El 'contribuyente' campechano
Hacienda éramos todos... menos Juan Carlos I
“S. M. el Rey D. Juan Carlos me ha dado instrucciones para que haga público que, en el día de hoy, ha procedido a presentar ante las autoridades tributarias competentes, una declaración sin requerimiento previo, de la que ha resultado una deuda tributaria, ya satisfecha, por un importe de 678.393,72 euros, incluyendo intereses y recargos”.
Estas palabras pasarán a la historia de nuestro país, al final de una tarde de pospuente y a pocas semanas de que empiece la Navidad. Pues bien, todos los españoles se han enterado de que el monarca defraudó al fisco (recuerdan aquello de Hacienda somos todos) y que se ha visto obligado a pagar en mitad de las investigaciones que la Fiscalía lleva a cabo y que le pueden llevar al banquillo de los acusados ante el Tribunal Supremo.
El despacho de abogados Sánchez-Junco lleva trabajando intensamente y minuciosamente durante los últimos meses para intentar salvar a su cliente, al que le cercan tres investigaciones (el AVE a la Meca, las sociedades en Jersey y el uso de las tarjetas black). Esta última es la que le podía dar más dolores de cabeza -el tema saudí podría prescribir- y por eso ha decidido regularizar esa situación ante Hacienda.
Este pago supone reconocer la utilización de estas tarjetas black por él y por varios miembros de su familia (con mucho énfasis por Victoria Federica y Froilán), nutridas con fondos de una de sus amistades peligrosas, el empresario mexicano Allen Sanginés-Krause. Dispendios y lujo a golpe de visas entre los años 2016 y 2018 -cuando ya había abdicado y se dedicaba a viajar por el mundo-. Ese universo de comidas en Los Ángeles, de paseos por barco en Sanxenxo, corridas de toros por España y escapadas a lujosos hoteles de la jet set en Europa. Que no falte de nada con el dinero ajeno: yegua para la nieta, compras en El Corte Inglés...
Los españoles ahora comprenden cómo podía pagar aquella vida de hombre adicto al lujo, un rey que no tenía que ver con la imagen dibujada durante décadas por la casa real de austeridad. El mantra continuo de que era la monarquía que menos presupuesto tenía. Pero en esta jubilación se ha mostrado más cercano al Rey Sol, inspirado por sus ancestros franceses de siglos atrás. La sangre, la sangre.
Las calculadoras no engañan y las tarjetas tampoco. Al rey emérito se le quedaba corta la asignación que le daba su hijo, proveniente de las arcas públicas a través de los presupuestos generales del Estado, que consistía en la nada irrisoria cifra de 161.636,34 euros anuales. Necesitaba más, más y más. Los gastos de esas tarjetas black son cuatro veces superiores, nada más y nada menos, que a su sueldo anual.
Y no sudaba de nervios como el resto de ciudadanos cuando tenía que cuadrar la declaración de la renta antes del 30 de junio. Se le olvidaron aquellas tarjetas. Ups. Ahora reconoce esa deuda tributaria en un momento complicadísimo para el país: azotado por una pandemia histórica y sufriendo unas gravísimas consecuencias económicas. Una nación sometida a un ERTE continuo, esperando el dinero de Europa y que se avergüenza de ver que en las calles vuelven las colas del hambre.
Viene a la cabeza ese momento de “lo siento, me he equivocado” en plena crisis económica hace unos años. Pero entonces era volviendo de Botsuana. Papel mojado el “no volverá a pasar”, pues el lujo es tentador en cada esquina, ya sea en un safari africano como durmiendo en un hotelazo en Arabia Saudí. El rey tiene ganas de volver en Navidad… pero sigue en los Emiratos, entre jeques y coches que marean por su velocidad y sus ceros a la hora de comprarlos.
El Gobierno no ha querido hablar de ese “contribuyente”, pero esperaba un gesto. La portavoz y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, apelaba a la ejemplaridad este mismo miércoles y recordaba que la ley es igual para todos. Desde la izquierda lo vienen diciendo desde hace meses, la casa real no está en peligro por Unidas Podemos, sino por el propio emérito.
Justo acabamos de celebrar los 42 años de la Constitución, en un ambiente de polarización social y política. La corona debe jugar ese papel de armonizador de un país siempre propenso al dramatismo. ¿Qué pensarán los jóvenes de una institución cuyo máximo exponente era un defraudador y se exilió en una teocracia? ¿Qué arraigo tendrá una institución que recibe las loas más fuertes por parte de la ultra derecha?
Felipe VI aguanta y calla. Mueve sus fichas por detrás y es consciente de que la casa real vive uno de sus momentos más complicados. Su padre en Emiratos y militares retirados mandándole cartas contra el Gobierno democráticamente elegido. El propio silencio lo puede ahogar, con una Zarzuela que necesita aire fresco para acompañar a un país muy distinto, especialmente removido desde el 15-M y tocado por el coronavirus hasta en su alma.
Lo que ha quedado claro es que don Juan Carlos era campechano… hasta la hora de tirar de tarjeta y hacer declaraciones.