La meritocracia son los padres
Cómo desmontar el discurso hegemónico que justifica la riqueza y los privilegios de unos pocos.
Desde pequeños nos enseñan en el colegio que si nos esforzamos, si sacamos buenas notas, si somos los mejores y obtenemos una serie de títulos académicos no tendremos de qué preocuparnos, todo nos irá bien en la vida. El discurso también se asienta en muchos hogares donde por desgracia los padres no tuvieron la posibilidad de estudiar, pensando que si sus hijos sí la tienen, serán personas de éxito y no les faltará de nada. Pero no es así, el ascensor social siempre estuvo roto para los de abajo, y en el mejor de los casos, solo llega hasta el primer piso.
En España, tanto la tasa de acceso como la de graduados están por encima de la media de la UE y la OCDE. En concreto, un 63,7% de la población menor de 30 años accede a estas etapas educativas (Universidad y Formación Profesional de Grado Superior), mientras que en Europa es un 50%. Sin embargo es chocante cómo, en contraposición a los buenos datos educativos, la tasa de desempleo juvenil se sitúa por encima del 30%.
A los defensores de la falsa meritocracia les hago la siguiente pregunta: ¿Estáis queriendo decir que casi un tercio de las personas con estudios superiores son estúpidas y por eso no consiguen trabajo?, ¿No será que la realidad que subyace bajo esta problemática no es la cultura del esfuerzo y el mérito; sino la de los problemas estructurales? Aquellos que de verdad se esfuerzan, los que tras una larga jornada de trabajo llegan prácticamente de empalme a las clases del día siguiente, serán los que al graduarse probablemente se den de hostias contra la realidad, acabando en la lista de espera más larga de nuestro país: la del paro. Por el contrario, pongo la mano en el fuego y no me quemo al decir que la otra parte –los privilegiados que han podido dedicarse exclusivamente al estudio–, aquellos que salen de fiesta martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, en cuanto acaben dispondrán de los contactos y el aporte económico familiar para salir adelante sin ningún problema.
El sociólogo Carlos Gil Hernández se planteó la siguiente pregunta: ¿cómo las familias de estatus socioeconómico alto evitan que sus hijos desciendan en la escalera social, aunque tengan una habilidad académica baja? Spoiler: no es que se esfuercen más o sean muy inteligentes, es simplemente que pueden pagar más.
Y no ocurre porque sus familias se encargarán de facilitar todos los recursos necesarios para que no se queden por el camino: profesores particulares, clases extraescolares de idiomas o incluso cambiar a sus hijos a centros educativos dónde tengan una mejor influencia o allí dónde –por el módico precio de varios miles de euros al año– hagan la vista gorda. No es meritocracia; es un sistema trucado y profundamente injusto.
Más datos, según un informe del Peterson Institute for International Economics que analiza el origen de las grandes fortunas mundiales, en España la mayoría de los ricos lo son por herencia: un 53,8%. Y en la misma línea, si le echamos un vistazo a la lista de las 100 personas más ricas en España, nos encontramos con que en primer lugar se encuentra Amancio Ortega y en segundo lugar su hija, Sandra Ortega. ¿Lo entendéis, verdad?
Ante todo lo expuesto podemos confirmar que la narrativa meritocrática es una mentira arrojadiza que sirve de pretexto para la explotación laboral, la ruptura de la conciencia de clase (defendiendo los intereses de otro grupo social con la aspiración de que algún día te inviten a su fiesta) y la justificación de los privilegios de unos pocos.
Que no te vendan libros de coaching baratos, querer no es poder. El discurso americano de los garajes es otro espejismo: el que no tiene nada o tiene muy poco, igual algún día podrá darse de alta como autónomo, montar un pequeño comercio y cruzar los dedos porque todo salga bien a la primera, dado que sus condiciones económicas no le darán la posibilidad de volver a intentarlo. En el otro extremo están quiénes tienen la cartera y la herencia de sus antecesores, pueden fracasar e intentarlo las veces que lo necesiten, siempre habrá una hucha a la que meterle mano.
Con todo ello, espero haber aportado algún que otro dato para responder a tu cuñado la próxima vez que le veas, contestar a tu jefa cuando te mire por encima del hombro con algún discurso condescendiente o simplemente ganar el debate en la barra de un bar (o en las redes sociales, que al fin y al cabo es lo mismo).