La lista de las cosas que no haré
¿Tan complicado es llevar adelante pequeños proyectos íntimos?
Hace un año escribí por estas fechas una detallada lista de propósitos de año nuevo y la guardé en un libro de mi biblioteca. Incluía desde intenciones concretas para lograr un estilo de vida saludable hasta ideas casi trascendentales y levemente abstractas sobre mi forma de ver el mundo. Detallé con enorme cuidado todo lo que haría — o no — para lograr cada uno de esos inspirados deseos. Incluso dediqué una buena cantidad de tiempo a escribir floridas frases de autor que me acompañaran en el empeño. Una hoja de ruta hacia cierta intención voluble de construir con el año nuevo un ambicioso proyecto de vida.
Entonces llegó el 2020 y me dejó sin propósitos. O al menos, buena parte de ellos. Como si una pandemia de proporciones desconocidas no fuera suficiente, para el mes de marzo, a punto de entrar en una cuarentena estricta y con casi todas las rutinas de mi vida trastocadas y convertidas en una mezcla de improvisación y miedo, ocurrió lo impensable. En un accidente ridículo, resbalé y me fracturé el húmero del brazo derecho, lo que se tradujo en permanecer inmovilizada al menos por seis semanas. De modo que los pocos deseos de año nuevo que habían sobrevivido a una imprevisible emergencia sanitaria, terminaron por desaparecer. El año se extendió como una interminable extensión de temores, fragmentos de ideas y terrores difícil de compaginar entre sí.
Aún así, de vez en cuando, sentía una punzada de cierta irritación. ¿Tan complicado es llevar adelante pequeños proyectos íntimos? Sí, me encontraba en medio de una pandemia y además, con una dolorosa lesión, pero mis planes no implicaban navegar el océano o escalar el Himalaya. ¿Tan duro resulta transformar los hábitos mínimos en algo más satisfactorio? Me pregunté en más de una ocasión si se debía a la natural resistencia al cambio que padece toda mente humana o algo más complejo que me llevaría esfuerzos comprender. Al final, decidí que como toda idea espiritual y personal, la razón de esa carencia de toda motivación para cumplir nuestros pequeños deseos anuales tenía una estrecha relación con algo más intrincado: nuestra necesidad de mirarnos con simplicidad. La mente humana o mejor dicho, ese conjunto de experiencias y sensaciones que llamamos identidad es mucho más enrevesada, sutil y llena de matices de lo que imaginamos y en ocasiones sólo suponemos. Incluso imaginamos.
De modo que decidí, redactar mi lista de las cosas que sabía no cumpliría y que de pronto y en medio de un sacudida telúrica a mi vida diaria, se hicieron de especial importancia. Comprendí que no bajaría de peso ni tampoco, comenzaría a tener hábitos saludables alimentación y de ejercicio físico. Lo que sí haría sin duda, sería tomarme mucho más en serio mi salud. Comprender a mi cuerpo, cultivar una relación más saludable con mi forma de entender mi identidad.
Asumí que no dejaría de hacer gastos triviales ni tampoco, haría un detallado presupuesto que me indicara cuánto dinero podría — o debería — gastar. En lugar de eso, supe que invertiría el dinero eb mi felicidad íntima de la misma manera en que lo haré en proyectos mucho más prosaicos como mi seguro médico o el de mi automóvil.
Por descontado, comprendí que no viajaría con más frecuencia, tampoco recorrería mi país en carretera, a lomos de una Mula o a pie. En lugar de eso, imaginé todos los amaneces y atardeceres de los que podría disfrutar, en las contadas ocasiones en que quizás y a pesar de todo, podría ver el mar. De las muy pocas pero divertidas veces en que podría recorrer mi ciudad.
También supe que no visitaría a diario a mi madre, ni a mis tías ni a mis primas. No intentaría reverdecer relaciones familiares a la distancia, ni tampoco me haría más tolerante a la críticas y pequeños ataques. Lo que sin duda intentaría, es expresar el amor que siento por mi familia de todas las pequeñas manera en que pueda, incluso a través de ese medio incómodo, incompleto y desagradable como lo es Zoom.
Y claro está, supe no sería una mejor persona. Ni que me esforzaría por ser la mujer más bondadosa imaginable, la más paciente, la más calmada, la más ordenada. Pero si intentaría ser la mejor versión de mi misma. Que me tendría mucha más paciencia, y también a quienes me rodean, aunque no me prometía no estallar de vez en cuando por pura ansiedad o de simple mal humor. Me esforzaría por ser un poco más tolerante, pero apreciaría mis explosiones de temperamento como parte de mi mundo interior.
Este terrible 2020 está a punto de terminar. Sonrío, leyendo mi lista dispareja, un poco sin sentido y también inconclusa. Una lista realista, simple pero poderosa, que permitió construir una hoja de ruta hacia lugares nuevos de mi mente. ¿Habrá una para ese incierto 2021 a punto de comenzar? No lo sé, me digo comenzando a redactar. Pero sin duda podré intentarlo de nuevo.