La foto de la derrota

La foto de la derrota

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En una tribuna de opinión publicada recientemente en El Mundo, una periodista se preguntaba: "¿Por qué nos niega este Gobierno la foto de la derrota de ETA?" ¿Qué foto es esa?, me pregunto yo. ¿Qué foto nos falta?

Se dice que los vencidos suelen ser más inteligentes que los vencedores porque están obligados a forzar la inteligencia para superar las consecuencias de su derrota. Espero sinceramente que esto no ocurra en este caso.

Hay en algunos círculos políticos y mediáticos una resistencia incomprensible a dar por finalizada la violencia y, peor aún, a dar por derrotada definitivamente a ETA. Digo incomprensiblemente porque al hacerlo alimentan la duda sobre quién es verdaderamente el derrotado.

El final de ETA se produjo hace ya más de cinco años, el 20 de octubre de 2011, cuando la organización terrorista anunció el "fin definitivo" de la violencia. No hubo condiciones previas, no hubo cambios en las leyes ni en los marcos jurídicos y políticos de nuestra democracia, no hubo cambio alguno en la política penitenciaria. Fue un cese unilateral e incondicionado. Algunos nunca pensamos que el final de tan trágica historia fuera tan limpio, tan claro, tan democrático.

Las víctimas deberán permanecer como protagonistas activas de ese relato de la verdad y como causa permanente de nuestros deberes de reparación y justicia.

Cinco años después anuncian su desarme. Poco importa que lo envuelvan en el celofán de un acto supuestamente político. Poco importa que la teatralización de la entrega de la información sobre la ubicación de sus armas al Gobierno francés se vea acompañada de una propaganda inmerecida, como si les debiéramos algo por hacerlo, o como si ellos fueran los buenos de una película de asesinos. Todo eso es colateral, lo importante es que abandonaron las armas hace cinco años y ahora las entregan. Y mañana disolverán la banda. Siempre soñamos que su final fuera así. Y puesto que la democracia ganó, no cometamos el error de atribuirles a ellos la victoria cuando solemnizan su propia derrota.

Quienes aspiraban a otro final deberían explicarnos cómo debiera haber sido, y si lo hicieran, muchos pensamos que quizá todavía lo estaríamos esperando. ¿Es que ha triunfado su causa? Evidentemente no. Su violencia arruinó su causa. Fue tal la contaminación moral que produjo el terrorismo a la causa nacionalista que lo impulsó que hoy el País Vasco está sereno y estable en el autonomismo, y el PNV, la fuerza política mayoritaria, se aleja de su contacto con sabia prudencia.

Hacen política y están en las instituciones, claro, pero ¿es eso malo? ¿No fue precisamente ese el argumento que la democracia utilizó para deslegitimarles? "Hagan política -les decíamos- y no maten. Utilicen la palabra, participen en las instituciones, usen la democracia". Pues bien, eso es lo que hacen y ese es nuestro triunfo.

Por supuesto, hay causas pendientes y heridas muy abiertas. El relato de la verdad, por ejemplo, es un tema importante. Personalmente, tengo pocas dudas sobre cuál será el relato histórico de esta tragedia. ¡Es tan evidente! No habrá confusión sobre la realidad, porque ni el contexto, ni las equidistancias, ni la represión policial -incluidos sus errores- podrán ser manipulados para falsificar sus horribles crímenes. Habrá negadores del holocausto, pero la fuerza y el drama de las víctimas los borrarán del mapa de la memoria colectiva. Por eso, ellas, las víctimas, deberán permanecer como protagonistas activas de ese relato de la verdad y como causa permanente de nuestros deberes de reparación y justicia.

"Queremos un fin de ETA sin impunidad", se dice también. No hay razones para dudar de que esto está siendo así. La policía sigue investigando atentados y deteniendo a activistas. La justicia sigue produciendo condenas a día de hoy, los condenados están en cárceles y no hay ni una sola medida de atenuación o acortamiento de penas. Es más, el régimen penitenciario de los presos de ETA se produce en cárceles distantes a pesar de que la política de dispersión aplicada no tiene hoy las necesidades y las razones que tenía cuando se adoptó a principios de los años 90 del siglo pasado. Aplicar la Ley Penitenciaria en la perspectiva resocializadora de su función no es impunidad, es justicia.