Las DesTieRRRadas , las defensoras invisibles de la Madre Tierra
"Van a por nosotras"
Hace casi un año salí al encuentro de mujeres que han decidido dedicar su vida a la defensa ambiental de sus territorios. Cada vez son más, como también cada vez son más las muertas, las detenidas, las acosadas, las ‘DesTieRRRadas’. Por encargo de la ONG Alianza por la Solidaridad viajé por Guatemala y El Salvador a su encuentro. Unas me citaron en los puntos de resistencia, otras en bosques o a la orilla de ríos o en juzgados. Alianza lleva ya muchos años denunciando conflictos generados por empresas (muchas extranjeras) que acaparan tierra y agua en los territorios. En esta ocasión, con el apoyo de sus organizaciones socias en Guatemala (MadreSelva) y El Salvador (ProVIDA), se trataba de documentar los impactos de esas luchas en las defensoras.
En uno de estos ‘puntos de resistencia’, un campamento en mitad de un camino angosto de tierra, me encontré con la guatemalteca Felisa Muralles. Allí estaba apostada con la sonrisa puesta y siete años de batalla, amenazas e insultos a sus espaldas por oponerse a una mina de oro, el gran yacimiento de El Tambor. Este proyecto, propiedad de la estadounidense Kappes, Cassiday & Associates, lleva desde 2016 parado gracias a que Felisa y a sus compañeros cerraron el paso a la mina porque nadie les informó de que iban a abrirla ni de los impactos que tendría en el agua que beben. Le pararon los pies, pero desde entonces hacen turnos día y noche para que no entren a su territorio. Mientras charlábamos, los hombres que la acompañaban nos miraban de reojo, preguntándose por qué la cámara y el micrófono no eran para ellos.
Con Ana Rutilia Ical me topé en los juzgados de Cobán (Guatemala). Acudía al juicio contra su compañero de lucha Bernardo Caal (“Es compañero de lucha, aunque nos quieran atribuir otras relaciones porque soy mujer”, puntualiza con contundencia). Caal hoy vive entre rejas condenado a más de siete años por liderar una protesta en defensa del río Cahabón, el mismo que Ana Rutilia defiende de una hidroeléctrica a lo largo de casi 30 kilómetros de cauce, obra de la empresa española Cobra-ACS para CMI. Ana irradia carisma y fortaleza pero se emocionaba sin poder evitarlo cuando me relataba cómo intentaron malmeterla con sus ancianos padres para desacreditarla como activista y líder q’eqchí.
Este viaje por Alta Verapaz, en el que iba recogiendo sus testimonios y los impactos que como mujeres sentían en su vivir por ‘no resignarse’, me llevó hasta la puerta de casa de Imelda Choc, que no habla más que su idioma ancestral q´ueqchí y que ha batallado como nadie por el nacimiento de una fuente de agua. Imelda me la quiso mostrar y con ella fui hasta las profundidades de una cueva resbaladiza por la que se movía en chanclas con seguridad pasmosa. “Mire Rosita –me decía– yo soy comadrona y ha he traído más de 1.500 niños a la vida, quiero que todos ellos tengan agua y río cuando crezcan”. Imelda gritaba su orgullo de contar con el apoyo de toda su comunidad, a la que había movilizado contra la hidroeléctrica Renace. Campesina, sin estudios, pero con una determinación fuera de lo común, unos meses antes de encontrarnos consiguió organizar a su gente indígena para que se quedaran con el manantial del que dependen sus hogares.
Pero casi es la excepción. En cuestión de apoyos… escasean demasiado para las mujeres defensoras. Me contaba Lesvia Viagran que no encuentra trabajo, que ha perdido a una pareja por su activismo y que tuvo que huir de su casa tras escuchar en una protesta: “A esta, vayan y me la matan”. También que vio su casa allanada por la policía y que ahora es acusada de prostituta porque sale y viaja y se moviliza. En su caso, su guerra contra la gran mina de plata del país en San Rafael de las Flores, le ha pasado una larga factura. Propiedad de una empresa canadiense (dicen que la más grande del mundo en plata), la transnacional tiene en este lugar su gran proyecto pendiente, si bien fue paralizado por la Justicia guatemalteca porque no hubo nunca ninguna consulta a los indígenas sobre el proyecto. Es más, negaban su existencia. “Ahora, ellos no se rinden e insisten en sacarlo adelante, pero nosotros tampoco. Y es duro. La comunidad está dividida y en la resistencia, algunos compañeros intentaron sobrepasarse conmigo, quizás alentados por las difamaciones. Todo ello hace mucho daño”, reconocía.
Al otro lado de la frontera, en El Salvador, me esperaba Vidalina Morales no lejos de Cabañas… En realidad, las situaciones de expolio no se distinguen a un lado y a otro de la línea que separa ambos países centroamericanos. Inevitablemente surge la pregunta: ¿Cómo no van a huir hacia el norte? ¿Cómo no van a arriesgarse a morir ahogados en el Río Bravo en busca de una vida al menos digna?
Tras leer mucho sobre Vidalina, cuando la tuve delante, me pareció increíble que un cuerpo tan frágil, una voz tan dulce y pausada, contuviera tanta energía. Como Lesvia, también su pelea va contra quienes horadan la tierra en busca de minerales preciosos que acaban contaminando sus ríos y vaciando sus acuíferos. Negocios que llegan sin pedir permiso con nombres pretenciosos. En su caso, lo dice todo: Mina El Dorado. Trae recuerdos de varios siglos de expolio contra pueblos indígenas como el suyo, los lenca.
Vidalina ha visto como mataban a tiros a su compañera Dora, embarazada, con su hijo de apenas dos años en brazos. En un camino rural alejado de todo pude ver el ramo de flores que recuerda aquel crimen aún impune. “¿Qué me duele más de tantos años de lucha? Que me acusen de ser mala madre y abandonar a mis hijos, de haberles dejado solos. A veces aún me siento culpable, pero ni esas acusaciones ni las discriminaciones como mujer indígena que sufro en mi organización, me hacen rendirme”, asegura. Hoy es la presidenta de la Asociación de Desarrollo Económico y Social (ADES), contra viento y marea.
A la salvadoreña Sonia Sánchez, hoy miembro de la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos, la defensa de miles de árboles la llevó a los tribunales y a ser detenida. “Un día me llamaron y me dijeron: ‘Nos pagan 3.000 dólares por desaparecerte a ti o a alguien de tu familia’, se referían a mis hijas”... Me fue relatando mientras paseábamos por los alrededores de la gigantesca urbanización de lujo que ha destrozado el bosque de Santo Tomás. “No podía estarme quieta mientras lo talaban. Lo triste es que si nos amenazan y acosan no tenemos protección. Y van a por nosotras. Por eso queremos sacar adelante una ley que proteja a las defensoras, una norma que sea una protección integral feminista y ambiental. Campañas como DesTieRRRadas son fundamentales porque nos visibilizan. Nos hacen sentir que no estamos solas”, aseguraba.
Así, de un lado a otro, viajando por muchos caminos de tierra y muchas carreteras con baches, se fue pergeñando el informe de Alianza por la Solidaridad que recoge las vidas de 18 mujeres que son el espejo a través del que mirar a otras muchas miles ocultas entre los cerros pelados de Centroamérica, las selvas de Colombia o las orillas del Amazonas. Las ‘DesTieRRRadas’ a las que Alianza por la Solidaridad quiere poner ahora en nuestro camino porque nos necesitan.
Meses después de aquel viaje aún me gusta recordar a Milagros Guevara, a sus 64 años, peleona, pancarta en ristre, azuzando a hombres mucho más jóvenes por ‘estar parados’ en una manifestación por el centro de San Salvador en defensa del derecho al agua… Y luego la veo, unas horas más tarde, mostrándome sus gallinas, no lejos del río Aceguate, uno de los más contaminados de todo el continente americano. “Aquí en Nejapa logramos frenar a la Coca-Cola, que quería expoliar nuestro acuífero; ahora, no voy a parar hasta que todas las comunidades tengan agua potable”, me aseguraba en su humilde casa de madera.
DesTieRRRadas nace con la vocación de durar tres años a ambos lados del Atlántico, y cambiar leyes y mejorar su protección cuando ya nos les quede otra que salir huyendo y lograr que las empresas no sigan vulnerando sus derechos impunemente y puedan ser castigadas si así lo hacen.
Por ellas, por las DesTieRRRadas de todo el mundo, compartamos sus historias.
Lo merecen.