La España ciega y sorda
Ya está preconfigurada una España que entra en abierta contradicción con la letra y el espíritu de la Constitución.
Todos recordamos cuando al PP le dio por la moralidad pública y la ética de los partidos: defendió con toda convicción el gobierno de la lista más votada, por lo menos en las corporaciones locales, provinciales y comunidades autónomas.
A los socialistas que les habían arrebatado mediante pactos aquí, allá y acullá con otras fuerzas la primogenitura los llamaba “okupas”. Pedro Sánchez, por ejemplo, fue tildado de “okupa” también por Ciudadanos, partido que al fin se está comportando como lo que le cabreaba que le dijeran y negaban, como el apóstol Pedro, no tres veces sino treinta, trescientas, las que fueran necesarias: la marca blanca del PP. Además, las redes ardían o evacuaban detritus con la ‘agitprop’ de la ultraderecha que pronto iba a cobrar forma corpórea con Vox. Miles de ‘francoanarquistas’ clamaban contra el rojerío que ‘okupaba’ plazas y sinecuras que no habían ganado en las urnas. Quién los vio, y quién los ve.
“La alianza de perdedores quiere conseguir mediante estos atajos lo que no pudieron conseguir con votos”. Ustedes (¿y acaso ustedas?, no es coña, o puede que sí) recordarán este mantra, dicho con una apostura, una seriedad de caballo y una profesión de fe casi religiosa. Trasladaron a la ciudadanía (no, como se ha visto, a Ciudadanos) la convicción de que cuando ellos estuvieran en el lugar de los socialistas iban a implantar ese nuevo estilo “mucho más democrático”.
Como diría Jorge Manrique en las coplas a la muerte de su padre, “¿qué fueron sino verduras de las heras?” (sic). No sólo quieren desplazar a los más votados, sino que para ello acuden a los neofranquistas de Abascal. Como desde los más viejos tiempos, nada cambia en ciertas cosas de la humana ambición: El fin justifica los medios. Todo lo que se dijo se contradice con lo que luego se hace, o se intenta hacer.
Vox aparte, porque en realidad lo que quieren se desprende de sus palabras y del lenguaje no verbal igualmente, no es modificar la Constitución para hacerla más democrática, sino volver a los Principios Fundamentales del Movimiento. ¿No se acuerdan de los grises a caballo por Princesa dando leña a los estudiantes…?
El Partido Popular y Ciudadanos coinciden –parece ser– en reformar la Constitución para corregir la deriva ombliguista de ‘a lo hecho pecho’ de las autonomías.
Aunque no sea muy elegante decirlo, y parezca poco progre, es cierto que hay muchos aspectos que necesitan una corrección para evitar el camino hacia el abismo, y que, poco a poco, sin darnos cuenta, aunque el que no lo vea ya es que es ciego o tonto, ya está preconfigurada una España que entra en abierta contradicción con la letra y el espíritu de la Constitución.
Hay una descarada y suicida competición a ver quién llega más lejos, quién es más provinciano y pueblerino, quien tiene campanarios, fueros, privilegios y cuentos más antiguos que enlacen directamente con los chimpancés o con Atapuerca. La igualdad de los españoles, el español como lengua oficial del Estado y común a todas sus partes… todo esto se ha convertido en hueco y cansino bla, bla, bla.
En España, sin embargo, se habló antes que en la UE ( que ahora mismo está en ello ante la reaparición en forma de sarpullido continental de los nacionalismos y populismos) de un pacto de Estado entre las fuerzas constitucionalistas para llegar a acuerdos básicos sobre el contenido y los términos de esta adecuación de la norma a las circunstancias de los tiempos reales.
Hay dos niveles principales en todos estos procesos. Uno es la negociación previa entre partidos para llegar a puntos de encuentro, y otro es el institucional. En la Transición a eso se le llamó ‘el Consenso’, que sus detractores, básicamente los franquistas irredentos y la extrema izquierda, con algunos exquisitos arcangélicos, bautizaron como ‘la Pastelería’.
Fue un pacto histórico que tuvo muchos momentos de enfrentamientos, de levantarse de la mesa airadamente, de votos particulares y particularísimos, pero que al final funcionó. Hay un dato elocuente: este país ha logrado vivir más en democracia (de 1977, elecciones constituyentes, a 2019, 42 años) que en la dictadura franquista (tomando como punto oficial de arranque 1939, fin de la Guerra de España, y como final, 1975, muerte del dictador, 36 años), en el período de paz , libertad y progreso más intenso y extenso de la historia, y eso me parece feliz, tranquilizador, importante.
Pero a pesar de todo lo bueno, incluso el mejor traje, de la mejor lana, del mejor sastre, no aguanta toda la vida en las mismas condiciones. La ‘percha’ evoluciona. Se agranda o empequeñece con las hojas del calendario. Engorda o enflaquece. Brilla con el uso o enmohece con el desuso en el ropero.
Sobre esto hay una aparente coincidencia de intenciones. Pero el problema es si hay sinceridad o si, en realidad, el caos es lo que le conviene a todos o a una de las partes contratantes. Si de verdad el PP o Cs quieren llevar a cabo estas reformas lo que no pueden hacer, en ese supuesto, es impedir ferozmente, en una ‘santa cruzada’, la posibilidad del acuerdo imponiendo al que ganó las elecciones un ‘cordón sanitario’ preterintencional que se contrapone al mensaje de las urnas y a los ‘hechos probados’.
Si Pedro Sánchez no cuenta con el respaldo de Ciudadanos se estará dinamitando la posibilidad de que España entre en ese proceso de ‘reconstitucionalización’, o como se le quiera llamar, y de normalización territorial. En otras palabras: Albert Rivera está jugando con fuego, quiere forzar que el PSOE reciba el apoyo, aunque sea por abstención, de los separatistas, para acusarle de entreguista, y se puede quemar.
Si desde hace al menos veinte años esto era evidente, ahora es además, urgente. Lo que los demócratas europeos le piden a Europa es exactamente lo que necesita España, y otros miembros del Club. Frenar los nacionalismos, los victimismos y los populismos exige mejorar el funcionamiento de las instituciones y corregir las disfunciones. En suma, aplicar las enseñanzas sacadas de los errores.
Albert Rivera –Pablo Casado también, pero nunca su discurso, ni el de sus predecesores ha sido muy claro al respecto– está forzando premeditadamente a Sánchez a tener que aceptar el apoyo podemita y peneuvista, como mínimo, a cambio, suponen, de concesiones antagónicas con el principio constitucional de unidad del Estado e igualdad de los españoles…
Y esto se hace un una situación especialmente crítica: el juicio a los dirigentes del ‘procés’, que acabaron procesados, por intentar llevar a cabo lo que en el lenguaje de la calle equivale a un golpe de Estado. Con Europa y el mundo pendiente en vivo y en directo de la Sala del Tribunal Supremo, con los separatistas reuniendo trampantojos para una escalada que vuelva a encender las pasiones y acto seguido convocar elecciones… para volver a desafiar el orden constitucional… ese no es el sentido de Estado que pide, por ejemplo, Manuel Valls.
Pablo Iglesias, a quien los suyos ya le mandan a callar “la puta boca”, también utiliza la misma táctica irresponsable; él, además, tiene experiencia de lo que le han costado sus errores (negarse a apoyar la primera investidura de Sánchez, comprarse una mansión en Galapagar, defender el régimen chavista-madurista, descalificar a la Transición, pujar para ser vicepresidente, ministro, o lo que sea, defender la autodeterminación, etc. ) y su innato endiosamiento: el estallido interno de Podemos y su hundimiento electoral.
¿Cómo pretende que Sánchez lo incorpore al Gobierno cuando defiende desde un mesiánico bolchevismo trasnochado propuestas antisistema y encima se ha convertido en un lastre?
Quien se amarra a un ancla, se hunde con el ancla.
En este panorama convendría tener en cuenta el ‘botón nuclear’: unas nuevas elecciones generales en las que el ‘caballo ganador’ en la primera carrera no solo saldría como favorito sino que tendría todas las apuestas a su favor. Me consta que esta posibilidad ya se barajaba, o mejor, ya se temía en las ‘alturas’ hace meses ante el fraccionamiento político y la unidad de destino de ‘las derechas’ y su ‘cordón sanitario’ al Secretario General del PSOE; que se mantiene incluso tras ganar las elecciones.
Hay que ser ciegos, sordos o tontos (ésta también es una posibilidad) para no ver la que se avecina en los próximos tiempos si sigue ausente el sentido de Estado y la politiquería sustituye a la política.