'La ternura' y 'Sueño': ¡hacen las comedias a pares!
Igual que hace dos temporadas el Teatro de La Abadía se llenó de tragedias, ahora se ha llenado de comedias. De nuevo, este teatro se deja invadir por el Teatro de la Ciudad o lo acoge, según se mire. Proyecto que comenzaron Andrés Lima, Alfredo Sanzol y Miguel del Arco investigando sobre la tragedia y que ahora continúan los dos primeros al alimón con la comedia de inspiración shakespereana. A los que se añade un pequeño entremés que ha montado Dan Jemmett en los jardines del teatro, el Puck's Pub, con su menú del día ofrecido por el duende del actor Jesús Barranco.
Sí, esto va de reírse de veras. De verdad. Así sea por las buenas, en el caso de Sanzol, o por las malas, en el caso de Lima. Por las buenas consiste en crear una historia que permita el enredo y el vodevil. Las entradas y salidas en los momentos justos e injustos. La confusión de los personajes, a los que les faltan partes de un todo que el espectador conoce. Mientras que por las malas consiste, dicho con las palabras que su autor y director roba a Groucho Marx, en alargar la tragedia, dándole tiempo para que se convierta en comedia.
Por las buenas, Sanzol crea La ternura, una comedia de corte clásico. De esas que parten de un hecho increíble, como es el que La Armada Ivencible de Felipe II naufragara por el despecho de una mujer española que iba en uno de los barcos. Una madre coraje que se niega a que sus hijas se casen con los aristócratas ingleses que les han sido asignados. Una mujer que está harta de que los hombres dispongan de la vida de las mujeres. Una mujer que pretende crear en una isla perdida entre Inglaterra y España y deshabitada una tierra libre de hombres para ella y sus hijas. Isla donde encuentran las hormas de sus zapatos, y no se puede contar más de la trama ni de la broma.
Barcos, islas y otras muchas cosas que sus actores son capaces de hacer ver con solo nombrarlas, señalarlas o vivirlas en una escena prácticamente vacía, como eran los escenarios isabelinos. Actores que han recogido el vino de los cómicos y lo sirven ahora a los espectadores a puñados. Como una fuente inagotable de alegría, de placer, hasta provocarles una borrachera de risas que acaba en un apoteósico aplauso. Al que no es ajeno la inocencia con la que los actores dicen sus textos (inocencia desarmante en el caso de Javier Lara), la trabajada candidez con la que vuelven tierno al espectador, ganándoselo para sus causas. Las que defienden y les definen en escena.
No será ternura lo que encontrará el espectador en Sueñode Andrés Lima. No abandona este artista sus presupuestos de duro, chusco y escatológico que algunos espectadores identifican con lo contemporáneo, olvidando La Celestina, por ejemplo. En este caso, Lima apunta maneras de la estética y el humor de La Zaranda, si no fuera porque en su penumbra resulta, curiosamente, luminosa gracias a una magnífica iluminación y a un biombo chino o japonés de color blanco crudo que cubre el fondo del escenario. Primera lección, la comedia necesita luz, mejor, es luz.
Poco más necesita Lima para convertir el calvario -para él como hijo- de la vejez de su padre en una larga tragedia o agonía con mucho sentido del humor. Solo unas pocas sillas, un actor en estado de gracia, el magnífico Chema Adeva, y unas actrices agraciadas también en su hacer Actrices capaces de ser lo que necesita la obra, de habitar cualquier género dramático y sexual, de cantar, de bailar. De interpretar, en definitiva.
De nuevo, voces y cuerpos de actores ocupando la escena para hacer participe al espectador de ese sueño que dicen que provoca el vino, el alcohol y la demencia. Esa vida cabezona que mezcla realidad y ficción. Esa vida de asno que nos empeñamos en llevar. En esos asnos en los nos han convertido los filtros de contemporaneidad, como en Sueño de una noche de verano lo hacían los filtros de Oberón que distribuía Puck. Asnos capaces de amar y de ser amados. Asnos que son cuerpos diversos que nos atraen y estimulan la poesía, la mala, pero también la menos frecuente, la del bardo.
Y, donde parecía que no iba a poder ser, aparece la belleza. La belleza y el humor, también la risa. Pues para las mentes desprejuiciadas, las que miran sin aprioris a la escena, Lima ha creado desde un paseo por Gijón, que ofrece como un regalo, a la orgía, real y metafóricamente hablando, que es la vida. Un exceso al que siempre nos llevan él y Shakespeare. El Shakespeare que se monta en escena lejos de las academias, de la filología. Y cercano a la vida, al sentimiento.
Reírse, reír, pasarlo bien. Disfrutar en el teatro. Disfrutar con el teatro. Teatro y vida. Una vida hecha para reírse. Cómica. Reírnos de nosotros mismos. Tomarnos a broma para vivirnos en serio. Y, a través de la risa, aprender que en nuestras miserias, en nuestra miserable vida, hay diversión y hay belleza. Hay muchas cosas para reírse y celebrarlo. ¡Qué siga la fiesta, Puck!