La danza como vía de escape: la historia de las bailarinas ucranianas refugiadas en Madrid
La Compañía Nacional de Danza acoge a siete artistas del ballet de la Ópera Nacional de Ucrania.
El 23 de febrero Kateryna, Yelyzaveta y Anastasiia ensayaban La bayadera, una de las joyas del repertorio clásico del ballet y de extrema dificultad, junto a sus compañeras en la Ópera Nacional de Ucrania en Kiev. Horas después, en la madrugada del 24, todo cambió cuando Putin decidió invadir Ucrania y la guerra estalló.
Después de una larga travesía, las tres están en Madrid junto a otras cuatro compañeras que han sido acogidas por la Compañía Nacional de Danza en el marco de su programa de Talento Emergente. Las siete bailarinas dan clase a diario en la sede de Matadero (Madrid) de la compañía y siguen entrenándose para que sus trayectorias se vean afectadas lo menos posible por la guerra, aunque sus cabezas están en Ucrania.
Las tres charlan con El HuffPost después de varios días atendiendo a la prensa. Se muestran agradecidas y hasta bromean, pero sus miradas dejan claro su preocupación y el horror que han dejado atrás. En la conversación también está presente Victoria Glushchenko, la pianista de la CND, una ucraniana que lleva más de una década en España y, además de ejercer de intérprete, es una figura protectora para el grupo.
“Estábamos trabajando mucho porque el día 24 había un estreno para el ballet. Ese mismo día no pudimos volver a ensayar o actuar porque a las 5 de la mañana empezó la guerra. Estuve cinco días en Kiev en un sótano”, cuenta Kateryna Chupina, de 24 años, sobre cómo empezó todo. “Después de esos días, me di cuenta de que era muy peligroso, de que estaban bombardeando y decidí irme al oeste de Ucrania, porque habían ofrecido trenes para evacuar a la gente. Era muy difícil, pero me pude meter en un tren en el que estuve de pie durante 12 horas para poder llegar hasta Lviv”, revela la bailarina sobre su travesía.
Estando en Lviv, Chupina se dio cuenta de que “no podía estar parada”, que con su profesión no podía estar quieta y sin entrenarse. Fue en ese momento, buscando ayudas, cuando entró en escena otra bailarina, Anastasia Matvienko, estrella del Teatro Mariinsky de origen ucraniano, que ha ayudado a bailarines de todo el país desde el principio de la crisis. “Ella personalmente llamó a Joaquín de Luz —el director de la CND— y le pidió si podía acoger a algunas bailarinas. Desde Lviv cogí un autobús hasta Polonia y desde allí un avión hasta Madrid”, relata agradecia Chupina.
La historia de Yelyzaveta Semenenko, de 25 años, es similar a la de su compañera. Cuando estalló la guerra dejó su Kiev natal para refugiarse con su familia en una casa de verano a las afueras, pero pronto se dieron cuenta de que era peligroso “porque estaban bombardeando también los pueblos”. “Decidí irme al oeste, y allí estuve dos semanas, hasta que Anastasia Matvienko me ofreció ayuda”, cuenta Semenenko. Desde el oeste de Ucrania emprendió el mismo recorrido que su compañera y que tantos otros refugiados: un autobús hasta Polonia y desde allí un avión para llegar a Madrid.
Las circunstancias de Anastasiia Kovalevska, una de las últimas bailarinas en llegar a Madrid, son diferentes a las de sus otras dos compañeras. Cuando estalló la guerra se marchó con su familia a Makarov, un pueblo ocupado por las tropas rusas desde los primeros momentos de la invasión. “Estuve allí ocho días, en un sótano, hasta que los rusos nos echaron de casa”, cuenta Kovalevska, que revela que miembros del ejército entraron en su vivienda para que se fueran.
“Nos dejaron irnos con el coche, al que ataron una bandera blanca que quería decir que éramos civiles”, explica la bailarina. En el coche huyeron ella, su madre y su sobrino de tres meses. El padre del pequeño, su hermano, se ha quedado en Ucrania luchando. Kovalevska explica que pasaron cuatro días seguidos conduciendo hasta llegar a Italia y estar a salvo en una travesía que no fue fácil, especialmente para salir de Ucrania. “Las carreteras estaban destrozadas, eran muy peligrosas, y teníamos que atravesar el bosque y buscar caminos alternativos”, relata la artista. Una vez en Italia, Kovalevska contactó con sus compañeras y fue acogida por la Compañía Nacional de Danza.
Las siete bailarinas viven en un piso cedido por un amigo personal de Matvienko y Joaquín de Luz, un bailarín italiano que trabaja en Nápoles, que ofreció su vivienda, que estaba vacía, cuando se enteró de la situación. Las jóvenes están agradecidas por el recibimiento y la acogida por los miembros de la compañía. “Nos recibieron con los brazos abiertos, con mucho cariño, con mucho amor. De verdad, el director al principio estaba todo el rato preguntando, preocupado”, cuenta Chupina.
Llegaron de Ucrania únicamente con sus pasaportes y con lo puesto, así que las chicas de la CND les ofrecieron toda la ropa de ballet. Los miembros Ballet Nacional de España, que comparte pared con la compañía, también han ayudado en todo lo que han podido, como muestra Chupina, que enseña agradecida la camiseta que le han dejado para su estancia.
“Como saben que no tienen recursos económicos también recogen un poco de dinero para ellas, han tenido gestos muy generosos”, explica la pianista Victoria Glushchenko. También cuenta que les preparan comida y que lo más importante es que en Madrid están “tranquilas y a salvo”, y pueden seguir tomando clases y entrenándose.
Con la cabeza en Ucrania
A pesar de que están felices por poder entrenarse, su cabeza está Ucrania y con sus familias. La madre de Chupina está en Dnipro, su ciudad natal, mientras que su hermana está con su hijo en Bulgaria. Las mujeres de la familia de Semenenko están en el oeste del país, “más o menos bien”, y los hombres han tenido que quedarse atrás luchando en el frente. La madre de Kovalevska sigue en Italia con el bebé de tres meses mientras su padre y su hermano están defendiendo a su país.
“Todos los días están en contacto con sus padres, con sus familias, todo el tiempo. Si no están con el ballet están con las noticias y comunicándose con sus familias, con sus compañeras bailarinas. También con los chicos que han dejado las zapatillas y han cogido las armas. En las 24 horas, el ballet es lo único con lo que pueden desconectar y no pensar”, cuenta Victoria Glushchenko sobre el día a día de las jóvenes.
Debut en el Teatro Real
Semenenko y Chupina tienen en el horizonte una fecha clave, el 18 de mayo, cuando debutarán en el Teatro Real con la Compañía Nacional de Danza. El ballet sustituye al Bolshoi, cuyas funciones se cancelaron tras la invasión de Ucrania, y presentará su producción de Giselle con coreografía y puesta en escena de Joaquín de Luz.
Las dos jóvenes serán contratadas para formar parte del cuerpo de baile e interpretar a dos de las willis, mientras que una tercera, su compañera Anastasiia Hurska asumirá el rol de solista de Myrtha en una de las funciones y el paso a dos de Pas de Paysan en otras dos representaciones. No serán las únicas ucranianas sobre el escenario ya que la CND ha decidido invitar a Katjia Khanivkova, estrella del English National Ballet, para bailar el rol de Giselle los días 20 y 21 de mayo.
La red de ayuda de Anastasia Matvienko
Desde que comenzó la guerra, Anastasia Matvienko y su marido, Denis, se han volcado para ayudar a bailarines ucranianos a salir del país y tener una oportunidad de seguir bailando. Ambos han sido estrellas del Teatro Mariinsky de San Petersburgo durante 15 años, pero ante el ataque de Rusia decidieron dejar el país con sus hijos sin un plan ni una dirección.
La pareja baila en todas las galas que se están organizando para recaudar fondos para Ucrania y Anastasia ha gestionado, como cuenta Chupina, la acogida de cientos de bailarinas que ahora están en compañías de países como Polonia o Alemania. “También han ayudado a muchos niños que estudian ballet”, añade la bailarina, que les agradece que se hayan posicionado contra Putin y dejado Rusia. También cita a la estrella rusa Olga Smirnova, que abandonó el Bolshoi después de hacer declaraciones contra la guerra.
Gracias a Matvienko, Chupina, Semenenko, Kovalevska y sus compañeras están sanas y salvas en Madrid, aunque no ven la hora de poder regresar a Ucrania y reunirse con sus familias cuando todo haya acabado.