La felicidad hay que tomársela en serio
Mi hermano viajó hace unas semanas a Nueva York, a correr la maratón. Lo hacía después de haber pasado una semana en Irán, por temas de trabajo, hace unos meses, así que andábamos todos un poco nerviosos en mi familia.
Tenía el visado pertinente y confianza en que todo le saldría bien, pero aun así, como sabemos de la arbitrariedad de los policías en los pasos fronterizos, especialmente en EEUU y en la era Trump, nos costaba olvidarnos del resquemor e incluso le insinuábamos la posibilidad de cancelar el viaje, pues, además, la realidad, a nuestros ojos, es que no era un momento oportuno para él.
Mi hermano insistía en su periplo, con seguridad y empeño, le apetecía vivir esos kilómetros de carrera casi como un rito de renovación. Seguramente fue esa actitud la que lo hizo topar con un guardia risueño, aunque parezca una contradicción, a la llegada al país que solo se interesó por si 'aquello era bonito'.
Una actitud de alegría y de entrega a la vida con confianza y desde la honestidad siempre es recompensada, normalmente con creces. Lo sé, también lo siento, y aun así me sorprende constatarlo en la realidad.
Mi hermano salió del aeropuerto y cogió un taxi que parecía cualquiera.
El chofer no era ni mayor ni joven, ni bien vestido ni mal, parecía de ascendencia africana. Hacía ya un año que había dejado la ocupación para la que había estudiado, se intuía que solo le aportaba bienestar económico, y había enviado un mensaje a todos sus amigos, familiares y resto de contactos explicándoles que él estaría encantado de recibir noticias de todos ellos mientras las contaran desde la alegría de vivir; no quería saber de quejas ni de desgracias, pues no las podía resolver y solo alimentaban la amargura propia y la del que las contaba.
Desde que había tomado esta resolución vivía más liviano, reía con facilidad, había vuelto a cantar y conducía un taxi en el que normalmente subía gente positiva; sabía que no era casualidad. 'Estoy conectado al buen rollo y el mundo me lo devuelve'.
Como si hubiera intuido que alguien pudiera achacarle superficialidad a su modo de entender la vida, se apresuró a explicar que todos decimos buscar la felicidad, todos enumeramos mil cursos y lecturas y retiros y guías espirituales; compartimos y consumimos memes de filosofía positiva, a veces profunda, con el mismo interés con el que hacemos la cola en el supermercado... Nos resbalan, no atraviesan nuestra piel y la felicidad la logras en función de lo en serio que te la tomes.
- ¿Cómo de en serio te la tomas tú? Le preguntó a mi hermano (radiante en Nueva York y no por casualidad en su taxi) y él me lo preguntó a mi (mmmm... yo hace tiempo que no voy a Nueva York).
Si de verdad quieres ser feliz, si es esa tu meta y de manera honesta te preguntas dónde está para ti, con sinceridad, escuchas la respuesta que sale de tus entrañas, y vas hacia ella con confianza, a pesar de los cambios que haya que acometer (nunca son tan terribles), de los consejos que haya que desoír, logras encontrarla. Es un camino en el que finalmente vuelves a cantar, quizás desde el volante de un taxi, qué más da... para ser feliz solo hay que tomarse en serio la felicidad. ¡A ello!