La caída del profeta Instagram
"A lo mejor ese fue mi error, pensar que a la red social le interesa la realidad".
La semana pasada, Instagram, Facebook y WhatsApp sufrieron su peor caída hasta la fecha, un apagón global de seis horas que afectó a sus 3.500 millones de usuarios —más o menos la mitad de la población del planeta—.
Un par de días antes a dicho suceso, recibí un mensaje de la plataforma Instagram, advirtiéndome de que uno de los vídeos de mi perfil infringía las normas comunitarias de la red social y que por ese motivo lo habían eliminado. En ese momento, me ofrecieron la opción de revisar la situación nuevamente si quería, cuestión que acepté cuando comprobé de qué se trataba.
El vídeo en concreto era uno donde mi mano acariciaba el brazo de mi padre, sin sonido y en blanco y negro, acompañado de la frase: “Pienso en ti cada día, papá, así es y así será durante toda la vida”.
Mi padre había fallecido unos días antes de que lo publicase. No hace mucho, por un tema personal de pudor, ni siquiera barruntaba la posibilidad de acabar mostrando este tipo de intimidades en un medio social, de hecho, ver algo parecido me ruborizaba casi siempre.
Por otro lado, y con el paso del tiempo, al usar Instagram junto a Twitter de una manera tan habitual he naturalizado mi relación con estas aplicaciones, contando en ellas también asuntos de mi día a día, además de usarlas para diversos contenidos. Ahondando más en la cuestión, sentí incluso que se trataba de lo más bonito que había subido, porque atendía a sentimientos sin ningún filtro, a la sinceridad relacionada con el afecto a un padre. A lo mejor ese fue mi error, pensar que a Instagram le interesa la realidad.
Días después, tras la nueva revisión del vídeo por parte de Instagram, la red social me respondió puntualizando “tu vídeo infringe nuestras normas comunitarias relativas a los desnudos o actividades sexuales”. Ante tal absurdo, me ofrecieron apelar al Consejo asesor de contenido, advirtiéndome de que tenía una fecha límite para ello y sin ninguna explicación de cómo llevar a cabo el procedimiento, por supuesto.
Al leer ‘Consejo asesor de contenido’ me vinieron a la cabeza aquellos investigadores de la oficina que aparecía en el cómic Preferencias del sistema, donde actuando como profetas cuestionaban al protagonista por qué quería salvaguardar ciertas obras culturales como la película 2001: Una odisea del espacio cuando la memoria virtual escaseaba y no había espacio en la red global para más datos.
“No nos queda otra, agente Mathon. Si john-Streamy75 quiere seguir compartiendo sus vídeos en Youtube, si Kamelia-72 quiere seguir subiendo sus fotos, ¡no queda otra! ¿Qué cree que pasará si le decimos a K-Rineohmygod que ya no puede mostrar su cuerpo en Instagram?”.
Supongo que la política de Instagram se habrá endurecido para que sus millones de gigas sean aprovechados adecuadamente con publicaciones de cuerpos de mujeres sin pezones, chicos sin camiseta bailando canciones adefesias, pies reposando en la orilla de una playa o comidas que den buena cuenta de lo opípara que es nuestra vida capitalista.
En este desbarajuste, también recordé el quinto estadio creativo de Fellini, aquel en el que el director se lanza a la composición irreal y teatralizada de la vida para reinventarla desde el cine, echando mano, por ejemplo, de un mar con olas de plástico y otros artefactos para construir su narrativa.
Así lo contaba Carlos Colón en su magnífico Fellini o Lo fingido verdadero, posiblemente el mejor estudio realizado sobre el genio de Rimini. Volviendo al caso, el título de ese libro plasma de manera precisa en lo que se ha convertido Instagram, en lo fingido verdadero; fingir algo hasta que parezca verdadero. Pero, ¿lo real dónde queda?¿Acaso importa?
Al buscar qué es Instagram en Google nos dicen que es una aplicación perteneciente a Facebook, cuya función principal es compartir fotografías y vídeos con otros usuarios. Tras lo que me ha sucedido, solo puedo pensar que la verdadera caída de las redes sociales no atiende al problema técnico de la semana pasada, sino a su código de representación de una realidad que no existe y que desfigura el camino de nuestra cronología vital.
El recuerdo de esa caricia a mi padre permanecerá en mi memoria sin necesidad de que los censores de Zuckerberg me den permiso para mostrarla en su invento. Mientras tanto, yo en estos días fabulo sobre la idea de que un misil impacte contra ese robot llamado Instagram y en su caída nos permita ver la realidad nuevamente, la verdadera, la que esconde tras su metal de ínfima vergüenza que le hace catalogar como ilícito y sexual un vídeo de una despedida auténtica, un vídeo del amor hacia un padre.