'La Sociedad del Espectáculo' o cómo definir qué nos pasa
La filosofía del siglo XX nos dio, en los 60, una muestra inequívoca de qué problemas afrontaría el mundo en el momento en el que vivimos: La Sociedad del Espectáculo, de Guy Debord. Sin duda, esta es la época de las oportunidades, de las emociones ante las que se presenta el individuo como sujeto. Mucho más individual que en tiempos anteriores, las redes nos han ayudado a crear una imagen de nosotros que, si bien es cierto que nos ayuda a presentarnos ante la sociedad en la que vivimos, no guarda relación con la realidad.
Cuando estudiaba la carrera, quizá incluso antes, reflexioné acerca del mundo en el que vivimos en relación al entorno digital. Dicha reflexión se ha convertido en una conversación constante, tanto en los foros de debate en los que participo en mi vida diaria, como en mis especulaciones internas. Algo que considero, sin ningún tipo de duda, fundamental en la España en la que vivimos.
Hemos generado un universo heterogéneo de opiniones. Es quizá este el momento en el que por fin, en un país como el nuestro, ha triunfado la Libertad de Expresión y de Prensa que defiende nuestra democracia en el artículo 20 de la Constitución. En este universo de opinión, en el que no debería imperar el "todo vale", apoyada por la masiva presencia en las redes sociales de los diferentes sujetos que le damos forma al Estado de derecho, hemos convertido en banal el trabajo del periodista; dejamos de leer las principales cabeceras de nuestro país, en el tiempo de la crisis, para informarnos a través de las redes sociales.
Y es cierto que el efecto de la inmediatez informativa frente a la pausa de la que se acusa a la prensa tradicional resulta, en la mayor parte de las ocasiones, un sustancial atractivo. Nos hemos convertido en consumidores de lo inmediato, dejando atrás el efecto del trabajo realizado con profesionalidad. A todos los que hemos estudiado periodismo como carrera principal dentro de nuestra formación académica, nos suena aquello de "consulta al menos 3 fuentes que no estén conectadas entre ellas, para dar veracidad a una noticia, hasta entonces, duda siempre de la información que te transmiten". O aquello de "una noticia vale tanto como valen sus fuentes".
Las redes, a parte de traer consigo la inmediatez, nos han convertido en una sociedad tendente a la desopinión y a la desinformación. Guy Debord, en los sesenta, en su libro La Sociedad del Espectáculo, dijo: "La desinformación es el mal uso de la verdad. Quien la difunde es culpable, y quien la cree imbécil".
Acercando a este pensador a la sociedad actual, se plantean, sin duda, distintas opciones a tener en cuenta. En primer lugar, debemos entender que la comunicación y el periodismo, con la crisis económica y la crisis del papel han sufrido la precarización del colectivo. En este momento, se exige que el periodista sea un profesional multimediático; que sepa de todo. Se nos exige profesionalidad, conocimiento y profundidad en un océano de saberes eterno.
A la contra, trabajar en favor de la inmediatez y de la no especialización produce un sentimiento contrapuesto con la veracidad de la información. Día a día podemos ver cómo distintos medios de comunicación, nativos digitales en su mayoría, aupado por fuerzas políticas que rayan con los extremos, se aprovechan del amarillismo más fuerte y rancio para poder condicionar a la opinión pública de nuestro país. Y hablo en clave nacional aunque, sin duda, los bulos afectan no sólo a la información de cercanía, sino también a la internacional.
Las políticas educativas que se han ido sucediendo a lo largo de la democracia se pueden estudiar en clave de las asignaturas que los diferentes gobiernos nos han impuesto como fundamentales. Siendo alumno en las aulas de la educación española durante el gobierno de Aznar, Zapatero y Rajoy, he podido observar esas tendencias en consonancia al momento en el que vivíamos. Sí que es cierto que, en este análisis, he de confesar que las de Aznar no me afectaron porque cuando dejó de gobernar aún me encontraba aún en la educación primaria, pero las de Zapatero y Rajoy las viví de lleno en la Educación Secundaria, tanto la obligatoria como el bachillerato.
Mientras que los distintos ministros de Zapatero de educación hacían una visión aperturista de la educación incitando las asignaturas en las que el alumno reflexionase, como Educación para la Ciudadanía, el de Rajoy se planteó, con Wert como ministro de la cartera de Educación, eliminar la filosofía como asignatura obligatoria en el bachiller.
En relación a esta premisa que planteo y al libro anteriormente citado, suscita mi interés la siguiente pregunta. ¿A quiénes les interesa que no pensemos? Filosofía es querer alcanzar la verdad como motor del mundo. Y la filosofía se produce con el estudio y la libertad de pensamiento. La filosofía ha sido y es el área en el que cualquier persona se puede sentir libre cuando se fundamenta una opinión sólida con razones y con la solidaridad de la escucha.
La comunicación y las redes son las herramientas con las que cuentan quienes no nos quieren libres. Fundamentan su discurso en la utilización de las redes; un discurso vacío, hueco, lleno de odio y de mentiras pero pomposo y aparente que logra vencer frente a la realidad. Tenemos la responsabilidad como ciudadanos y ciudadanas de este país, de dejar de dejar de apostar por lo aparente en pos de lo real, como vaticinó Guy Debord.