Kiribati
Os pongo en antecedentes, que yo he tenido que tirar de Wikipedia y atlas, con lupa incluida, para encontrar este pequeño país al que, por razones obvias, nunca voy a viajar. Y vosotros, me temo que tampoco. Kiribati, oficialmente la República de Kiribati, es un país insular ubicado en la zona central oeste del Pacífico, al noreste de Australia. Está integrada por un grupo de 33 atolones coralinos y la isla volcánica de Banaba diseminados en un área de más de tres millones de kilómetros cuadrados.
Y es oficialmente el primer país al que puede engullir el mar por el cambio climático. Las poco más de 100.000 personas que viven en Kiribati ya han empezado a tomar medidas; normal, porque desde hace tres décadas saben que tienen poco futuro. Por el momento, se han ido desplazando hacia el interior, para retrasar lo inevitable, y se enfrentan ya a problemas con el agua potable. Lo último es que su presidente, un tal Anote Tong, ha iniciado una gira internacional buscando, sin buen resultado por el momento, una patria de adopción para cuando el océano se adueñe de sus tierras y ya no se pueda vivir allí.
Parece el guion de una película futurista, como de robinsones del mañana, pero es tan real que no sé porqué no sale día sí y día también en periódicos, televisiones, revistas y demás, o en las todopoderosas redes sociales que llegan al último rincón. Aunque sólo sea por aquello de ver si se le mueve el cuajo a alguien, especialmente a los grandes negacionistas del cambio climático, entre los que se encuentran nombres muy "ilustres". Y apellidos también.
Todos hemos ido comprobando como, a lo largo de nuestras vidas, más en las de los que tenemos cierta edad, han ido desapareciendo bosques, árboles de siempre sustituidos por eucaliptus de rápido crecimiento; cómo los ríos que brincaban alegremente se arrastran ahora doloridos, con pocos y tristes peces, o con los enormes y cabezones cangrejos americanos que han acabado con los nuestros, rojos, pequeñitos y sabrosos.
Qué decir de la boina de contaminación que adorna las ciudades un día sí y otro también, o de las numerosas enfermedades que surgen o se agravan al calor de los malos humos que respiramos. O de los plásticos que además de envolver tortugas y grandes cetáceos han hecho de los mares vertederos sin remedio.
O de estos casi cuarenta grados en otoño que estamos "disfrutando". De los icebergs que se desprenden de la Antártida, de los grandes huracanes, de las riadas, de los extensos periodos de sequía... Kiribati es el símbolo, pero no hace falta desplazarse hasta allí, ver a cámara rápida cómo el mar se traga las islas, para tener la clara conciencia de que estamos cambiando, para mal, el planeta tierra y que todos somos culpables pero que, quienes además prestan oídos u otorgan un solo voto a los negacionistas, son además, cómplices.