Juezas que dan la vida
De sus “deliberaciones” telemáticas dependen, ahora, las vidas de sus compañeras afganas.
Son las 21:35 horas en Canarias. La noche está tranquila. Sentada en la mesa del comedor convertido en improvisado “cuartel de evacuaciones”, me acabo de dar cuenta que se ha hecho de noche.
He perdido el sentido del día, la hora y casi de la vida anterior al mes de agosto 2021. A partir de este mes se produjo el imparable avance talibán en Afganistán, la salida de las tropas estadounidenses y la amenaza de muerte para las juezas afganas. La mayoría de ellas son socias de la International Associatión of Women Judges (IAWJ), que promueve el liderazgo de las juezas para avanzar, desde la justicia, en la conquista de los derechos humanos de las mujeres y la infancia. Ello es especialmente arriesgado en países como Afganistán. El pasado mes de enero, dos de nuestras socias del Tribunal Supremo de Afganistán fueron asesinadas en Kabul. Fueron asesinatos selectivos inmersos en una campaña dirigida contra las juezas afganas, consideradas ‘infieles’ por atreverse a juzgar a los hombres y por encarcelar a una buena parte de talibanes, liberados recientemente.
Me doy cuenta que llevo conectada al zoom de la International desde las 5:30 de la mañana. Este zoom nunca cierra. Es un centro de operaciones para sacar del infierno a las colegas afganas.
Un reducido grupo de juezas entra y sale del mismo como si fuera el salón de casa. En este momento hay siete juezas y dos intérpretes de lengua dari, en línea. Las juezas forman parte de un “tribunal diverso”. Su misión transciende de la celebración de juicios y dictado de sentencias. De sus “deliberaciones” telemáticas dependen, ahora, las vidas de sus compañeras afganas. Una responsabilidad aprendida a golpe de experiencias malas o muy malas, durante las últimas semanas. Se enfrentan, ahora, a una realidad que las atrapa y de la que no quieren salir hasta lograr un final feliz.
Ellas no llevan togas, sino cómodas camisetas. A veces comen sobre el teclado, o se peinan o beben en sus coloridas tazas durante sus turnos.
Las dos intérpretes son mucho más que eso, ellas también interpretan las emociones de las juezas que, desde lugares ocultos permanecen agazapadas esperando su oportunidad. El miedo, el terror, la angustia, la dificultad para obtener alimentos o medicinas, y las limitaciones de sus derechos fundamentales, forman parte inescindible de su nuevo día a día.
La jueza Aziza se atrevió a otorgar la custodia de dos niñas a su abuela materna tras el asesinato de la madre por su padre talibán y lo condenó a prisión, pero en el mismo juicio él la amenazó públicamente cuando fuese liberado. En la actualidad, los talibanes buscan a la jueza Aziza para ejecutar aquella “sentencia verbal”. El esposo de la magistrada Shukria, fue secuestrado por los talibanes durante cuatro días. Los tíos maternos de la jueza Rahiana, fueron sorprendidos una madrugada por los talibanes que allanaron su hogar con amenazas de muerte, por suerte, ella permanecía oculta en un lejano país democrático.
Las magistradas afganas quemaron sus libros jurídicos y, escondidas tras los burkas, iniciaron con sus familias, una huida a ninguna parte que las tiene atrapadas en un país, herido de muerte.
Son las 22:35 horas. El grupo trabaja en una nueva evacuación. La colega de Miami debate con la canadiense, sobre algún detalle importante. También opina la compañera australiana que hace horas trabaja en esta nueva misión. De repente se escucha el silencio y la jueza de Nueva Zelanda teclea. Se la oye suspirar. Lleva despierta 26 horas.
La colega de Vermont, trabaja para conseguir insulina para Asifa, la hija diabética de cuatro años de la jueza Amina. Para lograrlo ya ha iniciado contactos con personas en cuatro países y en cuatro zonas horarias diferentes. La jueza de Reino Unido advierte de la recepción de mensajes anónimos que ofrecen ayuda a las juezas y que nunca deben ser contestados. Son una trampa.
El grupo sigue verificando datos, investigando las fuentes de posibles rescates, recaudando dinero, buscando visados, negociando con los gobiernos para obtener ayuda y se enfrenta a una constelación de problemas burocráticos y de seguridad.
Las juezas afganas han peleado desde sus tribunales, a golpe de sentencias, por los derechos fundamentales de sus compatriotas afganas, atreviéndose a plantar cara a un sistema que las negaba como seres humanos y, son, ahora, un estratégico objetivo talibán, para aleccionar a una población en shock.
Son las 5:35 horas. Suena el despertador. Miro los mensajes del grupo. Buenas noticias. Algunas juezas y sus familias consiguieron salir de Afganistán. Además, Brasil nos expide algunos visados que permitirán salir a otras compañeras. Hemos de buscar la manera.
Me conecto a zoom, no se oculta la alegría colectiva, pero sin excesos y siempre con cautela. Mañana las cosas pueden cambiar.
Son las 6:35 horas. Otra buena noticia. La joven jueza Anisa dio a luz una niña de 3.852 kg. Su bebé logró nacer libre en un país donde se respetan los derechos humanos de las mujeres. Esa niña se llamará Libertad.
El grupo sonríe y se refuerza moralmente. Seguimos…