La teoría del caos y la pandemia actual
Llevemos la teoría del caos al presente. Un estornudo en la región de Wuhan puede provocar meses después el confinamiento masivo de la población en el otro rincón del mundo.
En 1686 Isaac Newton, profesor de la Universidad de Cambridge, entregó a la Royal Society de Londres su obra magna titulada Principios matemáticos de la filosofía natural o, simplemente, Principios. En ella se planteaba una nueva escuela de pensamiento, el determinismo mecanicista.
Este movimiento es uno de los pilares de la ciencia moderna y está representado por las ideas newtoneanas y galileanas de un mundo perfectamente ordenado, determinado por leyes que permiten establecer una relación lineal entre causa y efecto.
Para conocer sus orígenes tenemos que echar la vista mucho más atrás y remontarnos hasta la Grecia presocrática, ya que fue Demócrito de Abdera el primero en afirmar que todo lo que ocurre en nuestro mundo obedece a una causa, aunque a veces sea difícil de determinar.
En el siglo XVII el científico Wilhelm Leibniz afirmaba -en su obra Monadología- que jamás sucede algo sin que haya una causa que lo determine, es decir, todo lo que acontece en nuestro planeta sigue unas leyes perfectamente predecibles.
El filósofo determinista francés Pierre-Simon Laplace, allá por el año 1814, fue más lejos todavía al formular que debe existir una superinteligencia capaz de calcular con enorme precisión tanto lo acaecido hasta el momento como lo que queda por llegar.
En estas estábamos hasta que en 1925 la ciencia entró en controversia, torpedeando directamente en la línea de flotación, sucedió cuando el físico alemán Werner Heisenberg planteó el principio de indeterminación, según el cual es imposible predecir simultáneamente y con precisión todas las variables observadas.
La incertidumbre se convirtió en uno de los pilares de la física cuántica y se basa en el hecho de no saber, en lo inesperado, en lo cambiante en todos sus aspectos. En el fondo nuestra vida no es más que eso, una incertidumbre.
Más adelante el filósofo Karl Popper añadiría un nuevo elemento de discordia afirmando que el debate entre el determinismo de la física de Newton y el indeterminismo de la física cuántica no era suficientes, ya que no abordaban de forma directa el problema de la libertad.
En 1973 Edward Norton Lorenz, un meteorólogo del MIT –Instituto Tecnológico de Massachusetts–, formuló la célebre teoría del caos. Esta hipótesis establece que en determinados sistemas naturales, pequeños cambios en las condiciones iniciales conducen a enormes discrepancias en los resultados. La palabra griega “caos” se emplea para designar un desorden, pero también puede utilizarse para significar algo impredecible o estocástico.
Esta idea entronca perfectamente con el llamado “efecto mariposa”, un supuesto que se puede explicar con la ayuda de un proverbio chino: el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo.
Llevemos la teoría del caos al presente. Un estornudo en la región de Wuhan puede provocar meses después el confinamiento masivo de la población en el otro rincón del mundo. La ingesta de carne de pangolín en un mercado chino es capaz de generar un huracán sanitario en la aldea globalizada.
Una canción popular inglesa sintetiza a la perfección esta senda filosófica:
Por un clavo se perdió la herradura
Por una herradura se perdió el caballo
Por un caballo se perdió el jinete
Por un jinete se perdió la batalla
Por una batalla se perdió el reino
Pero no nos quedemos con la parte más negativa, intentemos dar un giro copernicano para buscar soluciones en positivo, puesto que, como diría el escritor Eduardo Galeano, mucha gente pequeña, en lugares pequeños, puede cambiar el mundo. Es el momento del cambio, de gestionar la solidaridad.