La patología del destiempo
Las claves de la semana.
Irse sin marcharse. Quedarse habiéndose ido. Esa incapacidad de retirarse a tiempo. Ocurre en las fiestas, en los velatorios y hasta en la política. No hay nada más triste que ignorar cuándo es el momento. Pero pasa a menudo. Y son muchos los que acaban arrastrándose por la escena cegados por los destellos de momentos que ya nunca volverán. Lo llaman patología del destiempo.
Esta semana que acaba la hemos visto en Carles Puigdemont y su triste figura, un ex molt honorable empeñado en anteponer el yo a la institución para un regreso imposible. No hay margen por más que insista y ponga en aprietos a Roger Torrent, el nuevo president del Parlament, que parece más de hacer república que de proclamarla. ERC está ya en otra estrategia y, dicen, que Junqueras, desde la cárcel, ha dado señales de ello en todos sus escritos. Y no sólo para librarse del talego. Es pronto para comprobarlo, pero si fuera así Puigdemont no contaría para su nueva afrenta al Estado con más apoyo que el de la CUP.
Puigdemont o cómo irse sin marcharse
De momento, no rebaja la presión y ha pedido el voto delegado para la investidura para forzar una reelección a distancia. Sabe que además de antireglamentario es imposible. Será en todo caso el primer escollo que tenga que sortear Torrent. Y es probable que el nuevo president del Parlament proponga a Puigdemont a sabiendas de que no será elegido, que el Gobierno de España recurrirá la decisión al Constitucional y que ésta quedará sin efecto. Así que al ex molt honorable no le quedará más remedio que echarse a un lado y dejar que sea otro u otra quien sea investido. Él tratará de ejercer una especie de presidencia honorífica desde el exilio. Claro que no es lo mismo asomarse a la escena cada día desde el Palau que desde una esquina de la Rue des Bouchers de Bruselas. Y será entonces, al margen de su horizonte penal, cuando él y su cada vez más reducido círculo entienda que se habrá ido aun sin marcharse. Cataluña será un día o no república, pero Puigdemont habrá quedado sepultado bajo los escombros de su incapacidad para una retirada a tiempo como la que tuvo y desaprovechó aquella madruga del 26 de octubre.
Rajoy, a las puertas del ocaso
Y luego está Rajoy que, aunque de modo distinto, es otro ejemplo de cómo quedarse habiéndose ya ido. En su caso han sido tantas las veces que propios y extraños sentenciaron el final de su vida pública que un intento más resulta hasta cómico. Pero esta vez va en serio porque hasta él mismo sabe que está a la puertas del ocaso y que sólo le queda ya elegir el momento en el que anunciar su renuncia a presentarse por sexta vez como candidato a la Presidencia del Gobierno. Si no lo hiciera y el PP volviera a ganar las elecciones en 2020, Ciudadanos no le apoyaría jamás en una nueva investidura. Y siempre es mucho mejor un adiós revestido de decisión personal y por el bien de las siglas que pasar a la historia por la humillación de tener que salir después de que otros lo exijan como condición para un acuerdo de gobierno.
Van dos, pero esta semana hemos visto otras variaciones de afectados por el desorden que provoca el destiempo. En esta ocasión son los que alejados ya de la primera línea regresan de cuando en cuando a ella. Unos dicen que preocupados por la situación de país y otros, que porque no pueden vivir sin ver su presencia en la vida pública.
La confluencia de tres ex del PSOE
La confluencia de Rubalcaba, Felipe González y Zapatero en los medios de comunicación, tras meses de ausencia, no es casual para los actuales inquilinos de la calle Ferraz. Los de Pedro Sánchez dicen no creer en casualidades, que algunos ex dirigentes del PSOE "viven de la influencia del partido" y que aunque "están fuera del circuito", hay momentos en que no se resisten a lanzar mensajes tanto para reivindicarse como para aunar una posición orgánica antes de las elecciones autonómicas y europeas. Unos los hacen ante los micrófonos y otros, a través del papel impreso.
El "non stop" de Rubalcaba y la presencia de Josep Cuní
En este contexto se ha leído esta semana tanto la entrevista de González en la Cadena Ser, en la que declaró estar "huérfano de representación" política y desveló que hablaba con Rivera y no con Sánchez, como la tribuna firmada por Rubalcaba en El País sobre la crisis catalana y la reforma constitucional.
Ha sido, no obstante, el encuentro que Rubalcaba mantuvo con los dirigentes del PDeCAT Marta Pascal y Jordi Xuclá y que desvelo el diario.es lo que más malestar ha generado en la dirección federal, donde no tuvieron constancia de la reunión hasta que no saltó a los medios y tampoco fueron informados de su contenido con posterioridad. Sólo MIquel Iceta telefoneó a Rubalcaba para interesarse por el contenido del encuentro.
Rubalcaba no ha querido dar explicación sobre la reunión más allá porque al parecer no fue tal, sino un encuentro casual con Pascal y Xuclá al coincidir en el mismo hotel en el que él se encontraba tomando un aperitivo con el periodista catalán Jose Cuní. Los cuatro se sumaron, no obstante, a una conversación que se prolongó por espacio de hora y media y en la que se habló, como no podía ser de otro, modo de la crisis catalana. En todo caso, desde Ferraz entienden que ni Pascal ni Xuclá tienen demasiada influencia en la actual cúpula del independentismo ni son los mejores interlocutores del mismo para conocer el último minuto de lo que se mueve en él.
Sea como fuere lo cierto es que, aunque en junio hará ya cuatro años que Rubalcaba abandonó la primera línea, lo suyo siempre fue, en palabras de los de Sánchez, un "non stop" en la política entre bambalinas, ya que su interés por lo que acontece siempre dentro y fuera del PSOE no le ha permitido nunca irse, habiéndose ido oficialmente ya porque todo cuanto hace o dice da para interpretaciones desde cualquier ámbito político o mediático.
Tan humana es su actitud como incómoda resulta para quienes le sucedieron en las responsabilidades orgánicas del partido que hoy dirige un Sánchez que reivindica autonomía para decidir su propia estrategia con independencia de la consideración y el respeto.
P.D. Pues eso, que no hay manera de que uno se vaya sin quedarse.