Llega la 'era Johnson': las fortalezas, debilidades y marrones del nuevo 'premier' de Reino Unido
El primer ministro, revalidado por las urnas, sacará a su país de la UE en pocas semanas y luego tendrá que abordar todo lo que no se ha hecho en 3 años de debate
Boris Johnson se ha coronado. No era lo que decían las encuestas de última hora ni los memes burlones multiplicados en Twitter. Al final, el único termómetro real es el de las urnas y ése ha dejado claro que los ciudadanos querían al Partido Conservador que él comanda ocupando el 10 de Downing Street. Tras décadas de precarios equilibrios con socios de ida y vuelta, ahora podrá gobernar en solitario, con una mayoría absoluta de hormigón.
Los votantes de Reino Unido, el pasado jueves, dieron inicio de una legislatura única en la historia del país, en la que se abandonará progresivamente la Unión Europea y en la que, tras tres años perdidos hablando de si dentro o fuera (Epi y Blas lo resolvían mucho antes), habrá ahora que abordar problemas domésticos de enorme importancia, como la sanidad, la educación, la inmigración o la amenaza terrorista. Un tiempo nuevo, la “era Johnson”, en la que el peculiar premier (carismático, burlón, excesivo, querido) seguirá siendo su mejor y su peor aliado.
El primer reto, el Brexit
Obviamente. Ha sido el motor de voto para el 70% de los ciudadanos. Es el debate presente en el país, sin misericordia con los demás, desde antes de que en 2016 se votase el referéndum por el que el 52% de la población dijo que se quería ir de la UE. En todo este tiempo, el Brexit se ha comido a dos primeros ministros (David Cameron y Theresa May, ambos conservadores) y ha hecho imposible acuerdo alguno en la Cámara de los Comunes, un bloqueo institucional y político desquiciante.
Ahora, Johnson no tiene ataduras en las muñecas. Puede hacer lo que siempre ha querido: decirle adiós a Bruselas. Justo eso, la promesa de irse, ha sido la que ha conquistado a la mayoría de británicos. Queda claro que ellos querían marcharse, que la esperanza de una reconciliación sólo la mantenían en otros países comunitarios. Quimera. El líder tory va a llevar al Parlamento su plan de salida la semana que viene, en cuanto se recuperen las sesiones, para votarlo lo más rápido posible. En semanas, el 31 de enero, la desconexión será real, acabada la prórroga dada por Europa y aprobado, al fin, el texto en Westminster.
Laboristas, liberaldemócratas y nacionalistas escoceses tenían el sueño de sumar esfuerzos y desbancar a Johnson, el primero sin tener muy claro qué hacer con el Brexit, apostando por un nuevo acuerdo y otro refrendo, y los dos siguientes, claramente a favor del “remain”, de quedarse. Los analistas hablaban de voto útil contra los conservadores, que sí querían un Brexit sin ambages, pero ha sido a la inversa: la gente ha dicho que es hora de irse y de que el primer ministro gestione sin servidumbres.
Esa será la decisión fácil para Boris, pero dado el primer paso, el de los Comunes, le queda mucha tarea. Tras el 31 de enero negro, deberá negociar con la UE las relaciones comerciales de los próximos años. Si no logra un pacto estable, previsto para diciembre de 2020, aún hay riesgo de que Londres rompa la baraja y decida aplicar el Brexit sin acuerdo, a las bravas, algo que Johnson ha dicho en reiteradas ocasiones que no le da miedo.
Por ahora, ha incumplido otras promesas y no ha pasado nada, no han salido resentidos ni su popularidad ni sus apoyos. Se le fueron conservadores importantes, moderados, como su propio hermano o el nieto de Winston Churchill, pero no lo electores. “Preferiría estar muerto en una zanja a pedir otra prórroga a la UE”, llego a decir. Era septiembre. Luego llovieron un nuevo acuerdo y unas elecciones anticipadas. Palabras.
Altas expectativas
Ahora no sólo esperan cosas de Johnson los suyos, sino todas las personas, de todo tipo, que en masa le ha entregado su confianza. Tiene que gobernar, lo que no ha hecho en los casi cinco meses en que ha sido ya primer ministro tras tomar el relevo a May, y abordar temas complejos, “las prioridades de la gente”, como dijo en la noche electoral, materias que prometió abordar “cuanto antes”.
El “nuevo partido conservador” del que ha hecho gala en campaña tiene que cuajar. ¿Se abrirá, por ejemplo, a esa clase trabajadora que habitualmente votaba izquierda y que ahora se ha ido con él para lograr el Brexit? Los analistas dicen que el país no se ha vuelto más de derechas, sino que ha buscado más certidumbre a la hora de lograr el “Get Brexit Done”, la aplicación real del divorcio hecha lema de los tories. Que se rechazaba la fragmentación de estos años y, también, la falta de ideas claras y específicas de otras formaciones. Mérito propio y demérito ajeno.
Johnson ha obviado todo eso que ahora llama esencial mientras hacía propaganda en estos meses, así que se encuentra con un reto importante: concretar su política respecto a lo diario, esa que no aparecía en su programa porque el Brexit lo ocupaba todo. Eso, por otro lado, es una ventaja: cuando no se han hecho promesas contundentes, se puede empezar todo de cero. El libro de las cuentas pendientes está en blanco, apenas hay un marco de buenismo, de deseos expresados.
Que no se descuide. Hay un sentimiento muy extendido de escozor con la UE pero, superada la desavenencia (aunque lleve años el desacople final), lo que el personal pide son respuestas para su vida diaria, inversiones, servicios que respondan y no dejen tirados a un niño en los pasillos de un hospital.
“Vamos a contratar 50.000 enfermeras más y 6.000 médicos de cabecera más y vamos a construir 40 nuevos hospitales y estoy orgulloso de decir que uno de esos hospitales será aquí mismo, en Uxbridge & South Ruislip”, afirmó Johnson en la misma noche del jueves.
Está por ver si Johnson sabe responder a estas personas, siendo como es un estricto defensor del “estado pequeño”, con mínimas inversiones estatales, o sea, neoliberal confeso.
Por el camino, Johnson ha arrasado con sus adversarios. El laborista Jeremy Corbyn ha logrado los peores resultados desde 1935, los liberaldemócratas bajan un escaño y su líder, Jo Swinson, se queda sin sillón en los Comunes, y el Partido del Brexit de Nigel Farage, antes de las elecciones, ya dijo que no iba a concurrir donde hubiera escaños tories, y se afana en reinventarse y rebautizarse, porque el divorcio será real en mes y medio. Dominic Cummings, el asesor proBrexit de Johnson del que hasta se ha hecho una serie, tenía razón en su estrategia, pero los demás, los enemigos, no lo vieron.
Se ha comido hasta a los adversarios conservadores, los internos, los templados, los que iban con May, los que lo criticaban por su acoso y derribo a la exmandataria, los que seguían queriendo quedarse en Europa siendo de derechas, los que desprecian su carácter y sus maneras. Si había grieta, ya no se ve. Su victoria deja callados a los críticos.
El caso más sangrante de derrota, no obstante, es el de Corbyn, que ya ha anunciado su marcha. No va a pelear de nuevo por el liderazgo de su formación, que ahora tendrá que buscar su identidad en mitad del peligro de una guerra civil por el poder. Se lo tienen que hacer mirar: es cierto que han podido perder un voto no ideológico, forzado por el Brexit, pero también que tenían al candidato peor valorado, que su giro a la izquierda asustaba a los sectores más tibios y que, sobre todo, no han sabido explicar qué quieren para el Reino Unido, empezando por el Brexit.
Los que quedan vivos, y mucho, son los nacionalistas escoceses, que han duplicado sus datos. AntiBrexit, no son llave de Gobierno, como incluso se llegaba a pensar, pero se sienten legitimados para emprender el año que viene la carrera por la independencia, porque no se ven implicados en los pasos que el premier va a dar para toda la nación.
Su líder, Nicola Sturgeon, ha anunciado que la próxima semana publicará los detalles para un nuevo referéndum separatista y advierte a Johnson que no es una petición ni un ruego, sino la ejecución de unos derechos donde el tory no puede interponerse. Sus simpatizantes dijeron masivamente no al divorcio en 2016 y se niegan a encajarlo. Entienden que Johnson tiene mandato para ejecutar el Brexit en Inglaterra, pero no así en Escocia, donde los soberanistas han conseguido 48 de los 59 escaños que hay para la nación en Westminster. De ahí pueden llegarle importantes dolores de cabeza al premier.
Estará fuerte, se sentirá estos días en las nubes, pero tiene por delante una tarea de titanes. Quienes se empeñan en distanciarlo del norteamericano Donald Trump ensalzan siempre que no, que estamos ante un “político de raza” con enorme “sentido de la responsabilidad”. Es el momento de demostrarlo.