'Jekyll y Hyde' y 'Annie', los musicales vuelven al teatro
Montajes que se alternan en el escenario y que, por eso de la eficiencia industrial, comparten equipos artístico y técnico.
Mientras la tozuda realidad no deja de dar malas noticias y decirles a las clases populares lo que les vale un peine cada vez que votan, la compañía Theater Properties trata de poner música y canciones en un escenario, como hicieron muchos artistas en los duros años que siguieron a la Gran Depresión. En este caso el escenario es la gran Sala Roja de los Teatros del Canal. Y la música y las canciones son la de dos clásicos musicales de Broadway. El oscuro Jekyll y Hyde y el luminoso de Annie.
El primero, basado en la novela de Stevenson, es la conocida historia de la ambición científica de un médico que pretende conseguir que todos los seres humanos sean buenos, posibilidad que el resto de sus colegas, la verdad establecida, niegan. Para demostrarlo se somete a sí mismo a un experimento con drogas en el que va descubriendo como una vez que se desata el mal, este no para. Que el ser humano no es otra cosa que una lucha entre bondad y maldad.
El segundo, que partió de las tiras cómicas de la huerfanita Annie de principios del siglo pasado, adquiere una connotación especial en estos tiempos económicamente pandémicos. Tiempos como en los que sitúa esta historia, donde la crisis rampante de 1929 empobreció a mucha gente. Tanto que llegaban a abandonar a sus hijos antes de irse a vivir debajo de un puente.
Montajes que se alternan en el escenario y que, por eso de la eficiencia industrial, comparten equipos artístico y técnico. Incluso escenografías. Sí, las casas de los ricos y los barrios de mala muerte y perdición de los siglos XIX y XX se parecen mucho tanto en Londres como en un Nueva York de nuevos ricos, al menos en el imaginario colectivo.
Aunque, lo más importante que comparten son formas de hacer. Las formas de un equipo directivo que capitanea Tomás Padilla y en el que se encuentran César Belda y Silvia Villaú. Un equipo que afronta su trabajo artístico de forma industrial. Por eso todo tiende a lo mínimo económicamente necesario para que las propuestas funcionen y satisfagan al público madrileño de musicales y en la gira que se tenía previsto hacer.
El mínimo necesario son cantantes que sepan cantar y, a ser posible, sepan moverse en escena y hasta bailar. El mínimo necesario, es una escenografía que permita situar los lugares en los que pasa la acción con las notas esenciales e incluso darles cierta espectacularidad. De esto último es claro ejemplo el laboratorio de Jekyll y Hyde. Un mínimo necesario que en estas producciones no siempre está a la altura en el caso del vestuario, sobre todo, en el de los personajes masculinos.
El mínimo necesario para que un público como el madrileño, que de unos años a esta parte tiene en la Gran Vía y un poco más allá su Broadway particular, no se sienta defraudado después de haber visto las grandes producciones de Stage Entertainment (Anastasia o El Rey León), Let’s Go (La familia Adams o El jovencito Frankenstein) o SOM produce (Billy Elliot). Un público que ante el cierre de los teatros de musicales seguramente correrá ávido para darse su dosis, su chute, encontrándose con un producto que cubrirá sus expectativas y que les volverá a dar las ganas de cantar y bailar.
Porque, Jekyll y Hyde tiene a Abel Fernando, un tenor con un chorro de voz impresionante que quizás interese incorporar a la escena de musicales española (recordar que en España lo interpretó Raphael). Porque, ambas producciones, cuentan con Silvia Villáu sobre las tablas. Porque, cuando cantan solos o en grupos de dos o tres, se les entiende (aunque esto depende de donde se esté sentado). Porque el elenco sabe llenar el escenario ya estén solos o en compañía o bailando alguna de las coreografías. Porque, en Annie, Marta Valverde se muestra como una actriz secundaria, una característica de manual, de esas que gustan al público sin salirse un ápice de lo que es esperable que haga su personaje construido desde un humor tópico y popular. El de esa mujer entrada en años, atada a una profesión que la disgusta, y que sigue buscando el chulazo que la alegre y la saque de ahí.
Todo ello, hace que se pasen por alto algunos problemas con el microfonado, con salirse de foco de rapport entre escenas. Con que la música pregrabada se empaste porque, a la manera de la mayoría de los teatros de musicales en Madrid, pongan a tope el volumen. Con que tenga unos arreglos que suenen a otro tiempo. Con que a veces el acento de los actores al hablar recuerde a México, aunque la productora montada por españoles en aquel país haya realizado una nueva producción para España. Pequeños problemas técnicos que irán desapareciendo a medida que vayan acumulando representaciones y se vayan haciendo con el teatro. De hecho, el segundo día, cuando se estrenó Annie, casi ni se apreciaron.
Dos producciones que no solo traen de nuevo los musicales clásicos a la cartelera madrileña. Sino que, partiendo de lugares comunes, de lo que la mayoría piensa qué es la vida dan aviso y esperanza, tal vez a su pesar. Pues se trata de musicales construidos por escenas. Musicales de números, por otro lado como suele gustar a las audiencias de estos espectáculos.
Los lugares comunes comienzan con su propuesta de que se está aquí única y exclusivamente para crear familias y tener éxito (económico y social) en lo que se haga. Siguen con que la diversión, donde se pasa bien, se encuentra justo fuera del lugar común anterior. En los antros donde conseguir sexo sucio y vicioso y una buena tajada con alcohol y, si fuera en estos tiempos, otras drogas. ¿Qué te vas a casar? Date un pasote, que los amigos o las amigas pagan la ronda. Un lugar común dualista de blanco y negro, olvidando, que no solo existe toda una variedad de grises, sino toda una paleta de colores y sus mezclas. Que la vida es más un cuadro vibrante de Rothko que otra cosa.
El aviso, que el mal está aquí. Aquí mismo. En cada persona. Porque el ser humano es bueno y malo a la vez. Y que la maldad es ambigua. Pues siendo mala en sí misma, puede poner en riesgo el estatus quo, lo establecido, el lugar común mismo y que le haga ver las orejas al lobo y que cambie algo para que todo siga igual.
La esperanza llega de la mano de Mañana, ese hit inolvidable de Annie. De ese mañana que canta a un sol que volverá a salir al día siguiente, al otro. Porque cuando el día es muy gris/o estoy muy triste/ la cabeza levanto y digo así/ el sol ya saldrá mañana / es mejor que espere hasta mañana / […] / te quiero mañana / pues eres un día más, negando el presente continuo en el que el mindfulness quiere convertir a la sociedad (al menos a la sociedad occidental).