La antigua fórmula que explica por qué te afectan los rumores
Vivimos tiempos de incertidumbre. Y en tiempos de incertidumbre se acentúan los rumores. Esas corrientes subterráneas que, bajo los pies de cualquier sociedad, comunican personas, eventos y lugares, haciendo que todo el mundo agudice los sentidos. Porque un rumor es eso, una forma de comunicación en la que probamos nuestras hipótesis sobre cómo funciona el mundo y que, además, nos ayuda a enfrentarnos mejor a nuestras ansiedades e incertidumbres. En ese sentido se parecen mucho a los cotilleos, aunque estos tienen un carácter más cerrado y suelen circular entre personas que comparten un cierto grado de familiaridad.
Hace mucho tiempo, a mediados del siglo pasado, dos autores, Allport y Postman, formularon la ley básica que explica cómo funcionan los rumores y por qué nos afectan. Lo que dijeron fue que la fuerza de un rumor es igual a la importancia de la información multiplicada por la ambigüedad existente. En otras palabras: si el tema de que se trata no es relevante y se conocen casi todos sus aspectos, los rumores que surjan tendrán poca intensidad, o no existirán. Pero si la información es muy importante y el grado de incertidumbre es grande, los rumores generados serán de alta tensión.
La primera parte de la ecuación tiene poco recorrido, puesto que es obvio que prestaremos más atención a aquellas cosas que nos resultan relevantes como, por ejemplo, la economía o la salud. Resulta mucho más sugerente el papel que juega el otro componente, la incertidumbre, en nuestras vidas. Porque, de hecho, se trata de uno de los mayores generadores de interés que existen. Según la ciencia, el proceso es más o menos así: cuando nos damos cuenta de que existe una laguna en nuestra constelación de conocimientos percibimos una incomodidad, que es lo que llamamos curiosidad. Lo que nos ocurre entonces es que esa curiosidad nos motiva a encontrar la información que falta.
Y esa motivación es precisamente lo que aprovechan los rumores para propagarse. Es decir, cuando hay muchas personas buscando la pieza que falta en su conocimiento sobre cierto aspecto de la realidad, los rumores se propagan a velocidad de vértigo.
La gran conclusión de todo esto es que es muy difícil eliminar los rumores. Siempre los habrá, porque siempre va a haber cosas que nos importen y porque el cerebro siempre va a reaccionar a la incertidumbre, dado que está cableado para reequilibrarse cuando le falta una pieza de información clave. Es más, es probable que nuestra nativa tendencia a ordenar y registrar la realidad en forma de relatos nazca precisamente de esa característica constitutiva del ser humano: “Al cerebro no le gusta la fragmentación, por eso teje narrativas”, dijo Jessica Payne. Dicho en otras palabras: no es imposible que, desde el teatro hasta la novela, y desde la poesía hasta los comics, todos los relatos que se han elaborado a lo largo de la historia obedezcan a la necesidad humana de rellenar la falta de sentido que provoca no saber o no poder explicar la realidad. Si eso fuera así resultaría que la descomunal obra que es la literatura no sería, al fin y al cabo, sino la respuesta a un gigantesco y vibrante rumor.