La solidaridad económica y social, el único camino
Las decisiones de presente comprometen el mañana, el futuro de las próximas generaciones de europeos y españoles.
Una pandemia ha vuelto a poner a Europa frente al espejo de sus propias vanidades. De sus carencias ante el avance en el proyecto que nació en 1950, con la Declaración Schuman, y que ha dado a nuestro continente la mayor etapa de paz, estabilidad y progreso económico y social. Una realidad que nos invita a dar nuevos pasos hacia un mayor compromiso de unión.
La unión política, tan necesaria en el contexto global, como ya describió el filósofo alemán Jürgen Habermas, debe acompañarse de válvulas como, por ejemplo, la movilidad en un mercado laboral único, un sistema de seguridad social común y una política fiscal común.
Países como España están haciendo un esfuerzo por garantizar los derechos a la ciudadanía, por proteger a los más vulnerables, por inyectar liquidez a las empresas y por defender las rentas delos trabajadores y de los autónomos. También aprobando medidas como el Fondo de Reconstrucción para las Comunidades Autónomas, dotado de 16.000 millones de euros para afrontar los gastos sanitarios y sociales y para compensar la caída de la actividad económica. Pero, por mucho que haga un país, no puede hacerlo solo.
Urge una acción colectiva, del conjunto de la Unión Europea. Esta crisis es una segunda oportunidad para demostrar qué camino quiere recorrer, si el de la solidaridad que reclaman millones de ciudadanos y la mayoría de países, o el de intereses compartidos en departamentos estancos, que conducen al bloqueo institucional, político, económico y social. La vida y el futuro de millones de personas están hoy en manos de decisiones que no pueden tomarse en función de vagos equilibrios o de lealtades opuestas, sino sobre la base firme, contundente y coherente de qué significa ser europeos.
Esta crisis debe ser un punto de partida para afrontar un nuevo horizonte de responsabilidades compartidas en el ámbito económico. La respuesta no puede ser solo un plan de inversiones públicas. Debemos abordar la cuestión pendiente. Si hay unión política, si hay unión monetaria, debe haber unión fiscal y culminar la unión bancaria. De la misma forma que se creó una moneda única en Europa para evitar nuevas crisis de monedas, es imprescindible una unión fiscal europea para evitar nuevas crisis de deuda. El Fondo Monetario Internacional ya advertía en 2018, mucho antes del estallido de esta nueva crisis, que la eurozona tiene una necesidad económica que pasa por dicha unión fiscal para tener mecanismos de protección más seguros frente a los riesgos relacionados con los ciclos económicos.
Las últimas decisiones, como suspender las condiciones del Pacto de Estabilidad y Crecimiento para aumentar las posibilidades de que los países como España recurran a la inyección de liquidez y de ayudas públicas, muestran que se quiere afrontar esta crisis de forma diferente a la crisis anterior, pero no es suficiente con medidas concretas: debe haber conciencia y voluntad de salir de esta crisis más unidos, más cohesionados, más fuertes, y por tanto más creíbles y eficaces dentro y fuera de nuestras fronteras.
El Banco Central Europeo reaccionó rápido aportando más de 750.000 millones de euros para comprar deuda. La inversión por valor de 100.000 millones de euros para planes de protección de empleo que, sin tratarse aún de un seguro por desempleo complementario a nivel europeo, es un paso importante ante la crisis que se avecina, es también una decisión efectiva. Como lo es que el Banco Europeo de Inversiones proporcione 200.000 millones de euros en préstamos, especialmente destinados a pequeñas y medianas empresas o que el MEDE facilite préstamos con tipos de interés cercanos a cero y plazos de amortización largos para financiar gastos sanitarios causados por la pandemia por valor de 240.000 millones de euros. Pero siendo todas estas medidas muy importantes, no son suficientes.
Son medidas que muestran una sensibilidad distinta a las decisiones tomadas no hace tantos años, que pusieron en riesgo el proyecto europeo. Pero son una mínima evidencia de que Europa empieza a reaccionar de su letargo. La solidaridad, el único camino a explorar como garantía del progreso económico y el bienestar europeo, debe ser la esencia de las decisiones. El presidente, Pedro Sánchez, propone un gran fondo de recuperación de hasta 1,5 billones de euros para llevar a cabo la Reconstrucción Social y Económica de Europa. Una inversión que debe llegar a cada país en forma de transferencia y no de préstamos, porque de lo contrario la salida de esta crisis volvería a ser desigual y asimétrica en el conjunto de países europeos.
El dibujo de la realidad que nos espera da margen al optimismo y a la esperanza si los países europeos actúan de forma conjunta, en vez de jugar a un equilibrio imposible entre los intereses de parte y del conjunto. Es fundamental tomar decisiones y aprobar mecanismos comunitarios para desarrollar un plan de reconstrucción europeo que sirva de dique de contención frente al brutal impacto socio-económico sobre el conjunto de la sociedad. Y ello lleva necesariamente a mutualizar la deuda de los países para aprovechar la credibilidad en los mercados internacionales de nuestra comunión política. Una deuda, cuyo principal aval serían los activos europeos, el presupuesto europeo, utilizando los recursos comunitarios y una fiscalidad comúnpara el pago de los intereses.
“Un político mira a las próximas elecciones. Un estadista, a la próxima generación”. Esta reflexión pronunciada por Alcide De Gasperi, uno de los padres de la Unión Europea, tiene ahora un significado tan importante como entonces, cuando se empezó a construir el proyecto europeo. Nuestro continente, nuestra comunidad de países necesita más que nunca que los líderes europeos tengan claro que las decisiones de presente comprometen el mañana, el futuro de las próximas generaciones de europeos y españoles. España ha tomado el camino correcto y se lo ha señalado a Europa. Es importante que se asuma el testigo con la responsabilidad de afrontar el presente sin obviar ese futuro compartido.