La burbuja sueca o cómo la pandemia ha demostrado que viven “en otro planeta”
Mientras el resto del mundo vio pasar la vida por la ventana, los suecos no se confinaron. El saldo, cuestionado en términos económicos y sanitarios, les convence.
Hernán Aguilar no recuerda haber visto a más de cinco personas con mascarilla por la calle en los últimos meses. Cayetana Muriel tampoco. Ni siquiera ella se ha puesto una, y eso que al principio iba con temor al supermercado “por todo lo que veía que estaba ocurriendo en España”. Ambos, él peruano y ella española, viven en Suecia desde hace varios años, y han pasado del miedo al alivio al ver cómo abordaba su país de acogida la crisis del coronavirus.
“Los españoles que estamos aquí hemos vivido una esquizofrenia total. En España había una alarma social terrible, así que nosotros también teníamos miedo aquí, pensando que se nos venía encima un tsunami y que nadie estaba haciendo nada. Lo pasamos muy mal al principio”, reconoce Muriel, que se mudó a Estocolmo en 2003 y trabaja en un organismo de cooperación internacional.
Suecia se ha desmarcado del resto de Europa, y casi del mundo, en la gestión de la epidemia. Mientras todos los países de su entorno, y más allá, imponían estrictas cuarentenas, el Gobierno sueco optó por un confinamiento ‘suave’ —si es que se puede considerar como tal— para preservar la economía. Se cerraron institutos y universidades, pero siguieron abiertos colegios, restaurantes y tiendas, mientras se recomendaba a la población que mantuviera la distancia de seguridad, que extremara el lavado de manos y que sólo usara el transporte público en caso de necesidad.
“Esto es muy difícil de entender para un español. Para nosotros es increíble que la gente cumpla al pie de la letra cuando se le dan recomendaciones, pero aquí se lo tomaron como si fuera una ley. No hizo falta confinar a nadie ni poner multas”, reflexiona Muriel. “Fue como un pacto tácito”.
Incluso sus vecinos miraron a Suecia con estupor, ya que en mayor o menor medida ellos sí confinaron a la población para atajar los contagios. Nadie entendía que este país priorizara aparentemente la economía por encima de la salud y, ahora que lo peor ha pasado, se pide que rinda cuentas.
Las cifras del balance sanitario son 36.000 contagios y más de 4.200 muertes. Quedan muy lejos de las 27.000 muertes españolas, pero no tanto si se comparan por población. Con algo más de diez millones de habitantes, en Suecia han fallecido aproximadamente 42 personas por 100.000 habitantes; la cifra asciende a 57 en el caso español.
Sobre todo, los datos suecos llaman la atención si se comparan con las de los países de su entorno: 236 muertes en Noruega, 313 en Finlandia, 568 en Dinamarca.
El objetivo de no imponer una cuarentena a la ciudadanía era que la economía sueca se viera menos afectada. Inicialmente, parecía que esta estrategia funcionaba, ya que el producto interior bruto sólo cayó un 0,3% en el primer trimestre frente al desplome del 3,8% de la eurozona. Una ralentización menor que los países de su entorno.
Sin embargo, se trataba sólo de un espejismo. El país se encamina ahora hacia su peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial. Si se cumplen las previsiones de la ministra de Hacienda, Magdalena Andersson, el producto interior bruto del país se dejará un 7% este año. “La profunda recesión en la economía está ocurriendo más rápido de lo que esperábamos”, ha confesado esta semana.
A diferencia de lo que ocurre en España, la economía de Suecia se basa en la industria y en la exportación. ¿Qué ha ocurrido con la industria? Una de las empresas más importantes, la compañía automovilística Volvo, se ha visto afectada por la interrupción de la cadena de suministro, por el parón de la actividad en China, y ha tenido que despedir trabajadores. ¿Y con las exportaciones? El país vende principalmente coches y petróleo refinado. Su economía depende mucho de lo que compren otros países, pero ahora mismo no hay demanda de estos productos.
Pese a ello, todo parece indicar que el bache económico se revertirá en Suecia antes que en otros países, gracias a su importante sistema de bienestar, que permitirá que se mantenga el consumo. De hecho, los suecos —sean de nacimiento o de adopción— no dudan en sacar pecho de la gestión de su país en esta crisis.
“Al principio parecía que el Gobierno daba más pasos para reforzar la economía que la sanidad, y eso nos chocaba como españoles. Decíamos: ‘Pero qué psicópatas. Piensan antes en la economía que en las vidas humanas’. Luego uno recapacita y se da cuenta de que este virus ha venido para quedarse, que el país se está reforzando para lo que puede venir después a nivel económico. Esa ha sido su prioridad. Y creo que lo han hecho bien”, opina Cayetana Muriel. Ella misma confiesa que se sorprendió al ver que ni siquiera el resto de países nórdicos respaldaba la visión sueca, pero al mismo tiempo comprende esta particularidad. “Si echas la vista atrás, observas que hasta en la Segunda Guerra Mundial Suecia fue un poquito a su aire”, comenta.
Hernán Aguilar, médico psiquiatra y geriatra que trabaja en el hospital general de Gävle, también valora como “positiva” la experiencia sueca. “Las repercusiones de la pandemia en el mundo han sido brutales, y en España lo han vivido. Como personal sanitario, como padre y como persona, estoy muy de acuerdo con las medidas que se han tomado en este país. Ha habido muertes, pero la epidemia no ha tenido repercusiones catastróficas”, sostiene Aguilar, que si pone en la balanza “la calidad de vida, la salud física y mental y el impacto en la economía”, el resultado le sale “positivo”.
“Obviamente, la mortalidad es mayor que en el resto de países nórdicos porque aquí no ha habido cuarentena. Pero posiblemente cuando otros países abran sus puertas también subirán los contagios de una manera progresiva, imagino. No sé si se igualarán las muertes con Suecia, pero no es descartable que ocurra”, opina.
La población confía a pies juntillas en lo que les transmite cada día Anders Tegnell — “el Fernando Simón sueco”, según lo describen Aguilar y Muriel—, y esta actitud podría explicarse por la idiosincrasia sueca.
“Cuando el Gobierno recomendó lavarse las manos y mantener distancia social, esto ya tuvo su efecto, todo se ralentizó, como si hubiera un peligro latente”, recuerda Cayetana Muriel. “El Gobierno trató a sus ciudadanos como adultos, pidiéndonos responsabilidad y confiando en nosotros”, señala. “Los españoles lo hablábamos entre nosotros sorprendidos, pero con el tiempo me di cuenta de que estaba teniendo su efecto. El sueco tiene mucho civismo y cree muchísimo en el Estado y en las autoridades, cosa que no ocurre en España”, sostiene.
Ella misma, como “ciudadana medio sueca”, confía en que el país lo ha hecho bien. “Aquí hay mucho respaldo, tanto al Gobierno como a Tegnell”, dice. “Hay críticas, pero ni la prensa ni la oposición se les echa encima, al menos no de una forma tan carnívora como se hace en España”, apunta. “Aquí no se aprovecha la tensión para cortar cabezas”.
“La gente ha acatado las recomendaciones del Gobierno”, coincide Hernán Aguilar. “Aquí mantener la distancia no es tan complicado, por cultura y porque hay menos gente; y en general esto no se cuestionó”, reconoce el psiquiatra. “La distancia de dos metros entre personas ya estaba de antes”, bromea Muriel. “Lo único que ahora se ha reforzado un poco más”, añade.
“La gente está siendo cuidadosa y está cambiando su forma de vida. Antes, el metro iba lleno y no había forma de encontrar asiento. Ahora, uno puede sentarse a una distancia segura del resto de viajeros. Fui hace poco a la peluquería y los clientes se sentaban sin acercarse a otras personas. Si no había asientos disponibles, esperaban fuera”, cuenta Jakob, un sueco de 30 años residente en Estocolmo.
Desde el punto de vista sanitario, Hernán Aguilar tampoco encuentra pegas. “El objetivo era aplanar la curva de la infección sin llegar a saturar los servicios, y se ha conseguido”, afirma. De hecho, en su hospital, a dos horas de Estocolmo, se crearon unidades Covid que en algunos casos no llegaron a usarse; “las camas se quedaron vacías”, dice. En su opinión, la clave de este éxito ha estado en la planificación.
“Se crearon unos Eskaleringsplaner, que es como una ‘planificación por escalas’ en base a lo que podía ocurrir. Nos plantearon muchas escalas o supuestos diferentes a los que luego no llegamos. Nos avisaron que habría que cerrar centros de salud y juntar otros para que quedaran reservados como centros Covid… y todo eso no se ha llegado a hacer, ni se va a hacer ya”, explica el psiquiatra.
“Al principio, a los médicos nos dijeron que no podríamos cogernos vacaciones hasta después del verano, pero ahora la curva se ha aplanado, las medidas han funcionado, y estamos volviendo a la normalidad también en el trabajo”, asegura. “La organización sanitaria fue muy precoz, también a la hora de formarnos en las medidas de protección frente al virus”.
Aguilar no puede evitar pensar en lo que le han contado algunos colegas españoles sobre la falta de protección que vivieron, especialmente cuando comenzó la epidemia. “La diferencia aquí ha sido abismal. En Suecia no nos han faltado guantes ni mascarillas”, señala.
Algo que destacan tanto Aguilar como Muriel es el “tremendo” coste mental que la cuarentena llevada a cabo en otros países puede acarrear en su población. “Probablemente no se vea ahora, pero se verá a medio y largo plazo”, advierte el psiquiatra.
De hecho, este fue uno de los motivos que esgrimió el país para no decretar el confinamiento, especialmente enfocado en los niños. “Mi hijo, que tiene 12 años, ha ido al colegio sin ningún problema, y no se ha enterado de que ha habido una pandemia. Básicamente, lo sabe porque yo se lo he dicho y porque tiene a sus abuelos en Madrid”, cuenta Cayetana Muriel. “Aquí los niños son muy importantes, se les tiene muy en cuenta, así que pensaron mucho en sus rutinas y en su salud mental”, explica.
Hernán Aguilar sabe bien de esto. Como psiquiatra y padre de tres niños de 8, 6 y 3 años, además de una cuarta en camino, valora mucho este enfoque sueco. “Los niños han aprendido relativamente bien lo del distanciamiento y el lavado de manos; es decir, están bien informados de la enfermedad. La diferencia que los niños suecos y adolescentes no saben lo que es la cuarentena, no han vivido esta situación, su salud mental no va a estar afectada, o lo estará de manera muy mínima, con respecto a lo que ocurrirá en otros países”, señala.
Teniendo en cuenta que su mujer también es médico, Aguilar no sabe qué habrían hecho si hubieran cerrado colegios y guarderías. Finalmente, y a diferencia de la situación que han vivido en España tantas familias, la suya ha podido hacer “vida normal”. “No nos hemos visto afectados como familia por el coronavirus. Al principio hubo incertidumbre y miedo, pero luego hemos hecho vida normal”, asegura. “Nos sorprende mucho lo que vemos en otros países; parece como si nosotros viviéramos en otro planeta”, sentencia.
Dentro de esa ‘vida normal’ se incluye tratar de evitar multitudes y tener más cuidado cada vez que se sale de casa. El teletrabajo, cuando la labor lo permite, ya se daba antes por descontado. “Trabajo desde casa, a no ser que tenga que ir físicamente”, comenta Jakob. Desde el inicio de la pandemia, el joven ha dejado de comer fuera de casa, de saludar a sus amigos con abrazos, y de dar la mano cuando le presentan a alguien.
Su compatriota Albin ahora ya no acude a clases en la universidad, sino que asiste a clases por internet. “He dejado de ver a mis padres y no quedo con tantos amigos”, afirma este joven de 27 años. Si tiene que salir de casa, coge la bici, en vez del transporte público, aunque no lleva mascarilla. En su caso, solo ha ido tres veces a restaurantes desde que se inició la pandemia. “¡Ya no me voy de cañas!”, exclama.
En la mente de los españoles, pesan las historias que les llegan de casa, pero reconocen que lo que se ha vivido en Suecia no ha sido “tan dramático”. “Si no es por mis padres en España, yo no hubiera sentido esta situación como un problema”, comenta Cayetana Muriel. “Al principio estaba más asustada e iba al supermercado con cierto temor, pero desde hace tres o cuatro semanas estoy tomando el metro, quedando con amigos, yendo fuera a comer…”, cuenta.
Los suecos no acostumbran a amontonarse en bares y terrazas, pero sí a organizar picnics en el parque, algo que no debería impedir mantener la distancia interpersonal. “Aquí eso ya estaba de antes, lo único que ahora se ha exacerbado un poco más, y los españoles hemos tomado nota”, bromea Muriel. Ella, por su parte, ha optado por “pausar un poco las cosas, pero sin dejar de hacerlas”, concluye.
FE DE ERRORES: En una versión anterior, se afirmaba que en Suecia han muerto por coronavirus 420 personas por cada 100.000 habitantes y que la cifra ascendía a 575 en España, siendo lo correcto 42 y 57 personas, respectivamente, para cada caso.