Las mentiras que nos contamos
El Estado nos ha ido convirtiendo en peores personas.
El HuffPost, tras valorar mi propuesta de contenidos, me ha brindado la oportunidad de tener un espacio fijo y periódico en sus páginas. Eso me hace muy feliz y me congratulo por partida doble: porque es un medio de comunicación digital que sigo y con cuya filosofía librepensadora me identifico, y porque entiendo que estoy en capacidad de aportar una nueva visión; una aproximación subjetiva y analítica a la vez, y sobre todo participativa (completamente abierta a opiniones) de los problemas que nos encontramos los españoles día a día.
Parto de la premisa de que el Estado -un ente que hemos creado entre todos- se ha transformado en un monstruo que lo fagocita todo, y que se alimenta de nuestras sombras: de nuestras desdichas, debilidades, equivocaciones, olvidos y, especialmente, de nuestra ignorancia. Es implacable y no es nuestro amigo. De sus riendas tira la clase o casta política y lo alimentan con generosidad los poderes fácticos (ya habrá tiempo para hablar de eso).
No importa demasiado que sepáis quién soy (mis perfiles sociales son públicos y accesibles), pero sí por qué me he comprometido con El HuffPost en esta ilusionante aventura. Y es muy sencillo: el Estado -ese ente todopoderoso, abusivo, impersonal, egoísta, punitivo, cruel, descarado y hasta corrupto-, paulatinamente nos ha ido convirtiendo en peores personas. Sí, no te sorprendas tanto. Así es, y semana a semana te iré aportando información (hechos) que ratificarán la premisa de la que parto y la tesis que sustento.
Estoy absolutamente convencido de que todos los españoles podemos ser y comportarnos mejor con nuestros semejantes; de que es mucho más lo que nos acerca que lo que nos distancia, y de que sólo la suma de nuestras voluntades en torno a causas comunes -traducidas en acciones- nos permitirán dar un paso adelante y apropiarnos del futuro que nos merecemos como individuos sanos, conscientes y generosos. Y eso pasa por devolver las atribuciones del Estado a su condición original: la que acordamos cuando suscribimos el contrato social. En conclusión: aunque entre todos hayamos parido un monstruo tan abyecto y perverso como el Estado, siempre tendremos formas de hacerle frente y desarmarlo si permanecemos juntos.
A partir de la semana que viene, abordaré distintas realidades de la sociedad española que oscilan entre lo quijotesco, lo grotesco, lo disparatado, lo vulgar y hasta lo delictivo. ¡Leed, reflexionad y opinad! Este espacio va de las mentiras que nos cuentan (el Estado) y nos creemos a pie juntillas, con una frecuencia escandalosamente excesiva. Y, sí, nos mienten, pero lo peor es que nos lo creemos, en tanto en cuanto no nos revolvemos, sino que -tras berrear un rato- bajamos la cabeza y seguimos con nuestras vidas.
El exceso de información produce desinformación, y los ciudadanos hemos perdido la noción de nuestro legítimo derecho a exigir. Nos quejamos y al final tragamos, pero jamás reaccionamos de forma efectiva (y con esto me refiero a conseguir revertir situaciones que son no sólo injustas, sino que atentan incluso contra nuestros derechos fundamentales como ciudadanos), cuando jamás hemos dejado de ser individuos respetuosos de la ley que desean vivir en sociedad y en paz, pero no a costa de que se vulneren nuestros derechos.
En las próximas semanas iré profundizando desde la base para, poco a poco, ir ahondando en distintos asuntos que afectan casi a la totalidad de los españoles, y sobre los que generalmente pasamos casi de puntillas (es decir: tragando y callando).
Escribiré sobre aquellos conocimientos absolutamente necesarios que no se enseñan en la escuela, sobre la perversión de la justicia, sobre el sometimiento digital al que nos ha condenado el Estado sin piedad ni consideración, sobre el maltrato al que están sometidos los autónomos, sobre la descarada impunidad de la casta política, sobre la carencia de medios en materia de sanidad -impropios de un país del primer mundo-, sobre ese derecho a la huelga que ejercen unos pocos en perjuicio de la gran mayoría, sobre la calidad de los empleos y su relación con nuestros patrones de consumo, sobre que los mayores no son el problema sino la solución que nos mantiene a flote, sobre cómo nos saldría más barato un par de referéndums al año al estilo suizo que votar cada cuatro años para ver nuestra voluntad común realizada, sobre la injusticia de la existencia de trabajadores de primera (funcionarios) y de segunda (los demás), sobre la malversación de nuestros impuestos, sobre la ‘patente de corso’ de los bancos, sobre la financiación pública del cine en detrimento del resto de manifestaciones artísticas, sobre… tantas cosas…
Y lo haré de forma relajada, con un punto de humor e ironía (y si hubiere sarcasmo, será dulce), siempre con datos que apoyen las afirmaciones y sin aires editorialistas, de forma que cada uno de vosotros llegue a sus propias conclusiones a la vista de lo leído. Espero y confío en que participéis en la reflexión, y que me sugiráis otros muchos asuntos dignos de reseñarse.