Joe Biden, dos discursos y un gran día
Nada inspira tanto como la victoria, y la democracia ha ganado.
El día 20 de Enero se celebró en Estados Unidos la inauguración de Joe Biden como presidente, ceremonia que tuvo lugar delante del Capitolio, como manda la tradición. Las circunstancias, sin embargo, distaban mucho de ser normales.
Por un lado, el país se encontraba abatido por la pandemia, que ha causado el fallecimiento de más de cuatrocientos mil americanos, así como una profunda crisis económica. Por otro, la nación acababa de sufrir un atentado a la democracia con el asalto al Capitolio llevado a cabo el día 6 de enero por una turba violenta de seguidores de Donald Trump, muchos de ellos supremacistas blancos que no desean compartir el país con otros grupos étnicos.
El propósito de este fallido asalto era mantener a Trump en el poder, a pesar de que había perdido las elecciones. Tras este dramático episodio, la capital se hallaba blindada y el acto de la inauguración se realizó con un aforo muy limitado.
En el ambiente se notaba la preocupación causada por los recientes acontecimientos políticos. Sin embargo, ésta no empañó el acto sino que acentuó su solemnidad, dando más emoción a cada himno y más significado a cada palabra. El discurso de Biden destacó por su estilo claro y directo, que no escondió los problemas. Apeló a la unidad sin ignorar las diferencias. Se refirió a los eventos del 6 de enero con toda sencillez, señalando que la democracia había prevalecido y que el propósito del acto era realizar la trasmisión pacífica del poder como se había hecho durante más de dos siglos.
Llamando a las cosas por su nombre, Biden dijo que había que derrotar al supremacismo blanco y al terrorismo nacional y restaurar el alma de la nación: “Nuestra historia ha sido una lucha constante entre el ideal americano de que todos hemos sido creados iguales y la dura, fea realidad de que el racismo, el nativismo, el miedo, la demonización nos dividen desde hace mucho tiempo. La batalla es perenne y la victoria nunca está asegurada. A través de la Guerra Civil, la Gran Depresión, las guerras mundiales, el 11-S, a través de luchas, sacrificios y reveses, nuestros mejores ángeles siempre han prevalecido. En cada uno de esos momentos, un número suficiente de nosotros, un número suficiente de nosotros,” recalcó, “se juntó y movió a todo el mundo hacia delante. Y podemos hacer eso ahora. La historia, la fe y la razón nos muestran el camino, el camino de la unidad”.
Con estas palabras Biden destacó la dificultad del progreso, señalando que los logros se deben siempre a que los que defienden la razón son algo más numerosos que los que se oponen a ella. Las cosas buenas no suceden porque todos vean la luz y actúen en consecuencia, sino porque el número de los que comprenden cuál es el camino correcto es suficiente para triunfar y, una vez conseguida la victoria, la sociedad en general sigue el rumbo marcado por este grupo.
Este análisis da esperanza a que el sentir popular acabe distanciándose de los que promovieron la revuelta del 6 de enero y evolucione hacia posiciones más democráticas. Nada inspira tanto como la victoria, y la democracia ha ganado. El atentado a la democracia ha fracasado. Como dijo Biden, “No sucedió. Nunca sucederá, ni hoy, ni mañana ni nunca. Nunca.”
Biden habló sin tapujos de las mentiras que llevaron a la gente a esos extremos, señalando que la defensa de la verdad es esencial para la supervivencia de la democracia: “Existe la verdad y existen las mentiras, mentiras que se dicen para obtener poder o beneficio. Y, como ciudadanos, como americanos, y especialmente como líderes, líderes que han jurado honrar nuestra constitución y proteger nuestra nación, todos tenemos la obligación y la responsabilidad de defender la verdad y rechazar las mentiras.” Con esta fuerte crítica a las teorías conspiratorias que han envenenado la nación, Biden llamó a acabar la “guerra incivil” y a ponerse a la altura de las circunstancias, citando unos versos de la canción titulada “Himno americano,” que dicen:
“El trabajo y las plegarias de un siglo nos han traído a este día.
¿Cuál será nuestro legado? ¿Qué dirán nuestros hijos?
Que yo sepa en mi corazón cuando se acaben mis días,
America, America, que te di lo mejor que tenía.”
Biden concluyó su discurso exhortando a los ciudadanos a proteger la libertad en el país y a volver a ser un faro de luz en el mundo. “Eso es lo que debemos a nuestros antepasados, lo que nos debemos unos a otros y lo que debemos a las generaciones venideras.”
El discurso de Biden fue recibido como un bálsamo por un país maltrecho y dolorido. Tras el acto de inauguración, Biden procedió a firmar gran número de órdenes ejecutivas para anular las reglas más perniciosas y ofensivas que había implantado su predecesor. También juró en su cargo a cientos de colaboradores, a los que les dijo en un tono muy firme que la manera de hacer las cosas de los últimos cuatro años no podía continuar, prometiendo echar de su trabajo en el acto a cualquier persona que no observase los más altos estándares de conducta y que no tratase a todo el mundo con respeto. Este enérgico discurso, en cierto modo más importante que el primero, dejó claro que la ′Era Trump’ había concluido.