La radical idea de garantizar a todo el mundo suficiente dinero para vivir
El concepto de una renta básica universal es cada vez más popular a medida que la pandemia causada por el coronavirus hunde la economía y destruye millones de empleos.
Aunque parezca que 21 dólares al mes no te pueden cambiar la vida, a Denis Otieno Anam se la cambiaron. “Fue algo muy grande”, señala este profesor de 40 años que vive a las afueras de la ciudad de Bondo, al oeste de Kenia: “Podía conseguir algunas de las cosas básicas que quiero en la vida”. Todos los meses le transfieren el dinero para que lo gaste como desee, sin ningún tipo de condición.
Antes se las apañaba con los escasos ingresos que conseguía con su trabajo en un pequeño bar y con lo que podía sacar de su cabra y sus pollos. Una vez que compraba la comida y otros artículos de primera necesidad para él, su esposa y sus cuatro hijos no les quedaba nada. Soñaba con ejercer de profesor, pero “incluso solicitar un trabajo era muy difícil”, añade. No podía permitirse el coste de enviar las solicitudes.
Esto cambió cuando empezó a recibir el dinero en 2017. Envió numerosas solicitudes y consiguió un trabajo como profesor en un instituto cercano. El dinero no solo transformó su vida en términos profesionales, también cambió las cosas en casa. Cada mes, él y su esposa (que también recibe pagos en efectivo) se sientan juntos para presupuestar, planear y analizar qué pueden hacer para vivir con menos inseguridad. Anam, que hasta entonces era el único sostén de la familia, siente que se ha disipado la presión que tenía. ”Ha traído armonía a mi familia”, afirma.
Anam y su esposa son beneficiarios del mayor programa de renta básica universal (RBU) del mundo y el que más tiempo lleva operativo. Este programa liderado por GiveDirectly, organización sin ánimo de lucro estadounidense, proporciona dinero sin ningún tipo de condición a 22.500 personas de dos condados kenianos muy pobres, Siaya, donde vive Anam, y Bomet.
La idea de ofrecer una renta básica es muy antigua. Esta renta debe cubrir las necesidades fundamentales y actuar como amortiguador, de forma que, pase lo que pase, una enfermedad, un desastre natural, una pandemia o un despido, tengas fondos suficientes para sobrevivir.
En su modalidad más pura, la renta básica es universal y no depende de criterios como el salario o el patrimonio. Es individual e incondicional, lo que significa que no es necesario cumplir ningún requisito ni hay restricciones sobre cómo gastar el dinero. No es una herramienta para forzar ciertos comportamientos, sino un medio para ayudar a la ciudadanía a costear los básicos necesarios para vivir con dignidad.
El programa de Kenia es muy importante para el mundo de la renta básica universal ya que cumple todos estos factores. “No comprobamos si eres rico o pobre, lo recibe todo el mundo”, aclara Tavneet Suri, profesora adjunta de economía aplicada de la Sloan School of Management del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y una de las principales investigadoras de la iniciativa GiveDirectly.
“Llevamos más de tres años y los resultados son buenos”, añade Caroline Teti, directora de defensa del beneficiario de GiveDirectly. Los beneficiarios están más sanos y pasan menos hambre. Cuentan con una red de seguridad para poder asumir riesgos y poner en marcha sus propios negocios. También ha mejorado la capacidad de resiliencia de la comunidad, ya que la ciudadanía ha unido recursos para realizar inversiones mayores como poner agua corriente o construir viviendas más sólidas.
La llegada de la COVID-19 puso a prueba la capacidad de las personas para hacer frente a la pandemia y la efectividad de la renta básica universal. Entre mayo y junio, el equipo de investigación llamó a los beneficiarios para ver cómo se las apañaban, cómo estaban de salud, si podían obtener suficiente comida y si habían disminuido sus ingresos.
El estudio fue pequeño y aún no ha sido revisado por pares, pero los resultados son alentadores. Aunque las empresas vieron cómo desaparecía gran parte de sus ingresos, según Suri, los negocios de los receptores de la renta básica no desaparecieron, a diferencia de los que eran propiedad de quienes no recibían transferencias. El equipo de investigación también descubrió que quienes recibían una renta básica universal tenían menos probabilidades de pasar hambre y más de mantener las mejorías en salud física y mental. “Vemos que estos efectos de la renta básica perduran a lo largo de la crisis”, señala Suri.
Estos datos ofrecen una idea del papel que podría desempeñar la renta básica universal a la hora de mejorar la resiliencia frente a distintos tipos de crisis; no solo frente a esta pandemia o a futuros virus, sino también frente a los efectos de una crisis climática que sistemáticamente golpea con más fuerza a las personas marginadas y con menos recursos. Es una idea que Suri está testando en Kenia: “Creemos que la renta básica puede proporcionar cierto colchón frente a las condiciones adversas. Si algo malo sucede, tienes una alternativa”.
En 1795, a unas 60 millas al oeste de Londres, se implementó en el distrito inglés de Speenhamland lo que algunas personas consideran el primer programa de renta básica. La vida se había vuelto muy sombría debido a las malas cosechas, al aumento del precio de los alimentos y al desempleo. Así que los funcionarios de la zona se reunieron en un pub para formular un plan radical: dar dinero a la gente. Se complementaron los ingresos de los residentes para garantizar que podían pagar sus necesidades básicas. Si el precio de los alimentos aumentaba, también lo hacían los pagos.
Y durante un tiempo funcionó, la hambruna cesó. Pero volvió a surgir el viejo tópico del “pobre ocioso” y se culpó al programa del aumento de la población y de la pérdida de productividad; sin embargo, según un reciente análisis del historiador Rutger Bregman, esta acusación es infundada. En 1834 se puso fin al programa, se eliminó la renta mínima y la gente se sumió de nuevo en la pobreza.
Aunque el sistema de Speenhamland duró solo unas décadas, su legado es extenso.
Algo más de un siglo después, en la década de los 60, la idea de una renta básica parece ganar fuerza en Estados Unidos. En 1967, Martin Luther King Jr. planteó la idea en su libro ¿Adónde vamos desde aquí: el caos o la comunidad? Y en 1969, la renta básica universal encontró un inesperado aliado en el presidente Richard Nixon, que planteó que cada familia estadounidense de cuatro miembros recibiera del Estado 1.600 dólares anuales (el equivalente actual de unos 11.500 dólares). Pero recibió un informe con un análisis negativo del programa de Speenhamland que alegaba que había sido un desastre. Asustado, Nixon incluyó en su programa el requisito de estar empleado. La propuesta acabó descartada.
En la década de 1970, a lo largo de Estados Unidos y Canadá, surgieron diversos proyectos de renta básica, entre ellos el Mincome, una iniciativa que se llevó a cabo en las zonas rurales canadienses entre 1974 y 1979 y que garantizaba a las familias un ingreso anual equivalente a 16.000 dólares canadienses actuales (12.000 dólares estadounidenses). El Mincome, cuyos resultados se publicaron décadas más tarde cuando la economista Evelyn Forget tropezó con cajas con datos del programa, redujo en un 8,5% las hospitalizaciones, mejoró la salud mental y aumentó el porcentaje del alumnado que completaba la escuela secundaria.
Pero la idea que perdura y en la que se basan las políticas desde la desaparición de Speenhamland hasta hoy es que las personas sin recursos son indignas y poco amigas del trabajo.
Este es un mito influyente y uno que ignora la realidad económica. En las últimas décadas, los salarios más bajos de Estados Unidos se han estancado, por lo que un empleo ya no es una garantía para salir de la pobreza. “Sabemos que la gente trabaja y es pobre. Por eso existe el término trabajador pobre”, afirma Michael Tubbs, alcalde saliente de Stockton, California, que desde 2019 dirige un programa de renta básica. La desigualdad en Estados Unidos ha alcanzado cotas vertiginosas. Las probabilidades están especialmente en contra de las personas de color; de media, los hogares negros estadounidenses disponen de una décima parte de la riqueza de los hogares blancos.
“A muchas personas les resultará imposible acceder al mercado laboral y encontrar un trabajo que les permita vivir de forma digna”, señala Andrew Yang, excandidato presidencial demócrata que ahora dirige la organización sin ánimo de lucro Humanity Forward. Además, numerosas personas dedican muchas horas al trabajo no remunerado, por ejemplo, cuidar de niños pequeños o de parientes vulnerables o participar en voluntariados, algo que es increíblemente valioso para la sociedad, pero que carece de reconocimiento económico.
En los últimos años son cada vez más las voces que demandan una renta básica universal. Mark Zuckerberg, Elon Musk y otros multimillonarios del ámbito tecnológico apoyan esta idea porque mitigará los efectos de una creciente automatización que hará innecesarios millones de puestos de trabajo (y para desviar la atención de su enorme riqueza). Durante la campaña para la nominación presidencial de 2020, Yang propuso que cada estadounidense recibiera 1.000 dólares mensuales por el hecho de estar vivo.
Pero ha sido necesaria una pandemia para que la idea de la renta básica universal se popularice.
La COVID-19 ha destruido millones de puestos de trabajo, algunos quizá para siempre. Esta pandemia ha puesto de manifiesto la dureza de un sistema económico en el que la capacidad de una persona para cubrir sus necesidades básicas (alimentos, hogar o atención médica) depende de tener un empleo. Y la pandemia es solo uno de los muchos peligros a los que nos podemos enfrentar. Las personas están luchando para protegerse del coronavirus a la vez que se enfrentan a incendios forestales, huracanes, ciclones u otros desastres que cada vez son más frecuentes y extremos debido al cambio climático.
De repente, la idea de dar dinero a la gente ya no parece tan radical. Bajo la Administración Trump, a principios de la pandemia, algunos estadounidenses experimentaron una muestra de lo que es la renta básica con un pago único de 1.200 dólares. En mayo, España aprobó el ingreso mínimo vital a nivel nacional que podría beneficiar a 850.000 familias vulnerables. Canadá, Escocia, la India y otros países han estudiado implementar distintas versiones de la renta básica como respuesta a la COVID-19.
“La pandemia fue el detonante. Es una crisis que se veía venir”, afirma Guy Standing, profesor de estudios de desarrollo de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la Universidad de Londres y cofundador de Basic Income Earth Network, “y ha demostrado que no tenemos capacidad de resiliencia”. Y añade que “demasiadas personas viven al borde de una deuda insostenible. Esa es su vida. Viven sin sentido”.
Virginia Medina sabe lo que es vivir sin sentido. Ella y su marido, que residen en Stockton, California, han luchado durante mucho tiempo contra sus problemas de salud y deudas. Cuando se enteró de que recibiría 500 dólares al mes para gastarlos a su antojo, “solo le di las gracias a Dios porque sabía lo que necesitaba y me lo hizo llegar en el momento adecuado”.
En 2012, Stockton se convirtió en la ciudad más grande de Estados Unidos en declararse en bancarrota. Pero durante su mandato, el alcalde Tubbs hizo famosa la ciudad por otro motivo: un programa de renta garantizada que desde febrero de 2019 otorga una renta a 125 personas cuyos ingresos están por debajo del ingreso medio de la ciudad.
Para Medina, ese dinero extra ha supuesto un balón de oxígeno. “Puedo ir a la tienda y comprar las cosas que necesito sin tener que preocuparme por lo que voy a hacer cuando llegue otra factura”, señala. Ha podido adquirir sus medicamentos, visitar a su hermana enferma que vive en Oregón y empezar a pagar sus deudas. Espera haber solventado todas para cuando el programa termine en enero de 2021.
Tubbs quiere que su programa ayude a disipar uno de los mitos que promueven ciertos detractores de la renta básica: las personas son pobres porque han tomado malas decisiones. Según el alcalde, a menudo esta creencia se basa en el racismo: “La gente se siente incómoda dando a otras personas poder para tomar decisiones sobre cómo ganar dinero, especialmente a gente de color, a gente negra”.
Los resultados de la iniciativa de Stockton demuestran que las personas emplean su dinero en cubrir sus necesidades básicas. Más del 40% de esta renta se destina a alimentos, el 12% a facturas de servicios básicos, el 9% a gastos relacionados con el coche, como combustible o reparaciones, y el resto se gasta en seguros médicos, ropa y ocio.
Esto no solo desmiente la creencia de que una renta básica universal es dinero perdido, también aborda uno de los aspectos que, según los defensores de la renta básica, se ignora a menudo: dar dinero a quienes tienen menos recursos sirve para apoyar la economía local de forma directa. “Se inyecta inmediatamente en la economía”, declara Yang. “Se gasta en la compra, en la guardería o en reparar el coche, y toda esa actividad acaba por generar o promover la generación de empleo”.
Los distintos experimentos sobre renta básica implementados en todo el mundo han obtenido adicionales resultados positivos que, aunque no tan tangibles, no por ello menos significativos. Entre 2017 y 2018, 2.000 desempleados finlandeses seleccionados al azar recibieron 560 euros al mes. Los resultados muestran que, aunque el empleo entre los beneficiarios no aumentó de forma estadísticamente significativa, comparados con los distintos grupos de control, estos se sentían más seguros, sufrían menos depresión y menos soledad y tenían más confianza en las instituciones y en las personas responsables de la formulación de políticas.
Sistemáticamente se ha refutado la creencia de que los receptores de la renta básica universal abandonan su trabajo o emplean su dinero de forma socialmente indeseable. En un experimento sobre renta básica realizado en Madhya Pradesh, uno de los estados más pobres de la India, el alcoholismo disminuyó entre los 6.000 beneficiarios. Este dato concuerda con los estudios del Banco Mundial, que demuestran que la renta básica no conduce a un mayor gasto en productos como el tabaco o el alcohol.
La población de Madhya Pradesh compró cabras y pollos para poder vender huevos, leche y carne. Disminuyó la dependencia de los prestamistas. La gente impermeabilizó sus casas, construyó retretes y mejoró el saneamiento, lo que benefició especialmente a las niñas (contar con unas instalaciones limpias cuando tienen el período facilita su asistencia a la escuela).
“Hubo un enorme efecto emancipador”, señala Soumya Kapoor Mehta, directora de IWWAGE, centro de investigación y promoción de género de la India, y una de las principales investigadoras del programa en este país. Los beneficios perduran incluso más allá de la duración del programa. “Estas son mejoras permanentes”, añade, “la huella que dejamos... había aumentado el sentido de resiliencia”.
Hay quienes incluso esperan que la renta básica pueda reforzar la resiliencia frente a la crisis climática. “Si lo que quieres es dar a la gente los recursos para, por ejemplo, quitarse de en medio de una tormenta”, señala Yang, “la forma más eficiente de hacerlo es darles dinero directamente”.
Para Standing, los beneficios pueden ir todavía más allá, ya que cree que la renta básica universal podría ayudar a construir una economía con menos dependencia en el carbono. Aunque todavía no hay muchos estudios sobre el impacto medioambiental de los programas de renta básica, según el profesor de la SOAS, estos pueden servir como incentivo para que más personas con un trabajo mal remunerado, con malas condiciones o que requiera largos desplazamientos se cambie “a formas de trabajo que valoramos, [pero] que no están remuneradas, como el cuidado de personas, el trabajo voluntario y el trabajo comunitario”, que además, según Standing, son mejores para el medioambiente y para impulsar las comunidades.
La mayor crítica a la renta básica universal es su coste.
Economistas y defensores de la renta básica universal han elaborado una serie de planes para recaudar fondos con el fin de financiar el trabajo en renta básica. Los Gobiernos podrían recortar programas existentes o incurrir en mayor déficit. Algunos como Standing piden que se establezcan grandes fondos nacionales de capital; por ejemplo, en Alaska cada residente recibe un dividendo anual a cargo de los ingresos de la economía petrolera del estado. Los impuestos también pueden jugar su papel: impuestos medioambientales para penalizar a quien contamina, impuestos sobre el patrimonio de la clase más rica e impuestos sobre bienes inmuebles.
Para quienes apoyan la renta básica preguntar cómo no lo podemos permitir es simplemente la cuestión equivocada. Mia Birdsong, escritora, activista y presentadora del podcast sobre renta básica More Than Enough, afirma que le formulan esta pregunta constantemente. Su respuesta: “¿Estás de broma?”
“Nunca nos preguntan sobre el ejército, el programa espacial o sobre la protección que el Servicio Secreto ofrece a cada presidente hasta que muere”, señala, pero “cuando se trata de necesidades superbásicas como la vivienda, la comida, la educación y la sanidad nos empieza a doler el bolsillo”.
“Siempre nos preocupamos por el dinero, tratando de averiguar qué es lo menos costoso que podemos hacer”, afirma Melvin Carter, alcalde de Saint Paul, que ha decidido poner en fase de prueba la renta básica en su ciudad. Y añade que la pandemia ha demostrado que el dinero se puede encontrar cuando más falta hace: “No es un problema de presupuesto, es un problema de prioridades”.
En lo que casi todo el mundo está de acuerdo es en la necesidad de contar con más datos, especialmente sobre el impacto que tendrá la renta básica en los países con rentas altas. “El lado positivo [de la renta básica universal] es enorme, hay una especie de efecto liberador”, afirma Suri, ″[pero] algunos de los inconvenientes pueden contrarrestarlo”. Por ejemplo, Suri cree que los precios podrían subir si la oferta no se mantiene al ritmo de la nueva demanda.
Aunque los datos demuestran que dar dinero a las personas pobres de los países en desarrollo reduce de manera mensurable la pobreza, establecer qué efecto tiene la renta básica universal en los países de renta alta es complicado debido al sistema de servicios sociales. ¿Debería la renta básica reemplazar los programas de servicios sociales de esos países o convivir con ellos? Personas conservadoras como el controvertido politólogo Charles Murray demandan que el estado del bienestar desaparezca por completo. Otras, como Yang, desean que algunos programas convivan junto a la renta básica universal mientras que otros desaparezcan.
“Renta básica es una palabra muy bonita y sencilla, pero muy complicada”, señala Olli Kangas, director científico del experimento de renta básica finlandes: “Cada país es diferente y cada país es un caso especial.”
Por eso, según Jürgen Schupp, más que un debate, necesitamos datos. Schupp, que trabaja en el Instituto Alemán de Investigación Económica y dirige un nuevo experimento de renta básica en Alemania, se desespera un poco con el debate tan polarizado que existe alrededor de la renta básica. La gente asegura que la renta básica es fácil de implementar o que es demasiado compleja para funcionar. Sin embargo, Schupp insiste en que todavía no disponemos de suficientes datos, que debemos investigar por qué “nos faltan ideas utópicas” y que, además, los países son incapaces de proporcionar a su población la resiliencia y seguridad que necesitan para capear impacto tras impacto.
La pandemia del coronavirus ha golpeado nuestra salud, economía y medios de vida. Ha llevado a muchas más personas a lo que Standing llama el “precariado”, un grupo social de personas que tienen empleo, pero no pueden escapar de la pobreza. Ha revelado la fragilidad de la economía y ha hecho sonar la voz de alarma por lo que está por llegar. La COVID-19 no será nuestra última crisis. El calentamiento global trae consigo impactos simultáneos cada vez mayores con poder para desplazar a la población, colapsar los mercados financieros y destruir industrias enteras.
Según Tubbs, tenemos hambre de algo muy transformador y diferente: “Y no gradual, sino drástico. Y no drástico por el mero hecho de ser drástico, sino drástico para estar a la altura de los tiempos drásticos en que vivimos”. La renta básica universal, una idea que antes se consideraba radical, está de repente en nuestras miras.
De vuelta en Kenia, Anam señala que los ingresos adicionales que él y su esposa reciben han aportado una dosis de seguridad adicional durante la pandemia y, a largo plazo, han proporcionado a su familia una estabilidad de la que antes carecían.
En su comunidad hay familias que antes del programa de renta básica universal pasaban a menudo días enteros sin comer. “Con la renta básica, al menos pueden comprar comida para tener energía para buscar trabajo”, afirma Anam. El programa también ha unido a la comunidad en su determinación de usar el dinero para construir los cimientos: para casas, para relaciones, para trabajos y para una seguridad financiera. “La renta básica funciona”, concluye, “y yo soy un vivo ejemplo de ello”.
Este artículo forma parte de la colaboración entre Huffpost UK y Unearthed, el equipo de investigación periodística de Greenpeace UK, y ha sido traducido del inglés.