La banalización de la guerra
No estamos en guerra, estamos en una crisis sanitaria, el Covid-19 no es un enemigo, es un virus. Dejen ya de retorcer peligrosamente la realidad.
La guerra trae la pena, la desgracia, la muerte, la violencia, el destierro y el caos. Los seres humanos sabemos bastante de guerras, aunque afortunadamente en Occidente hace décadas que no conocemos una en nuestro suelo. La guerra trae consigo el hambre, el odio y el rencor. Y arranca de las sociedades la bondad y la alegría. Y cuando se va ésta última todo se apaga.
En las últimas semanas y a raíz de la actual crisis del Covid-19, nos vemos obligados a escuchar por parte de nuestros dirigentes políticos que estamos en un escenario de guerra, que el odio, el rencor y la muerte han vuelto a pisar suelo occidental. Quedé estupefacto ante las afirmaciones del presidente del Gobierno español Pedro Sánchez: que si “cuando venzamos esta guerra necesitaremos todas las fuerzas del país para vencer la posguerra” o que si “hacemos frente a un enemigo formidable”. Ídem con la declaración de “guerra” al Covid-19 por parte del presidente francés, Macron.
Cuánta irresponsabilidad. ¿Dónde queda entonces la Guerra Civil española? ¿Dónde la Segunda Guerra Mundial? ¿Dónde quedan las cruentas guerras en suelo africano? Si todo es susceptible de ser una guerra, nada lo será, y las guerras de verdad, las de la muerte, la persecución y el exilio serán mero atrezzo en este lenguaje burgués y despreciativo que han tomado la mayoría de los gobiernos del primer mundo.
Pero hay algo más preocupante aún: en escenarios bélicos los ciudadanos son más proclives a asumir que el recorte de Derechos Fundamentales es algo normal, e incluso inevitable. Ponen por delante sus derechos como pago para poder derrotar a esa “guerra”, por el bien común. He aquí la trampa, la perversa trampa: crear en el imaginario colectivo la idea de que estamos realmente en una guerra, para que así los ciudadanos asuman que la libertades pueden (y deben) ser recortadas; sirva como ejemplo el proyecto embrionario que se quiere poner en marcha también en Occidente de geolocalización forzada a la que seguro, finalmente, nos veremos sometidos. Y, por supuesto, nadie podrá negarse, nadie se atreverá siquiera a mostrar su disconformidad porque en “tiempos de guerra” lo que importa es salvar la vida, y nada más.
La realidad es que no estamos en una guerra. Guerra es la de Yemen, con un 53% de la población sin nada para comer, o la de Irak, en la que un 53% de los desplazados son niños y niñas; guerras son las de Siria, Sudán del Sur, Somalia o Afganistán que suman casi 15 millones de desplazados. La banalización de la guerra por parte de los gobernantes europeos no solo me sonroja, me repugna. Me aterra pensar que estamos ante la peor crisis sanitaria de los últimos 100 años y que la respuesta de los gobiernos sea jugar a trivializar el dolor de los refugiados, de los desplazados, asimilando su dolor, su realidad, a la nuestra. Si el Covid-19 nos plantea un escenario bélico, ¿qué término sería apropiado usar en Yemen? Porque, discúlpenme los gobernantes, me parece vergonzoso utilizar el mismo término para definir ambas situaciones.
Cada vez me quedan menos dudas sobre la estrategia: hagamos pensar que estamos en guerra para que la sociedad no se rebele ante los recortes de derechos fundamentales que están por venir. Usemos palabras de escenario bélico, como desescalamiento, por ejemplo. Generemos el terror de la guerra en la población, inflemos nuestros egos a costa de las libertades ciudadanas, a costa de banalizar la guerra y sus nefastas consecuencias.
Lo que debería hacer el Consejo de Ministros español, en cambio, es solicitar al Tribunal Europeo de Derechos Humanos un informe consultivo al respecto de si la geolocalización forzosa contraviene o no derechos fundamentales, en lugar de estar banalizando la guerra y sus nefastas consecuencias. Las libertades públicas son difíciles de conseguir y el miedo es una excusa jugosa para tirarlas por la borda: no lo podemos permitir.
Pido a los gobiernos europeos que dejen de una vez de banalizar la guerra, que abandonen ya el lenguaje bélico en esta crisis sanitaria, por respeto a los millones de desplazados, muertos, heridos y torturados en guerras pasadas y presentes: no estamos en guerra, estamos en una crisis sanitaria, el Covid-19 no es un enemigo, es un virus. Dejen ya de retorcer peligrosamente la realidad.