La caída del muro venezolano
La Venezuela de hoy nos hace recordar la historia de otros países. Nos remonta al año 89 del siglo pasado, vivir aquella Alemania dividida por una pared durante tres décadas. Similar nos sucede hoy: un muro -imaginario- de miseria, corrupción y apatía que ha mantenido bloqueando durante 20 años los avances del primer mundo y elementos tan básicos como los servicios públicos.
En aquella época, en Alemania nadie imaginaba que los 155 kilómetros de concreto que los dividían iban a ser derrumbados una de esas madrugadas. Todos estos procesos de cambio frente a un régimen totalitario tienen esos bajones emocionales, momentos de desesperanza inducidas por regímenes inhumanos y crueles.
Pero lo que viene sucediendo y lo que sentimos la mayoría de venezolanos este año me hace pensar que fue el mismo sentimiento que tuvieron los alemanes aquella madrugada del 10 de noviembre, cuando derrumbaron las primeras piedras del muro de Berlín. Allí se abrieron las puertas a la libertad y a la unión entre sus ciudadanos.
¿No creen que nos pasa igual? ¿O que siente usted cuando lee todo lo que hemos esquivado y atravesado los diputados de la Asamblea Nacional en los últimos 4 años? En 2015 comenzamos a derrumbar ese muro junto al pueblo que nos eligió, allí se abrió el camino a la libertad que hoy vemos más cerca que nunca.
20 años después de aquel 1999, cuando llegó Chávez al poder, hay una generación que no conoce la democracia, que lucha por un país libre. ¿Cómo no acompañarlos y quedarnos de brazos cruzados? Venezuela vale la pena.
Por eso nos hemos arriesgado, hay compañeros que han perdido su libertad y hasta su vida, como Fernando Albán y nuestros héroes jóvenes que asesinaron en las manifestaciones.
Este año nos sorprendió una tarea que no estaba en agenda: liberar a Venezuela. De la mano de nuestro presidente Juan Guaidó hemos agarrado la faena. Calle, calle y más calle a pesar de las amenazas, el cerco comunicacional, la censura y la intimidación.
No van a poder con las ganas de libertad que tenemos y mucho menos cuando visitamos esos sectores populares y vemos cómo el hambre y la miseria han consumido y divididos a esos hogares. Ni hablar cuando escuchamos un testimonio de algún familiar pidiendo ayuda para conseguir un medicamento o cuando vivimos el llanto de uno padres deseando que sus hijos regresen. Eso no duele y nos mantiene firmes.
Nos propusimos devolver la esperanza. Estas semanas nos ha tocado abrir las fronteras de la libertad. Así le llamo a la ayuda humanitaria que para mí representa esa caída del muro de Berlín. Pues en estos días hemos vivido lo que somos los venezolanos: cooperación, unión y trabajo.
Visitamos los estados fronterizos y es increíble cómo la gente entra y sale hacia Colombia o Brasil buscando satisfacer sus necesidades básicas que aquí no consiguen. Son incontables los testimonios de personas buscando medicamentos, hay quienes venden ¡todo! para poder viajar y salvarle la vida a su ser querido.
Mientras tanto el régimen y los usurpadores que se mantienen en el poder niegan que hay una crisis humanitaria y nos acusan de traidores a la patria. Traicionar la patria es chantajear al pueblo con una caja de comida o con beneficios dentro del sistema de salud pública.
Pero estamos en dolores de parto. Esto que estamos viviendo es lo último que viviremos antes de la libertad. Estamos derrumbando esa especie de muro de la vergüenza que ha levantado el régimen y usado para reprimir a unas Fuerzas Armadas que deberían estar protegiendo el ingreso y la distribución de alimentos y medicinas que tanto necesita nuestra gente.
Sin duda alguna habrá un cambio político este año, seguramente vendrá un nuevo gobierno, pero debemos garantizar que el modelo de inclusión y democracia que se construya permita niveles de gobernabilidad y estabilidad en el futuro, para que no ocurran regresiones autoritarias como en Rusia. La Venezuela que construiremos será un crisol de ideas progresistas, modernas. Nuestro modelo de desarrollo será ejemplo al mundo. Atrás quedará la barbarie y el uso del poder para servir obscenamente a unos pocos. Se puede, y vamos muy bien.