Las enseñanzas que nos deja esta némesis coronovírica
Nos encontramos ante el final de 'un' mundo.
La palabra “pandemia” procede etimológicamente del dios Pan, el protector de los pastores y los rebaños, el dios de la fertilidad y la sexualidad masculina.
De esta divinidad también derivan otras palabras que utilizamos en nuestro lenguaje cotidiano, como panacea (lo que todo lo cura), Pangea (el continente primigenio que dio lugar a los actuales), panteón (el templo dedicado a todos los dioses) o pánfilo (el que peca de complacencia o inocencia).
¿No será que en esta “pandemia” hemos pecado de “pánfilos”? Quizás hemos menospreciado el riesgo que corríamos ante un enemigo invisible con forma de proteína adornada por una cadena de ARN. Teníamos una sobreconfianza en nuestra tecnociencia y nos costaba aceptar los riesgos de una epidemia de esta magnitud en nuestro idolatrado Occidente. El ébola, el zika o la gripe aviar nos parecían epidemias exóticas y ajenas a nosotros.
Los griegos utilizaban el término hybris para referirse a la desmesura y al exceso de confianza que les llevaba a interpretar de forma equivocada la realidad y que, al final, se traducía en un merecido némesis, castigo. En el mundo griego la Némesis era hija de Nix –la noche– y personificaba la justicia y la venganza divina, a ella correspondía castigar a los que pecaban de hybris. ¿Y si el coronavirus fuese nuestra Némesis?
La confianza inicial se transformó poco a poco en incertidumbre, en el principio que describió Heisenberg hace varias décadas: cuanto mayor es la precisión con la que se conoce la posición de una partícula, menos precisión tenemos sobre su velocidad y a la inversa.
El siguiente actor que hizo su aparición en esta tragedia fue la pérdida de credibilidad en la Organización Mundial de la Salud. Este concepto tiene dos componentes el grado de conocimiento y la confianza a la hora de emitir juicios de valor.
En este caso ha fallado el segundo, su reputación atraviesa uno de los peores momentos de su historia después de la cuestionada gestión que hizo en la gripe del año 2009. Se ha acusado a esta organización de no defender los intereses de los ciudadanos y velar por los de las grandes multinacionales farmacéuticas. Para colmo de males a finales de mayo Estados Unidos daba por concluida su relación con la Organización Mundial de la Salud.
Acostumbrados a la cornucopia del estado de bienestar el homo sapiens exige una fórmula mágica que nos devuelva a la añorada realidad de hace unos meses. En el siglo dieciocho el filósofo Francis Bacon decía que “la naturaleza debe ser sometida y obligada a servir… esclavizada. Torturada hasta arrancarle sus secretos”. Nos gustaría sustituir el vocablo naturaleza por el de coronavirus.
Si lo que ansiamos es realizar un nostoi –viaje de retorno– a Ítaca y encontrarla como era hace unos meses es que no hemos aprendido nada de esta epidemia. Nos encontramos ante el final de un mundo.
Esta pandemia también nos ha enseñado algunas cosas, entre ellas que es posible trabajar desde casa, que no hay ningún sistema económico preparado para combatir una pandemia y que la ciencia es la única que tiene la posibilidad de salvarnos.
Nos ha confirmado que los humanos, por mucho que nos pese, somos innecesarios en este planeta y que la naturaleza sin nosotros es capaz de renacer, que el bienestar individual depende de los otros -de los desconocidos-, que la reversión del cambio climático es posible y que en esta sociedad hay trabajos invisibles, que nos hacen la vida más fácil.
Desgraciadamente, como dice el filósofo Daniel Innerarity, nadie nos asegura que aprendamos algo en esta crisis.