La depresión por 'bullying': el silencio de la víctima se traduce en síntomas atípicos
Casi 40 años después de sufrir acoso siguen estando en riesgo social y de salud.
Ni te imaginas la cantidad de víctimas de bullying que existe en España. Son tantos que los psiquiatras reconocen que no pueden tratar a la inmensa mayoría porque no tienen ni idea de que existen. Se enteran cuando sufren depresión, episodios de psicosis, trastorno de estrés postraumático o cuando se intentan suicidar. La vergüenza o el miedo les hace callarse ante todo el mundo y cuanto más tarda en ponerse de manifiesto más difícil resulta tratarlo.
Existe una reacción inmediata, pero las víctimas del bullying siguen estando en riesgo social y de salud casi 40 años después de la exposición al acoso. Con el tiempo, incluso puede convertirse en una incapacidad. La huella de ese acoso deriva, en la mayoría de los casos, en depresión: el bullying triplica el riesgo de padecer esta enfermedad respecto a la población general.
Esa depresión es diferente. Los cuadros depresivos asociados al bullying tienen, además de los síntomas psicológicos, mucha sintomatología psicosomática porque la víctima no tiene la capacidad de verbalizar, según las conclusiones del seminario de Lundbeck Bullying y Mobbing. La huella del acoso en la salud mental. La falta de comunicación del acosado se traduce en una depresión con síntomas atípicos y con episodios psicóticos que además son residuales, es decir, que pueden darse toda la vida:
La persona que ha sufrido bullying está mucho más sensibilizada. En su caso, es mucho más rápido pasar de una fase a otra en la enfermedad y la sintomatología puede ser más grave.
El factor de riesgo para convertirse en el blanco del acoso siempre es el mismo, ser diferente (física o conductualmente). Entre el 10 y el 14% de los niños y adolescentes españoles —que se sepa— padece acoso escolar y un 94% de las víctimas presenta problemas psicológicos. De hecho, existen cambios en el desarrollo cerebral que afectan a cómo se afrontan situaciones de estrés, según explica Celso Arango, director de Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón (Madrid). El psiquiatra siempre pregunta en su consulta “¿ha pensado usted en suicidarse?” porque cuanto más se hable de ello más se podrá combatir. “La frase que se sigue diciendo de que el bullying te hace más fuerte es una soberana estupidez”, subraya.
La depresión por bullying no es solo propia de los niños, aunque ellos son los más indefensos porque tienen menos recursos. Sin embargo, el adulto es ‘cemento armado’ y para los especialistas es más difícil trabajar con ellos. Ese concepto devaluado que tiene la víctima de sí misma le lleva a pensar “si lo cuento, parece que el problema soy yo”. Las respuestas al bullying son similares a las del maltrato, “es una indefensión aprendida”, indica Rosa Gutiérrez, jefa del Servicio de Salud Mental de Alcobendas (Madrid).
La pobreza emocional, es decir, la falta de empatía de la sociedad, es un problema añadido para reducir las cifras. La gente parece no estar preparada todavía para comprender una enfermedad así por tratarse de un aspecto emocional (y porque se olvida también toda la parte física que conlleva). Sin embargo, existen más muertes de jóvenes por suicidio que por accidentes de tráfico, y aún así se habla menos de ello. Uno de los casos más recientes es el de Andrés, el menor de 16 años que se quitó la vida tras “el infierno diario” que vivía en el instituto de Ciudad de Jaén de Orcasitas. La falta de sensibilización produce una revictimización del paciente. Según indica la psiquiatra, una de las cosas más dolorosas para la víctima es contarlo y que no se actúe o no se le entienda.
El bullying produce también cambios en el cerebro por la exposición al estrés (precisamente eso hace que sea mucho más difícil afrontar situaciones estresantes) y hace que la víctima se aísle. Hay niños que se pasan todo el recreo encerrados en el baño.
El 83% de alumnos asegura haberlo presenciado alguna vez y la frecuencia del acoso es diaria en la mayoría de los casos. Todo es una cadena perfecta: el acosador, los testigos pasivos y los ‘apoyadores’ pasivos, que son los que ríen la gracia. Rara vez aparece el defensor. La idea de los psiquiatras es transformar la imagen de ese defensor ante todos sus compañeros: que deje de ser el chivato para convertirse en el superhéroe. Además, indican que también se puede trabajar con los acosadores potenciando la empatía, enfrentándoles a la situación de ‘¿cómo te sentirías si le ocurriera a tu hermano?’.
Pero seguimos actuando mal. En la mayoría de los casos, el que abandona el colegio, ‘el castigado’, es la víctima. Además, el centro suele negar la mayor. En España ni siquiera existe un Plan Nacional de prevención del acoso escolar —aunque la Comunidad de Madrid sí que cuenta con un plan de obligado cumplimiento para dar la voz de alarma a los inspectores—.
El problema de fondo sigue siendo el de siempre, el estigma. El bullying provoca depresión —los enfermos de depresión también son víctimas potenciales de bullying— y la depresión se asocia a debilidad y no a la enfermedad que realmente es, como señalan los expertos. El acoso provoca que el 20% de los niños tenga un trastorno mental entre los 0 y los 18 años. En el 30% aparece antes de los 18 años y el 70% antes de los 24.