La grandeza de lo pequeño
La UE no puede concluir ahora con que cada palo aguante su vela. Necesitamos una Europa de luz y no de candelabros.
Escribo estas líneas, al igual que quienes las lean, desde casa. Lo que hace no mucho contemplábamos como otra posible epidemia demarcada en una porción de Asia, como el SARS de 2002-2003, es ahora una pandemia global que nos confina en nuestros hogares. Lo que parecía lejano está casi al otro lado de la puerta. De repente el mundo se nos ha hecho pequeño.
Países como China o Corea del Sur adoptaron medidas drásticas que ahora comienzan a evidenciar resultados, al reducirse progresivamente el número de nuevos casos. Pero en España ni contamos -felizmente- con la capacidad de control social del Ggobierno chino, ni tampoco con la concienciación acumulada tras vivir crisis similares recientes, como en Corea del Sur. Aquí, como en el resto de Europa, carecemos de una memoria viva, pues el caso más reciente en nuestra historia es la mal llamada “gripe española” de 1918.
Vivimos en sociedades abiertas, muy descentralizadas y complejas. Pero esta conquista social irrenunciable choca ahora con la necesidad de aislamiento colectivo, limitando al máximo nuestros movimientos por un tiempo. Y en sociedades como la nuestra esto es solo viable y gestionable si la población toma debida conciencia y cumple con disciplina social. Por supuesto, la acción de gobierno es indispensable, como ha ocurrido con la declaración del estado de alarma. Pero de nada valdría si la ciudadanía no lo secundara.
De forma generalizada, el “yo me quedo en casa” ha arraigado con fuerza entre la población, para protegernos y proteger a los demás. Pese a enfrentarnos a un enemigo desconocido e invisible, sin saber por cuánto tiempo durará la cuarentena, lo estamos consiguiendo. El logro colectivo es enorme.
Hollywood nos tiene acostumbrados a que esas graves situaciones encuentran solución gracias a alguna gesta individual que nos salva. Hay incluso todo un largo listado de superhéroes. Pero aquí, como señalaba el presidente del Gobierno al explicar a la opinión pública el decreto del estado de alarma, la heroicidad está en nuestros pequeños gestos. La grandeza de lo pequeño. Lavarse las manos con frecuencia; no salir a hacer deporte por más que el tiempo era inmejorable el pasado fin de semana; aplazar encuentros con amigos o limitarlos a quedadas virtuales por Internet; convivir en casa con criaturas, pequeños aún para entender por qué no pueden salir a jugar. O también en el especial esfuerzo de quienes se quedan aun donde hay problemas de falta de espacio en sus viviendas, unos 5 millones de hogares según el INE. O quienes viven con su casa a cuestas, atendidos por el ejército y ONG.
Pero también la acción heroica del personal sanitario, merecidamente aplaudido desde balcones y ventanas por todo el país. Como también el personal de limpieza, cajeras y reponedores en supermercados, camioneros y transportistas que garantizan la llegada de mercancías, fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y un largo etcétera de aplausos, que incluye a esa gran mayoría que ha respondido tan generosa y responsablemente.
Con ser importante, sabemos que no es suficiente. Será necesario, como ha anunciado el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su histórica comparecencia tras el Consejo de Ministros, un ambicioso paquete de medidas económicas y sociales de amplio espectro que permitan hacer compatible este inmenso esfuerzo y el parón repentino de la actividad, movilizando recursos hasta 200.000 millones de euros, el 20% del PIB para que nadie se quede atrás. Medidas de flexibilización para frenar el desempleo y de rentas para quienes perdieran su puesto de trabajo, protección especial a los hogares más vulnerables, acceso a liquidez en nuestras empresas para evitar tensiones de tesorería, alivio a los autónomos que se ven sin ingresos ante esta cuarentena...
En fin, un plan de choque social ambicioso sin precedentes en nuestra historia, acorde al esfuerzo de tanta gente para un bien colectivo como es vencer al coronavirus y que permita también bajar la curva de la recesión.
El déficit presupuestario o el aumento de la deuda pública no son ahora mismo el problema. No nos engañemos, el déficit público va a crecer igualmente, aunque no se tomara ninguna medida. El problema podría venir al financiarlo. Y ahí es donde entra la Unión Europea y más particularmente en nuestro caso la Eurozona, puesto que sin un plan de acción conjunto que permita mutualizar riesgos, el coste fiscal podría traducirse en un ataque contra algunos bonos soberanos, como ya vimos tras la Gran Recesión. Volveríamos entonces al erróneo mantra de la austeridad, a ponernos a cavar tras haber tocado suelo.
No estamos en 2008, pero si algo nos enseñó aquella crisis es que una rápida y contundente respuesta forma parte de la solución. Como bien explicaba la presidenta del Grupo Socialista en el Parlamento Europeo, Iratxe García, es hora de que la UE retorne a sus principios de comunitarios. Que somos una comunidad y solo como tal podremos hacerle frente. Una Europa común y solidaria, a la altura de la grandeza demostrada desde lo pequeño. Para ello, sería conveniente una respuesta fiscal a escala europea con inversiones financiadas mediante el Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM, por sus siglas en inglés) para estimular la economía.
En consecuencia, la UE no puede concluir ahora con que cada palo aguante su vela. Necesitamos una Europa de luz y no de candelabros. Todavía estamos a tiempo.