Juan Carlos I cumple dos años en Abu Dhabi aliviado judicialmente pero sin permiso de vuelta
En 2022, el rey emérito ha logrado regresar a España por unos días, pero su visita fue tan polémica que ha impedido que haya más. Imputado no está, pero querido no es.
“Guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y al rey”, Juan Carlos I decidió dejar España un 3 de agosto de hace ahora dos años. Esa convicción estaba sustentada en la polémica e incomodidad que habían generado en los últimos tiempos sus negocios particulares, su patrimonio en el extranjero y sus relaciones con Corinna Larsen. Tras 39 años de reinado, pasados seis de su abdicación, el deterioro de su reputación y su imagen y los procesos judiciales en que estaba inmerso hacían recomendable la distancia. Exilio, lo llamaban tristemente sus partidarios. Huida, denostaban sus críticos.
Gastados dos calendarios completos, la situación del rey emérito ha mejorado, es menos espinosa: nunca estuvo imputado, pero ahora además sus casos se han ido archivando, lo que ha propiciado un permiso del Gobierno y de su hijo, Felipe VI, para visitar España por unos días, en mayo pasado. Una y no más por ahora, dado que la primera salió regular.
Ha establecido su residencia “permanente y estable” en Abu Dhabi, donde se marchó en 2020 por invitación del príncipe heredero, Mohammed Bin Zayed al Nahyan. Bahréin también le tendió la mano, pero eligió el emirato. Dice que allí tiene “tranquilidad” y que goza de una privacidad que le consuela a estas alturas de la vida, que la de irse fue una “meditada decisión”. Pero es vox populi que, a sus 84 años, quiere volver. Lo que nadie sabe es cómo ni cuándo ni adónde. Ese es ahora el debate con La Zarzuela y La Moncloa, sin visos de pronta solución, la pelota en un frontón que recorre 5.600 kilómetros de distancia.
El detonante de su marcha
Las cosas ya estaba complicadas. Pronunció el “no volverá a ocurrir” por cazar elefantes en África, pero sí, seguían ocurriendo otras cosas. En 2020, cuando decidió poner tierra de por medio, la Fiscalía había abierto diligencias respecto al supuesto cobro de comisiones por el ya entonces rey emérito por la concesión del AVE a La Meca a varias empresas españolas. En noviembre, con Juan Carlos I ya fuera de España, se abrieron dos nuevas investigaciones, lo que afianzaba la bondad de la idea de poner tierra de por medio. El CIS hace siete años que no pregunta por la valoración de la monarquía, pero en la calle no se detectaban grandes alabanzas con este proceso.
En el primer caso, se estudiaba el uso por parte del emérito y de otros de sus familiares de tarjetas de crédito opacas, con cargo a cuentas en las que no eran titulares los años 2016, 2017 y 2018; fue después de la abdicación, en el verano de 2014. El segundo estaba relacionado con la existencia de una cuenta con 10 millones de euros a nombre del padre del actual rey en la isla de Jersey, un paraíso fiscal.
Juan Carlos decidió, presionado, que sería bueno ponerse al día como gesto de buena voluntad, llevando a cabo dos regularizaciones fiscales. La primera, en diciembre de 2020, fue por una cuantía de 678.000 euros en relación al uso de tarjetas bancarias con fondos opacos del empresario mexicano Allen Sanginés-Krause. Y la segunda, en febrero de 2021 ya, fue de 4,4 millones de euros, por rentas no declaradas de más de ocho millones de euros de pagos en especie y gastos por viajes a costa de la Fundación Zagatka, a cargo de su primo Álvaro de Orleans-Borbón, quien negó ser testaferro del Rey emérito.
Todas estas noticias, el goteo constante, confirmaba la imposibilidad, por el momento, de su retorno a España. No estaba el horno para bollos. Su entorno insistía en que podía haberse quedado todo el tiempo en su país, porque no había imputación, pero no era sostenible ante la opinión pública. Fue un tiempo de silencio informativo, de muy pocas noticias sobre el monarca y sus movimientos. Apenas surgieron algunas fotos, comentarios de familia o amigos que iba a visitarle y desmentidos de un hipotético coronavirus grave.
El emérito iba gastando sus días en un chalet de la urbanización Al Bateen, en Abu Dhabi, la misma en la que vive su amigo el príncipe, visitado sobre todo por las infantas Elena y Cristina y por amigos españoles y locales. “Lleva una vida activa y sana. Se entrena todas las mañanas y cuida su alimentación. Bajó mucho de peso. Recibe visitas, sale a restaurantes, sigue la actualidad internacional, recibe llamadas... Está descubriendo por primera vez el lujo de tener una vida privada. Y le ha cogido el gusto”, explicaba en marzo a Hola! Laurence Debray, historiadora francesa y su biógrafa.
Horizonte despejado, pero sólo a medias
Las buenas noticias judiciales llegaron con el final del invierno: la Fiscalía del Tribunal Supremo acordó el 2 de marzo pasado archivar las tres investigaciones que tenía abiertas sobre las irregularidades fiscales cometidas a caballo entre sus últimos años de reinado y los primeros de retiro. Para seguir marcando distancias, pese a este viento a favor, Juan Carlos I hizo pública tres días más tarde una carta en la que indicaba que, “por voluntad propia”, había decidido mantenerse en Emiratos Árabes Unidos “por razones personales”.
El regreso no estaba descartado, “como es natural”, pero quería una visita, porque dice que a España la lleva “siempre en el corazón”. “Tanto en mis visitas como si en el futuro volviera a residir en España, es mi propósito organizar mi vida personal y mi lugar de residencia en ámbitos de carácter privado para continuar disfrutando de la mayor privacidad posible”, precisaba en la misiva.
Y la visita llegó: el 19 de mayo aterrizó en un vuelo privado en el aeropuerto de Vigo -el mismo desde el que partió en agosto de 2020 para irse a Oriente Medio-. ¿Quién pagó ese vuelo? Ni trascendió ni ha trascendido en este tiempo. Varios medios, citando a expertos, sostienen ese alquiler que pudo tener un coste aproximado de 100.000 euros. Juan Carlos estuvo hasta el día 23 de ese mes en Sanxenxo, instalado en un chalé prestado por su amigo Pedro Campos, presidente del Club Náutico de dicha ciudad. Una cita medica, destinada a asistir al Trofeo Viajes Interrías de vela, en el que su barco, el mítico Bribón, fue vencedor. En el último día, el rey fue su capitán.
Muestras de cariño recibió, algunas, pero nada masivo. Se veía más curiosidad que afecto, que lo sigue teniendo, pese a todo, un hombre que fue clave en el proceso de vuelta a la democracia de este país. Podía haber sido una oportunidad para el aplauso tranquilo, para cierta corte, pero la poca magia de a suma del vuelo, el secretismo, la lejanía, el lastre en la memoria, se sumó la puntilla: “Explicaciones, ¿de qué? Jajaja”, dijo a la prensa cuando le preguntaron si le iba a dar explicaciones a su hijo, Felipe. Otra vez el emérito cruzaba la línea del campechanismo. Cero mea culpa, de nuevo.
Negándose a pedir disculpas, fue acabadas las regatas a La Zarzuela, donde había vivido 57 años. Tuvo un encuentro con su hijo, “un amplio tiempo de conversación” en términos de la Casa Real, y luego una comida en familia. Desde su partida no había vuelto a ver a su hijo, el rey, ni a su esposa, la reina Sofía -que acabó estando a distancia y con mascarilla por tener coronavirus-. Se abordaron “cuestiones familiares así como sobre distintos acontecimientos y sus consecuencias en la sociedad española”, dijo el comunicado oficial.
Palabras salieron, ni una foto oficial del reencuentro, y no especialmente cálidas. Quedaba patente que la visita a Galicia no había sido del agrado de Zarzuela, había mal sabor de boca. Menos aún que ya se estuviera hablando de una segunda visita a Sanxenxo, a principios de junio, para nuevas competiciones deportivas. Por eso se le tuvo que recordar que en su carta a Felipe VI de marzo le había informado de su decisión “de organizar su vida personal y su lugar de residencia en ámbitos de carácter privado” cuando regresara a España con vistas a poder seguir disfrutando “de la mayor privacidad posible”. Repetía palabra por palabra lo dicho, por si había dudas.
Junio llegó y no hubo nuevo viaje, por más que quisiera participar en el Mundial con el Bribón. La fecha era mala, además, en el octavo aniversario de su abdicación y del ascenso al trono de Felipe. Nadie quiere aventurar cuándo será la siguiente vez que pise suelo español. La Agencia EFE, citando fuentes de su entorno, apuntan que a comienzos de septiembre podría ir a Cascais (Portugal), “una localidad muy querida por don Juan Carlos, puesto que en ella pasó parte de su infancia después de que sus padres se instalaran en Estoril a partir de 1946 durante su exilio”, recuerda.
El motivo del viaje a Cascais sería la celebración del campeonato de Europa de la clase 6 metros de vela en la que competirá su barco. “En Cascais estaría más tranquilo”, señalan las fuentes en alusión a la gran expectación mediática que rodeó su estancia en Sanxenxo en su visita en mayo. Como prólogo al Europeo de vela, previsto del 5 al 12 de septiembre, también se disputará en la localidad portuguesa la regata que lleva el nombre del rey Juan Carlos, como reconocimiento a los lazos que le unen con el país vecino.
Desde la Casa del Rey insisten en que los viajes que el emérito pueda hacer a España o a otros destinos se enmarcan en su ámbito privado. “Con el rey Juan Carlos hay que atenerse a las decisiones personales que ha tomado desde 2019, como su retirada de la vida pública o su marcha a Abu Dabi”, señalan desde la Zarzuela a la citada agencia.
Las cosas pueden cambiar si...
España por ahora es un lugar de paso para el emérito. Aún no puede ser más. Espina el debate de su retorno, que desde luego no será pronto ni a Zarzuela, donde a él le gustaría, pero la prudencia exige un segundo plano. Sin embargo, las cosas pueden cambiar si entra en el Gobierno el Partido Popular. Son coincidentes los análisis que señalan que la oposición a su retorno sería menor con un Ejecutivo conservador que con el actual de PSOE y Unidas Podemos. Pedro Sánchez, el actual presidente, ha llevado la polémica estos años con respeto a la institución pero también haciendo saber a Felipe VI su oposición a un mayor acercamiento.
Si no hay adelanto, en 2023 ha de haber elecciones y el reciente nuevo líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha reiterado en público su apoyo al retorno del emérito. Insiste en que no tiene causas pendientes con la justicia y en que su legado para el país es bueno. “El rey Juan Carlos va a venir a España cuando considere oportuno”, dijo el 22 de mayo, cuando vino a Galicia por vez primera. Ya tres meses antes había afirmado: “Lo que me sabe mal es tener al exjefe del Estado viviendo fuera de España”.
Un apoyo que no mueve votos determinantes, porque la monarquía se mantiene muy lejos de los problemas que más preocupan a los españoles. Según recogió en julio el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), sólo el 0,1% de los encuestados dicen que es el primer problema nacional y en junio era un 0,3. Lleva más de un año sin ser mencionada en más de un 0,5% de los cuestionarios.
Hay cosas más graves que afrontar y, además, dicen que la distancia es el olvido.