La mujer y la Universidad
Algunas personas, hombres por supuesto, me dicen, con cariño: "¿Amparo, porque no te diversificas más en el contenido de tus artículos? Tú tienes currículo para hacerlo". Contesto, "¿por qué no os diversificáis vosotros?".
Cuando empecé a escribir columnas en los periódicos del Grupo Joly, algo de lo que me siento orgullosa y agradecida, las llamé "Las empinadas cuestas", por una frase que mi amigo Pepe Griñan había escrito en el prólogo de mi libro, "Una mujer de mujeres": "Una vez más, he comprobado cómo los mismos acontecimientos son vividos de diferente manera por hombres y mujeres, cómo los caminos más habituales para nosotros, los más cotidianos, son para ellas, empinadas cuestas". Decidí escribir solo de mujeres, de feminismo. Todos los periódicos están llenos de columnistas que escriben de todo, pero muy pocos, de manera excepcional, lo hacen de asuntos de género. Es, por tanto, una opción vital, consciente y madura, de la que no me arrepiento y en la que quiero seguir mientras pueda.
Soy así de terca, porque, desde hace muchos años, me supe una privilegiada, -ellos nunca sintieron esto-que pudo escapar a la regla no escrita del patriarcado, que nos condenaba solo a la condición de esposa y madre; pude tener acceso a la Universidad, cuando las mujeres escasamente lo hacían. Recordaré que las mujeres tardamos mucho en tener derecho a la educación, y cuando se inicia, muy lentamente, su ingreso en la enseñanza primaria y secundaria solo se entendía por ser de utilidad, en la medida en que ser instruidas era considerado mejor para la educación de sus hijos. O para que, en el caso de que tuvieren "la desgracia" de no casarse, se pudieran ganar la vida, como institutrices o, más tarde, como maestras. A los estudios universitarios no tienen acceso normalizado hasta la aprobación de la Real Orden de 8 de marzo de 1910; antes tenían que solicitar un permiso a las autoridades académicas, que solo les era concedido si los profesores respectivos se comprometían a garantizar "el orden en las aulas a las que asistieran dichas señoritas" (sic).
En 2018, se han cumplido los 500 años de la Facultad de Derecho de Sevilla, mi Facultad, y con tal motivo, Cristina Díaz, periodista del Diario de Sevilla, ha escrito tres reportajes dedicados a dicha conmemoración. En uno de ellos, titulado "Cuando las mujeres se pusieron la toga", escribe que "en los años 60 había poco más de 30 mujeres en toda la Facultad de Derecho y hoy son más de 2.500", añadiendo que "A pesar de la alta cualificación de las estudiantes de la Facultad de Derecho, no fue hasta 1965 cuando se doctoró la primera mujer. La tesis está registrada en la Universidad de Sevilla con la aposición de los apellidos de su marido. Habría que esperar hasta 1972 para que otra mujer leyera su tesis en la Facultad de Derecho, Amparo Rubiales, bajo la dirección del catedrático Manuel Clavero".
En 1975 saque las oposiciones a profesora adjunta de Universidad, la única mujer de aquella promoción; además me case y tuve dos hij@s; lo pude hacer porque mi padre, juez, tenía recursos económicos y porque siempre tuve mujeres que me ayudaron a hacerlo posible, algo de lo que la inmensa mayoría de las mujeres de mi generación carecían. Por eso, esa injusticia que padecían las mujeres, de la que yo escapé, me hizo feminista, primero, de manera más "espontanea", y después, algo más elaborada y radical. Siempre me han dicho: "¿Por qué te dedicas a esto, si no lo necesitas?". Respondía lo mismo: "Las mujeres, si".
Estas cosas las he vuelto a recordar a raíz del máster falso de Cristina Cifuentes, y, sobre todo, tras la lectura de un artículo de Ana I. González Triviño, una maravillosa periodista, que ha escrito una emocionante reflexión, "Ser mujer universitaria", en la que dice: "Todos estos días en los que he leído sobre el caso Cifuentes, yo me retorcía por dentro por un simple hecho: el de ser mujer. Me acordaba de mis comienzos, cuando el logro no era ser universitario sino universitariA, en una familia donde ninguna otra lo había sido". No lo fueron por ser mujeres y de familia de escasos recursos económicos. Una doble injusticia. Termina así: "Me vinieron todas estas ideas, del pasado y del presente, cuando miro a Cifuentes. Pienso no solo en mi caso, sino en el de otras muchas mujeres que vivieron lo mismo. No hace tanto hicimos un logro único en nuestra familias. Y sonrío porque en el fondo, aunque no he escogido una titulación que me haga rica, no soy como Cifuentes. Por mucho enchufe y dinero de por medio, la dignidad no se compra. Y eso, a personas como ella, les queda muy lejos". La Universidad, otro techo de cristal que vamos rompiendo.
Este artículo se publicó originalmente en Diario de Sevilla.