La profecía autocumplida de la salud mental
Estamos hablando de sufrimiento real de la población. No de cuentos, poses o fingimientos.
Nuestra sociedad está viviendo una crisis relacionada con los problemas psíquicos. No se limita a nuestro país ni se ciñe a las consecuencias de la pandemia. La sociedad más individualista de la historia, la más obsesionada con el yo, la que tiene a su alcance más fuentes de placer inmediatas, sufre más ansiedad y depresión que nunca, a pesar de que el nivel de vida medio también es mayor que nunca. En ocasiones, sucesos trágicos como el ocurrido esta semana a una actriz especialmente querida hacen que el tema asome la cabeza en los titulares de la prensa, pero rápidamente la vuelve a ocultar. Estamos hablando de sufrimiento real de la población. No de cuentos, poses o fingimientos. Pero más nos vale entender correctamente qué es si queremos ayudar a las personas que lo sufren.
Recuperando una fórmula usada con frecuencia por el psicólogo Marino Pérez, tan importante como reconocer que son hechos reales es entender cómo se han hecho reales. Con frecuencia, y llevados por un loable afán de desestigmatizar y desculpabilizar a la persona que los padece, se presentan como trastornos meramente biomédicos. Averías del cerebro, como puede averiarse el estómago o los pulmones. Se ignora así el importante papel que los medios de comunicación y las redes desempeñan en la aparición de estos problemas. Aunque parezca sorprendente, más de cien años de estudio sobre desórdenes emocionales demuestran que estamos ante trastornos con un no pequeño componente de contagio social. Y en la actualidad las pantallas son una potentísima fuente de influencia social. Reconocer esto no resta ni un gramo a la realidad del sufrimiento de la persona que lo padece.
Pero sí añade una tonelada de responsabilidad a quienes están detrás de las pantallas. Las personas somos todo lo fuertes o débiles que la sociedad espera que seamos, y desde todas las pantallas se da por supuesto en la actualidad que nos desmoronaremos ante cualquier problema, que no seremos capaces de afrontar la cadena de dificultades que es la vida. Hay muchos intereses comerciales sustentando la cultura del trastorno emocional y su principal arma: la soledad; la soledad real, una vez que las redes sociales reales se han disuelto, sustituidas por sus parodias. Tenemos que tener cuidado para que la necesaria y justa atención que requieren las personas con problemas psíquicos no genere efectos indeseables. Tan importante como que hablen los especialistas es que callen los arribistas que ven en este asunto una ocasión para sacar réditos políticos y mediáticos o para exhibir su parodia narcisista de la empatía.
Es muy complicado, pero tenemos que ser capaces de aunar dos mensajes que parecen incompatibles. Por un lado, ha de quedar claro que ofreceremos ayuda a todo el que la requiera, que nada tiene de descalificador sufrir problemas emocionales, que debemos hablar de estas cuestiones con libertad y seremos aceptados con cariño. Pero a la vez, hay que dejar de presentar modelos de emociones desadaptadas con una aureola de prestigio, hay que dejar de poner la lupa sobre cualquier brizna de emoción negativa para patologizarla, hay que dejar de crear contextos en donde se aliente tanto la debilidad que estos trastornos puedan llegar a suponer una fuente de identidad o apoyo social. Tan equivocado es no acudir al psicólogo cuando hace falta como acudir cuando no hace falta. O tenemos esto claro o la crisis de la salud mental en Occidente va a ser una profecía autocumplida.