Javier Gomá: “Vivimos en una sociedad posapocalíptica”
Entrevista al filósofo y director de la Fundación Juan March: “España siempre ha tenido una relación incómoda con la modernidad”.
La biblioteca de su padre le marcó para siempre. Un océano de lecturas, se quedaba de adolescente hasta la madrugada engullendo palabras. Pura voracidad. Y poco a poco iría construyendo un criterio propio y un universo que han llevado a Javier Gomá a ser uno de los grandes filósofos del país.
Con obras como su Tetralogía de la Ejemplaridad y al frente de la Fundación Juan March, Gomá (Bilbao, 1965) despliega su pensamiento y su forma de ver el mundo. Charla sobre el pasado, el presente y el futuro después de unos duros meses en los que ha sufrido el coronavirus y ha superado un ictus. Ahora cree que estamos en un escenario “posapocalíptico” en el que todos queremos volver al aburrimiento. Repite: “Una sociedad democrática en el siglo XXI debe ser aburrida”. Para añadir durante una larga entrevista: “Los populismos incendian bien pero gestionan mal”.
Siempre analizando con su compleja lupa el país en el que vivimos, que durante muchos años fue de “terratenientes, oficinistas y campesinos”. Faltó, lamenta, una burguesía potente con gusto por la cultura. Lo que tiene claro es de lo que deben estar orgullosos los españoles: La Transición. Se llegó tarde, prosigue, pero se hizo muy bien. Todo ello con la premisa de que España siempre ha tenido una relación muy complicada con la modernidad. Su paraíso está en un atardecer descansando tras el trabajo bien hecho.
¡Qué días tan extraños! ¿Cómo están siendo? ¿Cómo es ese país del verano de 2020?
He razonado algunas veces que la condición moderna del hombre es el aburrimiento. Lo que realmente produce una sociedad próspera y posmoderna como la nuestra es una intensa sensación de malestar, aun cuando vivamos en la sociedad más próspera de la historia. Antes de la pandemia, que a mí me gusta llamar gran acontecimiento, la gran paradoja era por qué si vivíamos en el mejor momento de la historia sin embargo cundía por todas partes un cierto descontento. Llegué a la conclusión de que una democracia contemporánea es aquella que está compuesta por ciudadanos que son capaces de soportar el descontento y el aburrimiento como parte de la condición moderna. Y de pronto tuvo lugar el gran acontecimiento, que lo ha revuelto todo.
Donde antes estábamos instalados en una cotidianidad aburrida, como rasgo positivo de la democracia, de repente la pandemia trastocó todo y nos convertimos en una sociedad apocalíptica, donde la humanidad en su conjunto se descubrió como frágil. Una especie que pensábamos privilegiada y que está ahora en riesgo de extinción. En pocas semanas pasamos de un escenario de aburrimiento a uno que no es exagerado llamar apocalíptico y escatológico, donde veíamos a gente morir y a una humanidad en peligro. Ahora estamos en esa sensación en la que el Apocalipsis se esfuerza por retornar a un aburrimiento que se ve como el bien más preciado. Todos queremos volver al aburrimiento de antes. Estamos en una sociedad postapocalíptica en camino hacia el aburrimiento cotidiano.
¿El hombre se había olvidado de su propia fragilidad?
Sí. Por un lado, cualquier hombre o mujer con los ojos abiertos conoce su propia fragilidad. Sabe que en cualquier momento puede morir o enfermar. Pero había una paradoja: el individuo es frágil pero la Humanidad es fuerte. Además, la Ciencia convertida en espectáculo, que a veces ocurre, nos estaba convenciendo poco a poco de que la especie humana era privilegiada, casi un semi Dios, que podía perfeccionarse hasta alcanzar el transhumanismo, que era una manera de vencer el envejecimiento y la muerte. Esto lo ha destruido el gran acontecimiento de la pandemia. La Ciencia no ha anticipado esta pandemia. Dicen que la vacuna no llegará probablemente antes de 2022 mientras se producen cientos de miles de muertos sin tener una ayuda científica. Ahora pensamos que el individuo es frágil y que la Humanidad puede serlo también.
Cuando nos confinaron, todo el mundo decía que íbamos a cambiar y a reencontrarnos con valores como la solidaridad. ¿Nos ha cambiado de verdad? ¿O estamos volviendo a los usos y costumbres?
Primero, la Humanidad cambia. Uno compara la del siglo XXI con la del XVI y es otra con otros principios, valores y conquistas. Tenemos que aceptar que hay movimiento, no podemos incurrir en el escepticismo excesivo de que nunca cambia nada. Segundo, en conjunto cambia a mejor. Si preguntas en qué época te gustaría vivir, todo el mundo diría ahora. La Humanidad actual ha sido capaz de progresar con el gran éxito de la cultura, que es pasar de la ley del más fuerte a la ley del más débil. Todos, sin duda, están mejor hoy que nunca. Por lo tanto, he de suponer que está progresando ahora y en los próximos años.
Pero ocurren varias cosas: algunas veces esos progresos son dolorosos. Como decía Esquilo, aprendemos a través del dolor. Las experiencias traumáticas movilizan más que las gozosas. Y esos aprendizajes, en ocasiones, son visibles pasados cincuenta o cien años. La generaciones que sufren el dolor muchas veces no son testigos de su progreso. La pandemia es quizá la más grande experiencia universal de la historia de la Humanidad. Cuando un virus ha obligado desde China a EEUU pasando por Europa, Australia y Latinoamérica no solamente a sufrir víctimas, sino a confinarse, empobrecer la economía y revolucionar los hábitos de higienes, pues es una experiencia dolorosa de la que se va extraer una gran lección, aunque a lo mejor ni usted ni yo la veamos.
¿Y qué cambios traerá?
Mantengo que habrá cambios en diferentes terrenos. Propongo tres. En la medida en la que un virus amenaza a la Humanidad en su conjunto, pues ésta experimenta un sentimiento de unidad que antes no tenía. La presencia de un enemigo común genera lazos, esto se denomina cosmopolitismo. Se va a acelerar este proceso que quiere decir que sólo existe una raza, la humana, y el principio de la dignidad individual, por lo que las fronteras y las ideologías disminuirán en intensidad.
La segunda conquista, aparentemente más vulgar, es que hemos desarrollado hábitos de higiene que se quedarán con nosotros. Tendremos conciencia de la salud de nuestro cuerpo.
La tercera partida es lo que llamo el sentimiento de deportividad, tener conciencia de que todo lo humano está sujeto al azar. La teoría darwiniana tiene en cuenta pequeños cambios de azar. Y tenemos a la diosa Fortuna que hace que a veces tengamos buena suerte y otras no. Ni siquiera el mérito, la responsabilidad o la virtud garantizan nada. Es un mundo en el que si eres virtuoso tienes más probabilidades de conseguir algo pero ninguna garantía. A veces tenemos el espejismo de que somos controladores de nuestra propia vida, pero las experiencias nos enseñan que no. Tenemos un control parcial, pero hay que admitir la existencia de una diosa griega llamada Tique, que da o niega de una manera caprichosa. Esto tiene sus ventajas: un hombre o mujer inteligente desarrolla un sentido de deportividad. Admites que la vida es un juego y una comedia y juegas por el placer de jugar. La Humanidad en su conjunto tiene que aceptar que existe un componente azaroso, caótico e imprevisible que determina por completo.
Nos hemos enfrentado al propio concepto de muerte y de luto, mucha gente no ha podido despedirse de sus seres queridos. ¿Lo habíamos olvidado?
Alguna vez he razonado que no teníamos realmente olvidada la muerte, puesto que en su representación está presente permanentemente en nuestras vidas. Lo que nos falta es la conciencia de la mortalidad, asumir a fondo que somos entidades que vamos a morir. De eso brotan los bienes que hacen la vida digna de ser vivida. De ese hecho de ser conscientes de que vamos a morir nacen cosas tan extraordinarias como el amor y la amistad. La pandemia ha producido miles de muertes y en determinados casos no ha permitido que tengan su propia muerte, una buena muerte. La lucha tan ejemplar contra la pandemia tenía como efecto malo que personas no tuvieran una buena muerte, sino en soledad y sufriendo un tránsito de persona a cosa sin compañía ni duelo ni velatorio en un dramatismo extremo.
En esta sociedad de capitalismo salvaje, nos reencontramos también con el significado de lo público. ¿Sale reforzado este debate?
Creo que sí. Siempre digo que el gran olvidado de la teoría contemporánea es el concepto de costumbres, que no son hábitos. Se entiende por aquello que es debido aunque no esté prescrito por la ley. Un país moderno es el que descansa en unas costumbres cívicas y civilizadoras. El país que tenga las leyes más avanzadas si no descansa en un lecho de costumbres, es fallido. Y también necesitamos esa costumbre codificada que son las instituciones. Cuando Pedro Sánchez se dirigió al país por el estado de alarma, no pudo por menos que decir que más allá de las leyes confiaba en el comportamiento de la ciudadanía y de las instituciones. No hay otra, por muy poderoso que sea el gobernante. Con los matices que hablaremos, las instituciones y la ciudadanía han funcionado muy bien. En ese sentido, hay cierta satisfacción de que la sociedad ha demostrado madurez.
Han funcionado las instituciones pero hemos visto un clima político agresivo y duro en el Congreso en el momento más difícil desde la Guerra Civil. ¿Siguen existiendo las dos Españas o la clase política no ha entendido el momento? ¿Nuestra dinámica política va a ser siempre así pase lo que pase?
Hay algo de todo, eh. También EEUU tuvo una Guerra Civil, pero poco después había una clara conciencia de unidad. En cambio, en España lo que ocurrió por desgracia es que hubo un guerra que fue muy fratricida y luego uno de los bandos dominó durante cuarenta años. Una de las misiones era demonizar al otro bando. Eso hace que los efectos de la guerra se prolongarán durante cuarenta años. Ante el ejemplo más fratricida que existe, la Guerra Civil, España tuvo el ejemplo más fraternal: la Transición y la Constitución.
Querría añadir dos cosas. Por un lado, la esencia de la política es la obtención del poder por todos los medios. Y una vez obtenido, mantenerte. En el caso de la democracia, es la obtención del poder por todos los medios democráticos. Los que pertenecen a la clase política quieren y sólo quieren obtener el poder. Lo que significa derrotar, excluir, eliminar a los adversarios que quieren lo mismo. Es inherente a la condición política una cierta crispación. No conozco ningún lugar en el mundo en el que un partido que tenga posibilidades de victoria no haga todo lo humanamente posible para desacreditar al enemigo y postularse para lograr el poder. Escandalizarse por la crispación del poder me parece que es un desconocimiento de la naturaleza del poder.
Ahora ha habido una cierta mayor crispación por lo que vulgarmente se llama el populismo, que se caracteriza por tres notas: es un movimiento simple que distingue entre buenos y malos, es moralizante y es sentimental. No habla solo de España, sino de Brasil o Inglaterra, pero también de la extrema derecha en Alemania o Francia. Una sociedad democrática en el siglo XXI es o debe ser aburrida en el sentido de que no debes esperar de las instituciones ni la salvación ni el éxtasis ni la embriaguez. Por ejemplo, los nacionalismos prefieren el romanticismo de un postulado cálido, renovador, bello, que te entusiasma, todo lo contrario al aburrimiento. También los populismos, aunque tienen un problema: incendian bien pero gestionan mal. Puede que ahora haya una tendencia de que no que se quiera tanta ideología sino buenos gestores porque están en juego la vida y el negocio. En España se ha visto una cierta disminución del populismo de izquierda y de derecha en las encuestas. También se ve que Trump no está pasando un buen momento ni Johnson.
España como concepto, ¿qué sería hoy?
Hay una definición que me gusta: España, como toda nación, es el lugar donde admites pagar impuestos. Si lo piensas, pagar impuestos es la cosa más absurda que existe en el mundo. Que alguien se lleve un porcentaje de lo que ingresas para que se beneficie otro, porque son sobre todo redistributivos. La sociedad acepta eso cuando siente que esos impuestos recaen sobre una comunidad. España es una de las modalidades que ha adoptado esa realidad sorprendente y milagrosa que lleva cinco siglos existiendo que es el Estado.
Los españoles nos autoflagelamos constantemente, ¿pero de qué nos tenemos que sentir orgullosos?
Más allá de la tortilla española…
¡También es motivo de orgullo!
Es que un día puse cuáles eran los inventos españoles: la tortilla, la fregona, la sangría, la siesta, el futbolín, la palabra liberalismo… Para mí, somos un elemento capital en la formación de Europa. No puedo ignorar todo lo que ha hecho España desde el año mil.
El gran orgullo de la sociedad es la Transición, significa la declaración oficial de España como mayor de edad, como estado moderno. España siempre ha tenido una relación incómoda con la modernidad. Si uno ve los paradigmas de la modernidad en Francia, Inglaterra e incluso en Alemania e Italia, cada uno ha llegado a su manera pero al final todos los países de Occidente nos parecemos extraordinariamente. No es lo mismo que hace cinco siglos.
Todos hemos llegado por vías distintas al delta común de la modernidad, pero España, por diferentes razones, ha tenido una relación potente con la modernidad pero una incomodidad profunda. El momento en el que España se convierte en Estado moderno de pleno derecho es la Transición. Llegamos más tarde prácticamente que todos, pero lo hicimos mejor que nadie. La Transición es una revolución por el traspaso súbito de la soberanía. En el pasado se hacía de manera violenta. De la ley a la ley, haciendo de la paz el verdadero monarca universal. Me siento particularmente orgulloso.
¿Por qué España tiene esa relación tan complicada también con su propio mundo cultural y con una parte del país despreciándolo? ¿Se le da la espalda?
Varias cosas a responder ahí. Habría una larga tradición desde el principio de los tiempos de esas dos Españas que hablábamos antes. Una aristocrática, llena de terratenientes y con el mundo eclesiástico que por algún motivo, a diferencia de otros países, no suscitó una clase media poderosa. En España nos faltó una burguesía potente. No digo que no hubiera algo en Barcelona, algo en Bilbao, algo en Madrid… pero España ha sido durante mucho tiempo un lugar de terratenientes, de oficinistas y de campesinos. Faltaba una clase media próspera, rica y que al final quiere el lujo. Y la cultura como una forma de lujo. Los perfumes de las mujeres de la corte de Luis XIV generaron el progreso.
Cuando ya comes y vistes, quieres otras cosas. Sin una clase media no hubo una filosofía sistemática o una novela, prácticamente entre Cervantes y Galdós no hubo novela española, nos la robaron los ingleses y los franceses. No hubo un poder sinfónico ni grandes científicos ni grandes banqueros ni grandes empresarios. Faltaron algunas de las figuras principales de la modernidad. Y entre las cosas que consume la clase media está la cultura. La relación con la cultura ha sido también muy problemática.
Luego llegaron la división de la Guerra Civil, la Dictadura y la Transición, pero lo que queda es que la derecha se dedica a enriquecerse y no le importa la cultura y la cultura es de izquierdas pero considera que los burgueses son malos. Esto genera una disfunción. Hay una herida en la cultura española que no se acaba de cicatrizar.
¿En qué te has refugiado culturalmente durante el confinamiento?
Como ciudadano cotidiano me gusta definir el confinamiento como una época con poco espacio y mucho tiempo. En cierto sentido es una oportunidad, pero en seguida tuve el virus. No solamente estuve encerrado, sino aislado en mi casa. Luego tuve incidentes que me llevaron al hospital en abril y luego sufrí un ictus en mayo que ya he superado totalmente. Esto ha determinado bastante mi confinamiento. Con todo, he leído mucho, clásicos y modernos. He tomado una decisión: escribir una novela de educación.
¿Qué libro te cambió la vida totalmente?
Son un lector muy voraz pero mal lector. Me dedicaba más a violar al libro que a leerlo. Con un afán de devorarlo y de extraer lo que me interesaba para mi propia visión. Podría citar muchos, pero es más exacto decir que a mí me influyó la biblioteca de mi padre, que era un intelectual y tenía muchísimos libros. Un viaje infinito por el océano de las lecturas de esa biblioteca.
Un pregunta menos filosófica pero que contiene toda una filosofía de vida: ¿cómo es tu día perfecto de verano?
Soy un enamorado de los atardeceres, con esa belleza y ese enamoramiento de los colores. El día perfecto de verano es en el que he escrito un párrafo que creo que es bueno y luego descanso. El descanso después de un trabajo bien hecho es para mí el paraíso.