La lengua de fuego del cambio climático devora Australia
El Gobierno, contra las cuerdas, ha reconocido que el calentamiento global influye en la ola de virulentos incendios que asolan el país.
Sorpresivamente, el Gobierno federal australiano ha reconocido que el calentamiento global influye en la ola de virulentos incendios que asolan el país, pero a nadie se le escapa que lo ha hecho ante las dimensiones de la tragedia y la presión ciudadana. Un drama ambiental, humano y financiero que, por otra parte, la ciencia pronosticó hace décadas, advirtiendo que este tipo de eventos extremos serían la norma para 2050.
Empeñarse en negar la evidencia no suele dar buen resultado. Es lo que estaba ocurriéndole al negacionismo climático que caracteriza a una parte de Australia, un país terriblemente afectado desde hace meses por un sinfín de incendios que no solo tienen una causa natural. Aunque su Gobierno se empeñase en lo contrario, el perfil de gran virulencia y larga duración de estos eventos solo puede explicarlo el calentamiento global.
En medio de estos mega incendios, la crisis política no cesa de agravarse por la mala gestión del que ya es un inconmensurable drama ambiental y humano, en un contexto en el que la mayoría de la población cree que el empeoramiento de este fenómeno se debe al cambio climático. Una explicación apoyada por la ciencia, no por el Gobierno, que se manifiesta contra su visión negacionista solo con la boca pequeña. A lo que hay que añadir la falta de un liderazgo sólido y resolutivo, que desespera y exaspera a la ciudadanía en medio de esta crisis sin precedentes, abocándola a clamar al cielo por una solución en forma de la tan ansiada lluvia.
La respuesta, no obstante, es la propia de un cambio climático que está acelerándose, adoptando la forma de una sequía persistente excepcional e incompatible con un mañana libre de fuego. No podía ser de otro modo, puesto que las altas temperaturas que sofocaron la región bastaron para trocar la primavera en verano, así como para alimentar la relación exponencial entre calor y fuego, y dejar en nada las lluvias.
Una sociedad rica, abonada al negacionismo
Pese a que la ciencia asocia el cambio climático con estos eventos extremos, sus gobernantes, en representación de intereses creados, hasta ahora negaban de forma absoluta su misma existencia. La razón es de lo más prosaica, pues un pequeño gran detalle explica esta resistencia: el país es el primer exportador del mundo de carbón, con lo que reconocerlo pondría en jaque su riqueza.
Australia, en efecto, disfruta de una opulencia que lo sitúa entre los más ricos del mundo, fortuna que debe en buena parte al carbón, lo cual lleva a que de forma recurrente se niegue este hecho científico. Crítica con esta postura, la ciencia no cesa de reprobarla en boca de prestigiosos nombres como Richard Deniss, economista del Instituto Australiano, quien señaló que “la negación es comprensible para las personas que se niegan a cambiar su estilo de vida”, pero resulta “imperdonable para los representantes públicos, quienes son elegidos para protegernos”.
Con una inflexibilidad férrea hasta hace nada, el negacionismo institucional ni siquiera fue rectificado cuando, en 2006, un estudio del Instituto de Australia liderado por el científico Christian Downie relacionó de forma directa el aumento de los incendios y su destructividad con el calentamiento global.
Han tenido que pasar casi tres lustros para una breve rectificación política, producida en un contexto caótico que recuerda al fin del mundo. Importante, aun así, porque supone una brecha en un muro hasta ahora inexpugnable. A priori, sin embargo, no puede esperarse mucho más que cuando, en 2016, Donald Trump dio su brazo a torcer en el mismo sentido, finalmente de forma anecdótica.
Aunque también es cierto que se trata de un tema muy controvertido, que divide profundamente a la coalición conservadora en el poder. Sea como fuere, en el país prima la sensación de que, frente a la actual crisis, el Gobierno no está a la altura de unas circunstancias que se les han ido de las manos. Desde un enfoque político, empero, son unas circunstancias complejas, que han obligado a Morrison a afrontar un doble propósito poco o nada compatible: gestionar una crisis de origen climático sirviéndose de la diplomacia para mantener el modelo negacionista.
Difícil equilibrio que, finalmente, Morrison ha perdido, viéndose obligado a rendirse a la evidencia de que el calentamiento global está azuzando los incendios forestales. De acuerdo con Downie, se trata de “una evidencia tan clara como la de que la quema de combustibles fósiles está causando el cambio climático. Negar la verdad no cambia los hechos”, dijo.
Diabólica cadena de eventos extremos
Los hechos son una galería de los horrores. Ciudades enteras evacuadas con ayuda del ejército; ecosistemas destruidos provocando un drama sin precedentes en bosques vírgenes; atascos monstruosos; un aire irrespirable por el humo masivo y cielos rojos son el escenario que dejan estos incendios letales. Son incontables, y muchos de ellos avanzan sin control en la castigada costa sureste de la isla, en tanto que los bomberos se limitan a luchar contra un imposible, inermes ante un país en llamas.
Como no podía ser de otra manera, las espantosas dimensiones de estos eventos extremos y sus estragos acaparan un gran protagonismo mediático. Hasta la fecha, al menos 23 personas y más de 500 millones de animales han sucumbido a las llamas desde el comienzo de la ola de incendios forestales que asolan al país, empujando a decenas de miles de personas a huir espantados, con el alma a rastras.
Un infierno que comenzó en octubre, arrasando en todo este tiempo 5,36 millones de hectáreas y unas 1.500 casas. Son cifras de auténtico horror, que además no paran de aumentar a medida que la crisis se intensifica, castigando las regiones sureñas de Nueva Gales del Sur y Victoria, las zonas más pobladas. Y el país no saldrá en meses de esta diabólica cadena de eventos extremos, según los expertos, pues la oleada iniciada durante la época primaveral está recrudeciéndose con las altas temperaturas y escasez de lluvias propias del verano austral en el que se encuentra el país.
El origen de esta hecatombe hay que buscarla en las sequías y las olas de calor que, junto a los devastadores incendios forestales, han protagonizado 2019 a nivel climático, el año más caluroso registrado en el continente. Pero también en el recién estrenado 2020, en el que el mercurio alcanza cifras de récord, de acuerdo con la Oficina Australiana de Meteorología. Y si de responsabilidades políticas se trata, la tragedia alimenta aún más, si cabe, la establecida idea de que estas son las nefastas consecuencias de la falta de sensibilidad ecológica de su Gobierno.
Un negacionismo que se tambalea
Mientras Australia arde, el enraizado negacionismo está empezando a ser pasto de las llamas, aunque su núcleo duro demuestra tener propiedades ignífugas. En un palmario intento de aplacar las crecientes críticas cabe inscribir el reciente cambio de parecer de sus líderes, conservadores en los últimos años.
De cara a la galería, al menos, estos han reculado. Fue sonado cuando el primer ministro, Scott Morrison, en la picota por esta crisis, admitió el 12 de diciembre de 2019 la relación entre los incendios y el cambio climático. Ante los medios, en concreto, reconoció que “está contribuyendo a lo que está sucediendo hoy”.
Considerando que tanto el Gobierno como su máximo exponente se encuentran contra las cuerdas por la mala gestión de la crisis, estamos ante unas declaraciones poco convincentes. Su falta de coherencia al realizar otras manifestaciones apunta en el mismo sentido, ya que el mandatario sigue negando que Australia sea responsable de la crisis actual, si bien reconoce que sería “irresponsable” darle la espalda a la poderosa industria minera, gran puntal de la economía.
En sus declaraciones con motivo del Año Nuevo, Morrison volvió a las andadas, afirmando que las generaciones pasadas “también se han enfrentado a desastres naturales” y los han superado. Igualmente, por ejemplo, basta con remontarse al pasado mes de octubre para hallar aseveraciones suyas contrarias al pretendido reconocimiento, sosteniendo que los incendios no tienen nada que ver con el calentamiento global.
O, sin ir más lejos, pongamos el foco en la manifestada intención de Australia en Madrid, durante la COP25, de utilizar viejos créditos de carbono, otorgados en 1997 con una generosidad excesiva. Especialmente, a la luz de la urgente necesidad de un eficaz acuerdo que logre regular el mercado de carbono para frenar las emisiones de gases de efecto invernadero.
La opinión pública tampoco perdona a Morrison sus clandestinas vacaciones a Hawaii en navidades, cuando los incendios estaban en pleno apogeo. A este feo gesto no le ha sucedido una reacción que enmendase el error. Muy al contrario, a su retorno ha mostrado una actitud defensiva y se encuentra superado por la situación, incapaz de hacer frente al drama que sufre el país.
Gran contaminador y damnificado
Hay datos más que de sobra para afirmar que la gestión política australiana deja mucho que desear. Una responsabilidad que se remonta a antes de que comenzase esta pesadilla, y por doble partida, ya que el cambio climático es un fenómeno global que igualmente tiene un fuerte componente local.
En un nivel global, ser líder mundial en exportación de carbón supone contribuir a las emisiones de CO2 de forma clave, con el agravante de no contrarrestarlo, -habida cuenta del marcado enfoque negacionista gubernamental-, ni tampoco hacerse cargo de ello, tal y como demostró el país con sus excesivas demandas durante la COP25, ya apuntadas.
Por otra parte, la organización Transparencia Internacional acaba de degradar a Australia del séptimo al treceavo lugar como penalización por el peso del lobby del carbón. Se da la paradoja, sin embargo, de que pese a encontrarse entre los países más afectados por el cambio climático, es uno de los que menos contribuye para combatirlo, habida cuenta de su febril exportación de carbón, y de que se encuentra entre los cinco mayores emisores de CO2 per cápita.
La ciencia lleva advirtiendo de este tipo de consecuencias provocadas por el avance del cambio climático desde hace décadas. Aunque los incendios forestales estivales son relativamente habituales en Australia, la violencia que caracteriza a estos sí resulta inusual, así como haber comenzado antes y su larga duración. Además, el sello del calentamiento global se observa en su progresión, favorecida por la sequía, los vientos fuertes y temperaturas muy altas, creando unas condiciones peligrosas con resultados devastadores.
Adiós al invierno en Australia
Un drama que la ciencia pronosticó hace décadas, advirtiendo que estos mega incendios se convertirían en la norma. De hecho, desde los años ochenta el patrón de la actividad de los incendios forestales ha variado súbitamente “con una mayor frecuencia y duraciones más largas”, concluía un estudio publicado en Science en 2006 tras analizar este cambio.
De acuerdo con este trabajo, centrado en los bosques del oeste de los Estados Unidos desde 1970, que maneja datos hidroclimáticos y de superficie, la intensa actividad de los grandes incendios forestales “aumentó repentina y notablemente a mediados de la década de 1980, con una mayor frecuencia, duración de estos y de las temporadas de incendios”. Cientos de hogares son quemados anualmente por incendios forestales, y los daños a los recursos naturales a veces son extremos e irreversibles.
En este contexto, la ciencia ha pronosticado que desaparecerá el invierno en Australia para 2050 y surgirá un nuevo verano con picos de temperatura sostenidos que superarán los 40° C como parte de la normalidad. Transformaciones cuyo impacto permite visualizar en las diferentes ciudades del país una herramienta creada por la Escuela de Arte y Diseño (SOA & D) y el Instituto de Cambio Climático de la Universidad Nacional de Australia.
Global y local, ofensiva conjunta
Dentro de este esquema se enmarca esta tragedia australiana, que ocupa titulares en todo el mundo. Mientras las lenguas de fuego se divisan a lo lejos, desde las casas se reza para que no engullan hogares, a la vez que la gran lengua de fuego del cambio climático va adueñándose del ecosistema de la isla y, por descontado, también del planeta. En realidad, lo mismo, si de combatirlo se trata, puesto que solo actuando globalmente es posible aspirar a mitigar los mega incendios a nivel local. Y a la inversa, ya que estos los propician tanto las olas de calor puntuales como una temperatura media más elevada en el planeta, cuya causa es el imparable calentamiento global.
De hecho, no dejan de romperse récords de temperatura, y solo frenando las emisiones de gases de efecto invernadero de modo suficiente se frenará esta escalada, lo cual significa redoblar esfuerzos, más allá incluso de lo establecido en el Acuerdo de París de 2015 (COP21), al tiempo que las emisiones siguen aumentando, concluyó un reciente informe de las Naciones Unidas.
A nivel local, la política federal australiana da la espalda a la lucha contra el cambio climático, aunque la situación podría cambiar. Los últimos movimientos en política apuntan a ello, puesto que la oposición laborista ya apostó por la transición energética en su última campaña electoral, eso sí, todavía sin dejar de apoyar a la industria del carbón. Aunque, actualmente, los combustibles fósiles y, dentro de estos, el carbón fundamentalmente, conforman la gran parte de su combinación energética, por lo que existe una gran dependencia de este. Asimismo, las emisiones australianas de CO2 se han disparado desde 1990, convirtiendo al país en un gran contaminador, si bien cinco de los seis estados australianos se han comprometido a tener cero emisiones netas para 2050.
Una dolorosa bofetada de realidad
En el trasfondo de la cuestión late el miedo a implementar medidas de reducción de emisiones por la factura política y económica que podría suponer. Recordemos la caída del predecesor de Morrison, el progresista Malcolm Turnbull, cuyo objetivo era legislar sobre la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Desde entonces, no se han dado pasos adelante para cumplir el compromiso asumido al respecto en la COP21.
La adaptación a los efectos del calentamiento global está siendo un grave problema para la población australiana con menos recursos, pues los servicios públicos no cuentan con medios para ayudar a los más necesitados. Como consecuencia de ello, están generándose desplazamientos internos de los primeros refugiados climáticos, que se hacinan en áreas marginales, donde las condiciones de vida son pésimas y el calor resulta insoportable.
Ahora, sin embargo, la actualidad ha cambiado las cosas sustancialmente, puesto que las consecuencias del cambio climático afectan a nivel masivo. No es descabellado afirmar que estos incendios, un drama sin precedentes, podrían marcar un antes y un después en política ambiental australiana.
Por lo pronto, el cada vez más incómodo e impopular inmovilismo del Gobierno choca frontalmente con el clamor de la calle. En cifras, alrededor de un 60% de los australianos pide luchar contra el calentamiento global, según una encuesta publicada por The Guardian el pasado mes de noviembre.
¿Riqueza o supervivencia?
En definitiva, quizá estos catastróficos incendios proporcionen el argumento decisivo para convertir la tierra de los canguros en un aliado de la lucha contra el cambio climático. De otro modo, la situación seguirá empeorando, dentro y fuera de Australia, que debe enfrentarse al gran desafío de elegir entre seguir siendo un país opulento en un planeta a la deriva o buscar otro modelo que ayude a combatir la emergencia climática a nivel local y también global.
Abundando en ello, al igual que el calentamiento global está conduciendo a cambios abruptos e irreversibles, estos mismos puntos de inflexión están reflejándose en los desastres naturales relacionados con el clima de los que los mega incendios son un flagrante ejemplo.
Caracterizados por ser cada vez más frecuentes y destructivos, son incendios que conllevan crecientes costos ambientales, humanos y económicos, constituyendo una clara demostración de que estamos ante una emergencia climática, en la que influyen factores de forma compleja. Amén de que desaparecen bosques primigenios, cuyo papel es fundamental en el secuestro de carbono en el país, y de la liberación de carbono que implica la quema de biomasa, convirtiéndolos en una fuente de CO2 en lugar de un sumidero y, por ende, dando alas a un peligroso bucle de retroalimentación climática.
Infinidad de estudios han demostrado que, tanto para contribuir a salvar el planeta a nivel global como local es necesaria una transición energética y de modelo económico que exige eliminar los combustibles fósiles de la producción de energía, las industrias, el transporte y, en el caso de Australia, también de su cuenta de resultados. Como advierte Petteri Taalas, secretario general de la Organización Meterorológica Mundial, esta es “la única solución para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero”, y alcanzarla requiere de “medidas drásticas”.
Aunque la ciencia aún ha de probar si la transición energética, por sí sola, será suficiente para revertir los destructivos incendios forestales, es indudable que, de no avanzarse al respecto, las implicaciones climáticas resultantes a nivel local y/o global propiciarán un escenario apocalíptico dominado por los eventos extremos incompatibles con la vida humana y de numerosas especies.