia volcanológica del Instituto Nacional de Geografía (IGN). “Una semana antes empezamos a notar enjambres de actividad sísmica que se mantenían en el tiempo mucho más de lo normal, así que activamos los protocolos y pasamos el aviso a Protección Civil”, cuenta Melitlidis. Enseguida empezaron a coordinarse con los gestores y otras organizaciones de emergencias.
Cuando aparecieron las grietas, en el INVOLCAN ya estaban preparados. Nemesio Pérez es el coordinador científico de la institución. “Durante la semana previa empezamos a organizarnos y a analizar nuestras fortalezas y debilidades, solicitamos también la colaboración de científicos de reconocido prestigio de otros países”, cuenta Pérez en respuesta a las preguntas de El HuffPost.
En total 241 investigadores de 79 instituciones y 21 países distintos trabajaron bajo la coordinación de instituto canario.
Había que preparar equipos, coordinarlos, poner a prueba todos las herramientas para realizar las mediciones y observar una posible erupción. David Calvo, portavoz de INVOLCAN define aquellas jornadas como de “máxima tensión”. Y es que estos científicos jugaban por primera vez, utilizando un símil futbolístico, en casa.
“Había nerviosismo e incertidumbre. Vivimos esto con pasión pero también pensando en que puede afectar a la gente que conoces en La Palma, en que había mucha gente conocida que lo estaba pasando ya mal con los terremotos”, asegura Calvo.
Hawai, Italia, Guatemala, Nicaragua... Tanto Calvo como Pérez tienen una amplia experiencia en el estudio de erupciones volcánicas sobre el terreno después de haber participado en muchas de ellas por todo el mundo, pero esta fue diferente.
“La responsabilidad y carga emocional se multiplican por diez cuando uno tiene que lidiar con la gestión científica de una erupción que ocurre en tu comunidad. Por un lado, te esfuerzas en ser útil y no fallar, pero por otro lado eres muy consciente del dolor y la desesperación de la gente”, narra Pérez.
Aprender a convivir
De “la erupción más importante en Europa en los últimos 75 años”, como la valora Pérez, el principal aprendizaje que puede sacar la sociedad española es que tendrá que “convivir con los volcanes”. Para el experto, esto requiere de un empuje legislativo con “luces largas y cortas” que permita primar la cultura de la prevención frente a la de la emergencia, más costosa económicamente.
“A finales del pasado año les propuse a los presidentes [del Gobierno, Pedro] Sánchez, y [de Canarias, Ángel Víctor] Torres la necesidad de elaborar una ‘Estrategia Canaria para la Reducción del Riesgo Volcánico’ fundamentada en tres pilares básicos: conocimiento científico, participación ciudadana y consenso”, sostiene Pérez, que afirma que de no aplicarse dicho plan “no se habrá aprendido nada” de la erupción del Tajogaite.
Son muchos millones de euros enviados a La Palma destinados a la reconstrucción y a paliar las necesidades de los afectados. Sin embargo, y aunque son medidas necesarias, para Calvo son “parches” que podrían evitarse en el futuro con una buena planificación basada en, como apunta Pérez, “la ciencia, la participación ciudadana y el consenso” que permita que los daños se minimicen en el futuro.
Para Melitlidis, que lleva 16 años trabajando en la red de vigilancia volcánica, a la larga, todo el conocimiento que se ha recogido con la erupción de La Palma permitirá actuar para prevenir y reducir los daños de futuros desastres, que no se pueden “ni evitar ni frenar”. “Esa mitigación se basa primero en la educación tanto de la población como de los gestores de la emergencia, en concienciar en dónde estamos viviendo y en ciertas actuaciones como la planificación de la organización del territorio”.
Esta cuestión urge. Gracias a los avances en las técnicas de predicción y a la estadística, se sabe que es más que probable que en el futuro haya nuevas erupciones en las Islas Canarias. En base a la observación de las erupciones “de los últimos 600 años”, Pérez apunta: “la probabilidad de una posible erupción volcánica en Canarias sería del 2,9% para un año; 13,9% para cinco años; 25,9% para 25 años y 77,7% para 50 años”.
Perfeccionar el seguimiento
Aunque la “novedad” pueda hacer pensar lo contrario por haber sucedido en suelo canario, expresa Pérez, la erupción del Tajogaite no dista mucho de otros fenómenos volcánicos similares de tipo “estromboliano”. Sin embargo, sí que permitió afinar las técnicas de seguimiento y dio muchas respuestas sobre el comportamiento volcánico de Canarias.
En palabras del científico: “Nos permitió saber el tipo de materiales que se emiten, las dinámicas y la evolución a partir de la erupción. Yo creo que hemos rellenado un libro entero sobre el archipiélago Canario”.
Esta vigilancia integral de todo el proceso, ya que empezó antes de la eclosión del Tajogaite y continúa en la actualidad, ha asentado mucho conocimiento sobre cómo son estas disrupciones eruptivas.
“Quizás sea la erupción que más vigilada ha estado y de la que más datos hemos obtenido. Porque está la mirada puesta en los grandes volcanes que generan grandes peligros, pero en esta erupción hemos visto que un volcán pequeño, en un territorio determinado muy cercano a un núcleo puede ser un problema muy grave”, sostiene Meletlidis
La erupción de hace un año fue la primera oportunidad para probar la tecnología de medición del siglo XXI en Canarias. “Teníamos la experiencia del Teneguía de 1971 y de la erupción submarina de El Hierro, que al fin y al cabo nos limitó mucho las mediciones debido a su origen”, opina Calvo.
La revolución en el seguimiento fue, en gran medida, aérea. “La gran revolución fueron los drones, sin lugar a dudas. Su utilización masiva permitió observar la erupción desde una perspectiva completamente nueva y a hacer mediciones de una manera impensable hasta el momento”, cuenta Calvo.
Mediciones de azufre, fotografías en 3D, cámaras térmicas... una gran cantidad de artilugios que los estudiosos de los volcanes utilizan desde hace décadas fueron miniaturizados y montados en estas pequeñas aeronaves.
Para Calvo, esto supuso un antes y un después: “Cuando medimos el dióxido de azufre, por ejemplo, tratamos de capturarlo en el penacho volcánico y muchas veces con las coladas no se podía llegar. Entonces el dron te permite eso sin tener que preocuparte si la colada está en medio o no”.
El aprendizaje también pasó por todo aquello “que no se ve”, añade Melitlidis. Durante la erupción se utilizaron por primera vez todas estas tecnologías, que incluyen seguimientos por satélite o aviones no tripulados, para observar el antes, el durante y el después del fenómeno volcánico.
Las tareas que siguen a la erupción
Después de 85 días de destrucción y angustia, el volcán dejó de rugir, pero la normalidad tardará aún décadas en recuperarse. Las tareas de los expertos continúan a diario. “Durante la erupción se ve salir la lava y la gente lo ve. Ahora se cree que está parado pero siguen pasando muchas cosas. Eso es lo que se monitoriza ahora”, indica el portavoz del INVOLCAN.
Tras la devastación, la ciencia se afana en seguir el proceso del nuevo volcán. Calvo apunta a que hay que observar cómo evoluciona el “edificio volcánico”: “Por ejemplo, se producen derrumbes dentro del propio cráter, porque es muy joven y tiene que asentarse, lógicamente. En lo que respecta al magma en el subsuelo también sigue habiendo actividad, eso se mide con las estaciones sísmicas y con las estaciones geoquímicas”.
Esa actividad subterránea, por contra, no se queda ahí. Otro imperativo es medir las emisiones de Dióxido de Carbono (CO2) que se filtran a través de las grietas y aberturas del suelo. En muchos casos, en la actualidad, estas mediciones muestran niveles de concentración tan altos que son considerados “mortales” para las personas: “Los trabajos que hacemos en Puerto Naos y La Bombilla es medir los gases que no ve el ojo humano a través del suelo y que da tantísimos problemas en esas zonas, que siguen evacuadas”, detalla Calvo.
¿Cuánto puede durar esta situación? Para responder, Calvo tira de los antecedentes de otras erupciones: “El Teneguía entró en erupción hace 50 años y aún hay zonas que registran temperaturas que no están relacionadas con la incidencia del sol, de 50 o 60 grados. Muy probablemente, habrá zonas donde tendremos evidencias durante décadas de temperaturas del suelo elevadas, o emisiones de gas. Será un proceso muy largo”.
Esto no supone que durante décadas las poblaciones evacuadas vayan a permanecer así, pero sí mientras los niveles de gases nocivos sigan siendo elevados.
¿Se puede sacar algo positivo?
A pesar de que el volcán arrasó más de mil hectáreas y se tragó buena parte de los municipios de Tazacorte, El Paso y Los Llanos de Aridane, Nemesio Pérez, el coordinador del INVOLCAN hace una observación: “Nuestras islas se ha construido a base de numerosísimas erupciones volcánicas, si estas no hubieran tendido lugar, no existirían y por ende tampoco la sociedad Canaria”.
La destrucción anárquica de los volcanes tiene también una fuerte pasión creadora, si se permite el símil con el pensamiento del libertario Mijail Bakunin. No en vano el Tajogaite ha hecho que la isla crezca con la creación de una nueva fajana (el nuevo suelo creado por la lava al contacto con el Océano Atlántico) de 42 hectáreas que en un futuro podrá ser utilizada por el ser humano para desarrollar actividades en la misma, según el INVOLCAN.
Pérez insiste en que el principal punto positivo que puede traer la erupción es que se tome en serio la prevención y evaluación del riesgo volcánico canario con un decidido impulso que nazca desde la “responsabilidad pública”. Es primordial también para Calvo, que opina que la nueva fajana se ha creado a partir de la destrucción de una gran parte de terreno que antes estaba habitado por los palmeros. “Si lo pones en la balanza, salimos a pagar”.
Se precisa, según los expertos, una mayor vigilancia y prevención que implique a toda la sociedad que debe ser diseñada con cabeza. Después de la peor pandemia en 100 años, la naturaleza pilló a España completamente desprevenida plantándole un volcán en su territorio.
Un toque de atención que se repetirá con toda seguridad en el futuro, la prevención de sus consecuencias dependerá de lo público y los consensos que puedan alcanzarse. Mientras tanto, vigilen por donde pisan.