La ciencia necesita tiempo para pensar: el movimiento que quiere acabar con la cultura de “publicar o morir”
Por Manuel Souto Salom investigador postdoctoral Juan de la Cierva en el Instituto de Ciencia Molecular de la Universidad de Valencia (ICMol-UV), Universidad de Valencia.
El ritmo de la producción científica se ha disparado en las últimas décadas. Algunos estudios recientes estiman que hoy existen unas 30 000 revistas que publican al año más de 2 millones y medio de artículos científicos, con un índice de crecimiento anual de un 5 %.
La presión constante por publicar (el famoso “publica o muere”) fomentada por el exigente sistema de evaluación académico y la mayor competición entre el creciente número de grupos de investigación son algunas de las causas de esta sobreproducción de artículos y revistas. Por otra parte, hay que destacar también la aparición de revistas y congresos “depredadores” con las que algunos investigadores, ávidos por aumentar su número de publicaciones, intentan hinchar sus currículums con contribuciones científicas carentes de rigor y con una escasa revisión por pares.
Oras consecuencias de esta aceleración en la producción científica son el despiece de un mismo estudio científico en el mayor número de artículos posible (“salami slicing”), el plagio y la publicación de resultados difíciles de reproducir o incluso erróneos, muchas veces debidos a la precipitación a la hora de publicar.
En 2010, la Slow Science Academy de Berlín lanzó un manifiesto a favor de desacelerar este ritmo de producción en la ciencia.
Al igual que los llamados “movimientos por la calma” Slow Food y Slow Fashion, el Slow Science tiene como objetivo que se valore más la calidad de los artículos científicos que su cantidad, para así promover una investigación mucho más reflexiva y pausada.
Son palabras de Uta Frith, profesora emérita en el Instituto de Neurociencia Cognitiva del University College de Londres y una de las impulsoras del movimiento Slow Science. Cuenta en uno de sus artículos que, al igual que con la producción de alimentos, la lentitud puede ser una virtud.
Se trata de una forma de mejorar la calidad y una alternativa a la cultura predominante del “publica o muere”. Según Frith, “de momento no hay ningún plan a corto plazo, tan solo ir despertando conciencias. Cada vez somos más personas hablando sobre esta idea de manera individual en distintas partes del mundo”.
También en España algunos investigadores son conscientes de la necesidad de ralentizar el frenético ritmo de producción científica.
Así explica la importancia del Slow Science Antonio Lafuente, investigador científico del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC y uno de los impulsores del movimiento en España.
En una de sus charlas, Lafuente recuerda la historia de Stefan Grimm, un profesor de toxicología en el Imperial College de Londres que se quitó la vida en 2014 tras recibir un correo electrónico de sus jefes quienes le exigían mejorar sus métricas académicas y obtener más dinero en proyectos de investigación.
Antes de suicidarse, Grimm envió un correo electrónico a sus compañeros universitarios relatando lo ocurrido.
La historia la cuenta Jean-François Lutz, investigador del CNRS en el Instituto Charles Sadron de Estrasburgo, en la prestigiosa revista Nature Chemistry. En él critica la rapidez con la que se publican muchos artículos en el campo de la química antes de estar suficientemente maduros.
Seguramente el Manifiesto de Slow Science no consiga un cambio de ritmo en la ciencia contemporánea. Sin embargo, alienta a los científicos a pensar en cómo trabajan y sobre su papel en la sociedad. Por tanto, cada investigador debería dedicar unos minutos a leerlo y luego sacar sus propias conclusiones. Después de todo, tomarse un tiempo para pensar es, en cierta manera, a lo que todos aspiramos.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.