La nueva OTAN salida de Madrid declara la Segunda Guerra Fría
Los líderes de la Alianza avisan a Rusia de que salen de la cumbre "preparados" y con todos sus objetivos alcanzados, listos para afrontar un mundo más peligroso.
La Cumbre de Madrid ha alumbrado una nueva OTAN. Más unida, más robusta, más diversa, más consciente de los nuevos peligros y de la urgencia de no adormecerse ante ellos. Es una Alianza Atlántica que no nace de una hermandad entusiasmada ni de grandes ideas transformadoras, brillantes, sino de la necesidad y el temor a que países como Rusia acaben con todo aquello que dice defender en su carta fundacional. A saber: “la libertad, la herencia común y la civilización de sus pueblos (...), la democracia, las libertades individuales y el imperio de la ley”. Nuevas formas, nuevos retos y nuevas herramientas que constatan que el mundo que conocíamos hasta anteayer ha cambiado y que hay en marcha una Segunda Guerra Fría. Por eso no es arriesgado hablar de cumbre histórica.
En las salas del Ifema se ha escuchado durante dos días un lenguaje crudo, el del realismo de los países y bloques en pugna. Quien era un socio estratégico hace 10 años, Moscú, se ha convertido en la “más significativa y directa amenaza a la seguridad de los aliados y a la paz y estabilidad el área euroatlántica”. “La guerra de Rusia contra Ucrania ha hecho pedazos la paz y alterado seriamente nuestro entorno de seguridad”, ha sido una de las frases clave del secretario general de la Alianza, el noruego Jens Stoltenberg. También ha habido espacio para la ilusión, rozando el orgullo, de sumar nuevos miembros, como Suecia y Finlandia, que en unos días dejarán de de ser faros de neutralidad a parte integrante de la mayor alianza defensiva del planeta.
Cómo han cambiado las cosas. No hace ni un año, en agosto, en el cuartel general de Bruselas estaban desarbolados por la salida humillante de Afganistán, crecían las críticas al seguidismo a las apuestas de EEUU, los aliados discutían por las zonas prioritarias de actuación, se imponían los debates domésticos sobre los atlantistas... Y ahora ya nadie habla de “muerte cerebral” -el francés Emmanuel Macron, quien forjó la frase, ha estado más que discreto esta vez- sino que la OTAN luce a países muy diferentes han ido a una, porque el miedo es uno. Aunque le dan la vuelta al argumento: no les une la inquietud, sino la determinación. Eso es lo que les ha dado vitalidad y los ha devuelto a un papel clave en la defensa mundial que estaban perdiendo a chorros. “La OTAN ha reaccionado”, en palabras del canciller alemán, OIaf Scholz.
La organización se reinventa, para empezar, movilizando medios y fondos. Necesita efectivos y dinero para activar esa política defensiva, de disuasión, que dice que no está pensada para atacar, pero que lo hará si se le amenaza. En resumen, más tropas, más armas, más munición, que sobre todo se han de concentrar en el este de Europa, donde Rusia ha puesto su diana. El objetivo es dejar claro al Kremlin que no puede ir más allá de lo que ya le está haciendo a Ucrania, no desde que la invadió hace cuatro meses sino desde que hace ocho años se anexionó Crimea, de que si toca a otros países del espacio postsoviético que ahora son OTAN y UE se considerará un ataque al conjunto de la organización y, por tanto, no quedará sin respuesta.
Aunque Stoltenberg no ha querido dar plazos de los despliegues por venir, se sabe ya que “en unos meses” se podrá tener en alerta más de 300.000 militares; ahora hay 40.000 actuales. Que tantos uniformados se muevan a la vez ante una orden de Bruselas es un hecho inaudito. “Ahora los países aliados tienen que contribuir con fuerzas a ese nuevo modelo” para que no quede todo en palabras.
Vienen los días complicados en lo doméstico, en los que cada estado tendrá que hacer sus cuentas para saber cuánto puede poner en la batalla, lo que también forzosamente ha de reflejarse en los presupuestos generales y esa inversión del 2% del PIB nacional que se quiere como “suelo” de inversión, como compromiso mínimo de cada miembro para el fondo común con el que se tiene que mover toda esta armadura atlántica.
Números aparte, esta orden de todos a una coordinada por la OTAN supone un cambio del que aún se desconocen las consecuencias en la política europea de defensa, que nos pilla más cerca. En los últimos años se habían elevado más voces dispuestas a lograr una mayor autonomía estratégica respecto de la Alianza y, sobre todo, del dictado de Washington. La invasión de Ucrania ha facilitado pasos muy nuevos, como la aprobación de la Brújula Estratégica o la ayuda armamentística a Ucrania en bloque, pero todo eso ahora tiene que pasar por el filtro de esta OTAN remozada. Ha cambiado respecto de la que se desdeñaba y criticaba. Nadie ha sacado los pies del tiesto en Madrid por esta atlantificación comunitaria.
“Putin buscaba la finlandización de Europa”, dijo el presidente estadounidense, Joe Biden, en la primera jornada. “Lo que va a tener es una otanización de Europa. Es exactamente lo que no quería, pero justamente lo que tenemos que hacer para garantizar la seguridad de Europa”, aclaró. Ya hoy lo ha remarcado: “La guerra no terminará con una victoria de Rusia sobre Ucrania”.
Ucrania no está sola
Ha sido central en la cumbre el apoyo a Ucrania, desde la intervención de su presidente, Volodímir Zelenski, de forma telemática desde algún punto de Kiev, a los compromisos concretos para este país que un día quiso ser de la OTAN y que, en parte por eso, ha acabado invadido por su vecino. Se ha acordado un paquete “integral” del que también se desconocen los detalles pero que en los próximos meses debe permitir que el Ejército local y su resistencia se siga defendiendo de los rusos, en esta guerra más larga de lo que Putin supuso nunca. La clave está en hacer que deje atrás su material de la URSS y modernice sus medios, llegando a niveles equiparables con los de algunos países OTAN.
De esta forma, no sólo ganará Ucrania un músculo desconocido, teniendo como tiene delante a la segunda mayor fuerza militar del mundo, sino que tendrá medios y formación que le permitirán operar junto a la OTAN, directamente.
El llamamiento al fin de la guerra ha llegado este jueves. “El presidente (ruso, Vladímir) Putin debería retirar sus fuerzas y poner fin a esta guerra inmediatamente, deteniendo el ataque a una nación democrática y soberana que causa tanto sufrimiento en Ucrania”, ha enfatizado Stoltenberg, quien ha acusado a Moscú del alza del precio de los alimentos. “No lo ha causado las sanciones de la OTAN, sino la guerra de Putin”. Biden lo ha resumido en: “El precio del petróleo es alto por Rusia, Rusia, Rusia”.
Una nueva concepción
Venía muy trabajado y muy pactado el llamado Concepto Estratégico de Madrid, un documento que ya es el segundo en importancia de la Alianza, sólo por debajo de su tratado fundacional, y que renueva todos sus diagnósticos, valores y misiones por venir. La hoja de ruta para la próxima década hace rente a una nueva era con acciones de “actores autoritarios que desafían los intereses, valores y el modo de vida democrático” de la OTAN, dice el texto. Ahí se va mucho más allá de Rusia. Se habla de guerras híbridas, de ciberguerra, de crisis climáticas, de instrumentalización de la inmigración, de la manipulación del mercado de la energía, de presiones económicas. Todo lo que no es guerra abierta pero es guerra y que los adversarios de la OTAN aplican y aplicarán en mayor medida.
Uno de esos adversarios es China, que sube de nivel porque, dice Bruselas, intenta “subvertir el orden internacional basado en normas, incluso en los ámbitos espacial, cibernético y marítimo”. ¿Otro enemigo, otra amenaza? No, no se la llama ni adversario, pero “plantea serios desafíos”, desde lo comercial a lo defensivo, indica Stoltenberg.
Su nuevo plan de acción no viene solo, sino acompañado de un intento fresco de la OTAN de llevarse bien con otros países que pueden verse igualmente afectados por las amenazas que pululan por el mundo, con los que hay puntos de unión sin ser atlantistas, y con los que se puede trabajar para prevenir problemas. En la cumbre madrileña ha sido muy reseñable la presencia de estos estados, desde el bloque Indo-Pacífico (Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Japón) a países del flanco sur como Mauritania, Túnez o Jordania.
Mirando al sur, que ya era hora
“Los conflictos, la fragilidad e inestabilidad de África y Oriente Medio afectan directamente a nuestra seguridad y la de nuestros socios. El vecindario sur de la OTAN, en particular Oriente Medio, el norte de África y las regiones del Sahel afrontan desafíos demográficos, económicos, políticos y de seguridad”, afirma el documento de la Alianza. Era esencial abordar la zona, porque aparte de condensar fenómenos peligrosos como los estados fallidos, están muy expuestos a la influencia tanto de Rusia como de China.
Ha sido esta mañana cuando se le ha dado su lugar a ese flanco sur sobre el que España rogaba que se pusiera la mirada, porque por pura geografía es una amenaza que tiene cerca. Se ha hablado sobre todo de terrorismo y, por primera vez, se ha aprobado un paquete de apoyo a las capacidades de Defensa de Mauritania, para que el país africano aborde la seguridad de las fronteras, la migración irregular y el yihadismo. También se refuerza la ayuda a Túnez y se mantiene la de Jordania, países que trazan una línea imaginaria del norte de África a Oriente Medio que permiten extender la vigilancia en toda la zona, como explicaba a la prensa el ministro de Exteriores español, José Manuel Albares.
“La inseguridad en estas regiones tiene una repercusión directa en la seguridad de todos los aliados”, recalcó Stoltenberg, pese a que en las semanas previas a la cita madrileña no estaba claro si entraría o no en el debate. Ha puesto un ejemplo: la misión aliada de formación de las fuerzas de seguridad de Irak “está contribuyendo a evitar el regreso del Estado Islámico” y eso impide atentados en suelo occidental.
El reto de la ampliación
El reto inmediato de la OTAN está a la vuelta de la esquina, el martes, cuando en Bruselas se formalice la llegada de Suecia y Finlandia. Aunque lo que se ha escenificado en Madrid es la satisfacción por la familia que crece, aún hay sombras y nada estará seguro hasta que se firme, porque el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan -con quien se ha cerrado un acuerdo para que no vete el acceso, porque sin unanimidad no hay nada que hacer- avisa de que romperá la bajara si ve que sus reclamaciones no son atendidas.
Los parlamentos de cada país tienen que aprobar las condiciones del acuerdo con Ankara, que no se pueden rebajar. Los gobiernos de Helsinki y Estocolmo no proporcionarán apoyo a las YPG y el PYD, además de la organización bautizada por Erdogan como FETO, y habrá una serie de extradiciones a Turquía que suponen, para muchas asociaciones locales de derechos humanos entienden que es un olvido de los kurdos.
No es perfecta, claro, la Alianza de la alianza. Cómo poner de acuerdo en todo a países tan diversos. Cómo contentar a todos por igual. Y, sin embargo, el teatro de la política y la diplomacia parecía real en los pabellones de Ifema. Como si se hubieran quitado un peso de encima, el de la meta volante de definir un mismo enemigo y una misma meta. Una global que sea tan fuerte que supere las diferencias, como las de los nuevos aspirantes y Turquía. Porque lo que hay de fondo es muy grave, es un mundo que da la vuelta, es una seguridad que se pierde o se pone en riesgo y es, ahora mismo, gente inocente muriendo en Ucrania.
Ahora se van las delegaciones y se retiran las banderolas. Queda el trabajo por hacer.